No enterarse, ¿qué fue primero la virgen o el calor?
Originalmente conocida como la verbena de la Paloma, esta fiesta -que se celebra el día 15 de agosto- cierra el mes de las verbenas madrileñas, que incluyen también la fiesta de San Cayetano y San Lorenzo. No es de recibo acudir a ella sin conocer, al menos por qué se llama así y a quién se dedica. Todo comienza con la adoración de la imagen de la virgen de la Soledad, cuyo retrato fue descubierto por unas monjas en un corralón en 1787. Isabel Tintero, una vecina del barrio que vivía en la calle de la Paloma -de ahí el cambio de nombre a virgen de la Paloma-, compró el cuadro y lo expuso en el portal de su casa. La popularidad de la imagen atrajo a numerosos madrileños. Desde 1797, castizos y forasteros se reúnen para adorarla. De ahí que el 15, la procesión con la imagen mariana sea uno de los ejes centrales. Sin embargo, hay quienes tienen otra teoría. “La Iglesia tuvo que inventarse algún festejo nocturno para evitar que los madrileños se suicidasen en masa por el calor”, al menos así lo cuenta Raquel Peláez en su libro ¡Quemad Madrid!.
Enfilar por la calle Toledo, ¡es un error en toda regla!
Pasearse por la verbena del barrio bajando por la calle Toledo es de las peores decisiones que se pueden tomar. Superpoblada con humeantes tenderetes y envuelta en una este de chorizo asado, esta vía central no muestra lo mejor de unas fiestas cuyo encanto está, justamente, en las callejuelas del barrio, donde muchos madrileños de pura cepa, mezclados con otros de adopción, ensayan un nostálgico chotis en el sentido de las manecillas del reloj. Perderse ese contraste es una verdadera pena, porque la verbena ha ido incorporando cada año nuevas costumbres y acentos: chinos, bolivianos o colombianos. La experiencia, completamente mestiza, pasa desapercibida en la gran avenida.
Zarajos, gallinejas y entresijos, ¡noooooo!
Una buena ración de entresijos o zarajos no la vais a conseguir, ni por asomo, en las casetas distribuidas a lo largo del barrio. Y aunque hay gente muy valiente o con estómago de hierro que se atreve con ellos, vale la pena buscarlos en otro sitio. Uno de los lugares emblemáticos donde tomarlas es en el número 84 de la calle Embajadores en la Freiduría de Gallinejas, cuya especialidad da nombre al sitio. Los entresijos y las mollejas son también el fuerte de este establecimiento, que lleva más de cincuenta años cocinándolos.
Las Vistillas sí, pero programa en mano
Los conciertos de la plaza de las Vistillas han sido, casi siempre, el plato fuerte de esta verbena, entre otras cosas porque son gratuitos. Claro, la disparidad musical es tal, que es mejor saber a qué atenerse. En esta edición, coinciden en el mismo escenario gente tan distinta como Pitingo -ha sido el pregonero de esta edición- o Rosa -sí, la de Eurovisión-. Loquillo será el encargado de colocar el broche de oro el domingo 17. En esos días, en la plaza de la Paja se instalará otro escenario donde se interpretarán chotis y pasodobles a partir de las 20.00 horas.
Ahogarse en un mini de calimocho
Nadie puede negar que forma parte del ambiente de verbena aquello de pasearse con un vaso monumental de vino de tetrabrik con Coca Cola. La pregunta es… ¿no vale la pena dar un repaso a los bares del barrio, que esos días están en su más frenética actividad? Hay clásicos de La Latina que vale la pena visitar: desde el Txirimiri -mítico local de pintxos; su especialidad es el de tortilla de patatas con cebolla caramelizada o el de Carpaccio de buey con rúcula- hasta Matritum, un wine bar ubicado en el número 17 de la Cava Alta con más de 400 referencias y una carta en la que destaca la coca de sardinas. También está, en el número 30 de la Cava Baja, la taberna Casa Lucas, que ofrece la mejor cocina tradicional con un toque de creatividad; su plato más conocido es el pastel de espinacas, puerros y gambas.
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