Cultura

Novelas olímpicas: Cuando Byron cruzaba el océano y Vázquez Montalbán saboteaba Barcelona 92

Se acerca el comienzo de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. Una larga travesía literaria une gesta deportiva y literatura desde hace más de dos mil años. No basta con conseguir la hazaña, hay que glosarla. He aquí un recorrido...

La literatura y el deporte unen su camino en una misma carrera que comenzó hace más de dos mil años en el valle de Alfeo. Justo allí, en el lugar donde se levantaba el templo más grande dedicado a Zeus, solían reunirse los representantes de las distintas ciudades-estado para demostrar quiénes tenían los músculos y los nervios más templados. En las páginas de La Ilíada es posible encontrar estampas con las hazañas atléticas de los héroes griegos: Odiseo, Agamenón, Ayax... Ese es uno de los primeros testimonios del deporte convertido en elaboración artística, estética y moral. Porque no basta con conseguir una hazaña, hay que glosarla. Convertirla en relato para que todos quepan en él. 

En el valle de Alfeo, los griegos se reunían para demostrar quiénes tenían los músculos y los nervios más templados. En las páginas de La Iliada es posible encontrar algunas de las estampas más tempranas de aquellas gestas

Los Epinicios, de Píndaro (publicados por Akal), son también un documento tan literario como histórico de las relaciones entre grandeza, deporte y heroicidad. Se trataba de cantos corales compuestos en honor de los vencedores en alguno de los cuatro certámenes deportivos de los Juegos Panhelénicos. Se cantaban al paso de los campeones. La verdadera grandeza del atleta radicaba, para Píndaro, en el hecho de que su triunfo reflejaba la victoria de lo Bello y lo Bueno sobre la mediocridad. El deporte se convirtió, desde entonces, en un reflejo, una tela en la que la sociedad imprimió modalidades de competición, sus categorías morales del ganador y el perdedor; el fuerte y el débil. La literatura supo hacerse con ellas. 

La natación, tan antigua como la humanidad, sólo comenzó a practicarse como modalidad deportiva de competición a mediados del siglo XIX. Curiosamente, aunque griegos y romanos, y muchos otros pueblos de la antigüedad, ejecutaban esta práctica para los trabajos o la guerra, no hubo competiciones en los Juegos Olímpicos antiguos como ocurrió con el  atletismo. Los primeros nadadores deportivos no fueron de piscina, sino de mar. Les llamaban tragamillas. El más célebre y literario de todos fue el poeta Lord Byron, para algunos el primer gran nadador de los tiempos modernos. En 1810, junto a su amigo el lugarteniente Enkehead, cruzó el antiguo Helesponto, estrecho que separa Asia de Europa.

Lo deportivo como material literario podría ser inagotable. Y en él sería posible ver tantas modalidades de ficción y relato como fuese posible. Sin embargo, si de ficción olímpica se trata, hay verdaderas novelas memorables, porque en ellas se entremezclan suficientes categorías: históricas, políticas, memorialísticas. Hay relatos colectivos que se han valido del prisma de lo olímpico para proponer el fresco de una época. Una de ellas, Haz el favor de no llamarme humano, una sátira del nacionalismo escrita por Wang Shuo. El libro, que fue reconocido por la crítica como uno de los más brillantes y entretenidos de los noventa, narra cómo, tras la derrota de China en los Juegos Olímpicos, el Comité Nacional por la Movilización Popular se vuelca en transformar a Yuanbao, conductor de bici-taxi, en el nuevo Superhéroe Chino.

En ocasión de Barcelona 92, Manuel Vázquez Montalbán y Eduardo Mendoza publicaron, en El País, dos novelas por entregas: Sabotaje olímpico y La visión del Archiduque

En ocasión de Barcelona 92, Manuel Vázquez Montalbán y Eduardo Mendoza publicaron, en El País, dos novelas por entregas: Sabotaje olímpico, de Vázquez Montalbán, protagonizada por el detective Pepe Carvalho, y La visión del Archiduque, ambientada en 1929, en los tiempos de la última Exposición Universal, donde un archiduque ficticio imagina cómo será la Barcelona del futuro. En la clave opuesta, y acaso como una lectura generacional actualizada, Miqui Otero contextualiza al protagonista de su novela Rayos como un joven formado en la Barcelona de los Juegos Olímpicos, aquella que parecía desbordar un epicentro político que devino en pinchazo y decepción. En las páginas de esta historia, Otero usa los juegos para describir una capital que parece ocurrir a golpe de grandes ocasiones. En esa ciudad travestida en plató, los protagonistas de Rayos hacen lo que los figurantes o los pesos muertos: dejarse arrastrar. Para eso también han servido los JJOO en la ficción, para mostrar lo que dejan detrás. 

Pero no sólo novela. También se han escrito –y publicado- curiosos volúmenes de relato sobre el tema. La antología Cuentos olímpicos, editada por Páginas de Espuma, reunió una selección de relatos en los que varios autores recuperaban las grandes hazañas del atletismo, el fútbol, el baloncesto, el boxeo, el ciclismo y la hípica. Participaron en ella escritores españoles y latinoamericanos, entre ellos Eloy Tizón, Antonio Skármeta, Álvaro Pombo, Cristina Peri Rossi, Camilo José Cela, Ricardo Piglia y Fernando Savater, entre otros. Otro escritor que encontró belleza –y miserias- en el tema olímpico y sus héroes fue el francés Jean Echenoz. En su novela Correr narra la vida del corredor de fondo checoslovaco Emil Zátopek (1922-2000), alguien capaz de ganar, en los Juegos Olímpicos de Helsinki de 1952, tres medallas de oro en diez días. A mitad de camino entre el agrio retrato y la ficción, Echenoz cuenta la vida de este atleta que vivió en el régimen soviético. "Él corría para huir de la dictadura, pero, a la vez, para el régimen era un símbolo, un ejemplo y un rehén, todo junto", dijo sobre Zàtopek el propio Echenoz.

En este repertorio de "novelas deportivas", vale la pena mencionar Trífero, escrita por Ray Loriga, un escritor aficionado por igual al fútbol, el boxeo y el patinaje artístico

Y aunque esta no es estrictamente olímpica, es imposible no mencionarla, tratándose de quien la escribe. En su más ambiciosa novela, La broma infinita, el norteamericano David Foster Wallace ambienta parte de la historia en la Academia Enfield de Tenis, un deporte al que era aficionado y al que dedica también grandes páginas en El Cuerpo y en lo otro (2013), un volumen que reúne una serie de textos y reportajes, entre ellos uno en el que Wallace se explaya, ampliamente sobre el juego de Roger Federer. Estas han sido recientemente editadas por Penguin-Random House en el volumen El tenis como experiencia religiosa. En este repertorio de "novelas deportivas", vale la pena mencionar Trífero, escrita por Ray Loriga, un escritor aficionado por igual al fútbol, el boxeo y el patinaje artístico. El libro narra la historia de Saúl Trífero, un español errabundo que contrae matrimonio con Lotte, una robusta patinadora noruega que pierde la vida en un desdichado accidente. Lo curioso, mejor dicho, lo "deportivo "del libro radica en el hecho de que Lotte está inspirada en Sonia Heine, patinadora noruega, ganadora de tres oros en los Juegos Olímpicos de 1928, 1932 y 1936. Antes de marcharse a los Estados Unidos, país en el que se nacionalizó e incluso se convirtió en una diva de cine, Henie se vio envuelta en un escándalo por almorzar con Hitler. Al parecer, el dictador sentía una auténtica pasión por  la joven patinadora.

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