El reproche habitual de los liberal-conservadores hacia la llamada cultura ‘woke’ (también conocida como ‘cultura de la cancelación') es que les parece demasiado radical: sus partisanos quieren destruir todas las estatuas, purgar nuestros museos, privarnos por completo de nuestra memoria colectiva y purificar el lenguaje cotidiano imponiendo su jerigonza insípida, fruto de la censura. En este asunto, creo que Ben Burgis acierta cuando defiende que los agentes de la cultura de la cancelación son ‘comediantes en un mundo en llamas’: lejos de ser ‘demasiado radicales’, su imposición de nuevas reglas y prohibiciones es un caso ejemplar de pseudoactividad, de como asegurarse de que nada va a cambiar por el método de fingir actividad frenéticamente. No nos puede sorprender que nuevas formas de capital, en particular los magnates anti-Trump de las tecnológicas (Google, Apple, Facebook…), apoyen de manera apasionada las luchas feministas y antirracistas: nuestra realidad es un capitalismo ‘woke’. No se cambian las cosas realmente prescribiendo medidas que nos llevan a un balance ‘justo’ superficial, que no ataca las causas últimas de los desequilibrios.
Este es el último caso de lucha políticamente correcta contra los privilegios: el Departamento de Educación de California propuso que las diferencias entre los estudiantes con buen expediente y sus compañeros con peores notas desaparezcan: los profesores deben contener a quienes destacan y estimular a los menos dotados, tratándoles como si fueran iguales en sus habilidades. ¿Justificación? “Rechazamos la idea de talento y de habilidades naturales”, ya que “no hay un corte que determine quién es talentoso y quién no”. El objetivo radica en “reemplazar el concepto de talento innato en matemáticas por el reconocimiento de cada estudiante transita un camino de mejora”.
¿No es un caso de suprema injusticia que algunos individuos sean sexualmente mucho más atractivos que otros?", plantea irónicamente el filósofo
Estamos ante un caso ejemplar de falso igualitarismo destinado a alimentar odio y envidia. Necesitamos buenos matemáticos dedicados a la ciencia avanzada y las medidas que se proponen no ayudan a ello. La solución: ¿por qué no reclamar mejor educación para todos y mejores condiciones de vida para los pobres? Es sencillo imaginar el próximo paso de este falso igualitarismo: ¿no es un caso de suprema injusticia que algunos individuos sean sexualmente mucho más atractivos que otros? La sexualidad, en efecto, es un territorio de terrible injusticia y desigualdad… La igualdad del disfrute sexual es el último sueño de este falso igualitarismo.
Zizek y el deseo femenino
Existen unas pocas voces de oposición izquierdista auténtica en esta marea de falsa justicia: además de Burgis, debo mencionar a Angela Nagle y Katherine Angel. El único problema que tengo con el libro de Nagle es el título: Mujeres y deseo en la era del consentimiento: el sexo de mañana volverá a ser bueno. La afirmación parece implicar que el sexo alguna vez fue bueno, en el sentido de no antagonista, y que volverá a serlo de nuevo. En muy pocas ocasiones he leído un libro con el que estuviera tan completamente de acuerdo en su premisa básica, recogida en un párrafo de la publicidad editorial, que cito aquí ampliamente, sin vergüenza: “Las mujeres están en aprietos: en nombre del consentimiento y del empoderamiento, se ven obligadas a expresar sus deseos de manera clara y con confianza. Mientras tanto, los expertos en conductas sexuales sugieren que el deseo femenino emerge de manera lenta. Los hombres insisten en que conocen los mecanismos de lo que las mujeres buscan, y también sus deseos. Mientras tanto, la violencia sexual abunda. En este ambiente, ¿cómo pueden las mujeres saber lo que quieren? ¿Y por qué esperamos que lo sepan? Katherine Angel desafía nuestras Asunciones sobre deseo femenino. ¿Por qué, se pregunta la autora, debe esperarse que sepamos lo que deseamos? ¿Y cómo de en serio podemos tomarnos la violencia sexual cuando no saber exactamente lo que queremos es clave en nuestro erotismo y nuestra personalidad?”
Las partes en cursiva (que son mías) resultan cruciales: cualquier teoría feminista debería tener en cuenta el ‘no-saber’ como una pieza clave de la sexualidad y basar su oposición a la violencia en las relaciones sexuales no en explica términos usuales de “solo sí significa sí”, sino evocar ese ‘no-saber’. Este es el motivo por el que el lema de que las mujeres “deben proclamar sus deseos de manera clara y con confianza” no es solo una imposición sexual, sino una desexualización, una defensa del ‘sexo sin sexo’. Por eso el feminismo, en algunas instancias, refuerza precisamente ese ‘avergonzar y silenciar’ la sexualidad femenina al que dice oponerse. Lo rechazable de los avances sexuales masculinos no es solo la violencia directa, física o psíquica, sino también la presunción de qué el hombre sabe lo que la mujer confusa ignora (y que ese saber legitima su violencia). Un hombre es violento incluso cuando trata a una mujer con respeto si asume de manera condescendiente que conoce sus deseos mejor que ella.
La única forma de sexo que encaja perfectamente con el criterio de la corrección política es el contrato sadomasoquista
Esto no implica de ninguna manera que el deseo femenino tenga alguna deficiencia comparado con el masculino (que se supone que saben lo que quieren): la lección de los psicoanalistas es que siempre existe una distancia que separa lo que queremos de lo que deseamos. Puede ocurrir que yo no solo desee algo sino que quiera obtenerlo sin pedirlo explícitamente, fingiendo que me ha sido impuesto, y que pedirlo de manera directa arruinase el placer. De manera inversa, puedo querer algo, soñar sobre ello, pero no desear obtenerlo: mi consistencia subjetiva puede depender por completo de no obtenerlo y si lo obtuviera colapsaría mi subjetividad. Debemos tener siempre en mente que una de las formas más brutales formas de violencia ocurre cuando algo que deseamos secretamente, o con lo que fantaseamos (pero que no estamos preparados para hacer en la vida real), nos es impuesto por una fuerza exterior.
Las censuras cruciales
La única forma de sexo que encaja perfectamente con el criterio de la corrección política es el contrato sadomasoquista. Los partisanos de la izquierda políticamente correcta a menudo reprochan a sus críticos que se centran demasiado en los excesos de la corrección política, por ejemplo los aspectos censores de la cultura de la cancelación y la cultura ‘woke’, ignorando formas de censura mucho más graves. En el Reino Unido tenemos el servicio secreto MI6 con derecho de veto en cualquier instancia estatal y académica, controles policiales de la actividad sindical, regulaciones secretas sobre lo que puede publicarse en medios de comunicación, interrogatorios a menores musulmanes sobre actividades terroristas, por no hablar del encarcelamiento ilegal de Julian Assange…
Según algunos reaccionarios, a los niños se le debe enseñar una falsa versión de la fundación de los Estados Unidos que se parece más a un parto mítico virginal que a la realidad sangrienta y dolorosa
Estoy de acuerdo en que este listado reúne pecados más graves que la cultura de la cancelación, pero creo que todo esto proporciona el argumento definitivo contra la cultura ‘woke’ y sus regulaciones políticamente correctas: ¿por qué, entonces, la izquierda se centra en aspectos menores de nuestro lenguaje cotidiano en vez de hacerlo en estas cuestiones más relevantes que hemos citado? No sorprende que el propio Assange fuese atacado por algunas feministas políticamente correctas de Suecia (pero no solo de Suecia) que se negaron a apoyarle porque se tomaban muy en serio las acusaciones de conductas sexuales inapropiadas (luego desestimadas por las autoridades judiciales de Suecia). Parece que una infracción menor de las reglas políticamente correctas fuese más importante que ser víctima de la maquinaria del terror estatal.
En cualquier caso, la posición ‘woke’ toca un aspecto realmente importante en la reproducción de la hegemonía. Me refiero a las reacción del sistema, que cambia desde ridiculizar a sus oponentes a ser presa del pánico y tratar de suprimir el antagonismo por la vía legal. Muchas veces encontramos en los medios quejas sobre los “excesos” de las teorías de raza o género que piden volver a las narrativas hegemónicas sobre el pasado americano. Estamos en mitad de una contraofensiva reaccionaria para reafirmar y blanquear el mito americano. Nuevas leyes propuestas en al menos quince estados de EE.UU. proponen prohibir la enseñanza de la teoría crítica sobre la raza, el Proyecto 1619 del New York Times, y también cualesquiera ‘conceptos divisivos’. A los niños se le debe enseñar una falsa versión de la fundación de los Estados Unidos que se parece más a un parto mítico virginal que a la realidad sangrienta y dolorosa.
Doctrinas divisivas
En Idaho, el gobernador Bill Little firmó una ley por la que las escuelas no pueden enseñar teoría crítica de la raza , de la que se afirmaba que “inflama y exacerba divisiones sobre la base del sexo, raza, etnicidad, religión, color, origen nacional, de manera contraria a la unidad de la nación y del bienestar del estado de Idaho y sus ciudadanos”. La teniente-gobernador del estado, Janice McGeachin, estableció una fuerza de trabajo para “examinar el adoctrinamiento en la educación de Idaho y proteger a nuestros jóvenes del azote de la teoría crítica de la raza, el socialismo, el comunismo y el marxismo”.
¿Son las teoría prohibidas realmente divisivas? Sí, pero solo en el preciso de que se oponen (se separan respecto) al mito oficial hegemónico que es ya ‘divisivo en su esencia’: excluyendo a determinados grupos y posiciones, a los que coloca en una posición subordinada. Más allá de todo esto, está claro que los partisanos de los mitos oficiales no se preocupan tanto por la verdad como por la estabilidad de los mitos fundadores. Estos partisanos, y no las personas menospreciadas por ellos como ‘relativistas culturales’, están incurriendo en una posverdad; les gusta mencionar los “hechos alternativos”, pero se niegan a aceptar mitos fundacionales alternativos.
A la vez que criticamos la cultura de cancelación, siempre debemos tener en mente que compartimos sus objetivos (los del feminismo, el antirracismo, etcétera) ya que nuestra crítica radica en la ineficiencia para llegar a ellos. Con los defensores de los mitos fundacionales, la historia es muy diferente: sus objetivos son inaceptables, por lo que esperamos que nunca los alcancen.
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