Cultura

Ese cretino llamado Gordon Lish

Lleva razón Don DeLillo al afirmar que conocemos a Gordon Lish por las razones equivocadas, y la publicación que hace Perfiérica de su novela Mi romance lo demuestra.

Lo mínimo que podíamos pedirle al hombre que creó el estilo Carver y descubrió Jack Kerouac es que fuese un monstruo de su propia escritura. Y lo es, sin dudarlo, lo es. Y es que lleva razón Don DeLillo al hablar afirmar que a Gordon Lish (Nueva York, 1934) lo conocemos por las razones equivocadas. Así lo demuestra la tercera novela suya que publica la editorial Periférica: Mi romance, volumen publicado en 1991 después de Dear Mr. Capote –su primera novela, con 50 años- y Perú.

Apodado el Capitán Ficción gracias a su papel como editor literario en la revista Esquire –trabajó con textos de Richard Ford, Cynthia Ozick, Don DeLillo, Reynolds Price, T. Coraghessan Boyle o Raymond Kennedy -, la figura de Gordon Lish comenzó a avinagrarse luego de que  el periodista de The New York Times, D.T Max, sacó a la luz pública que la prosa minimalista de Carver era invención suya. Él había sido su escritor fantasma.

Y aunque esa, sin duda, es una credencial más que suficiente, los méritos literarios de Gordon Lish superan la invención de otro para remitir a la de sí mismo. Mi romance no es, como él mismo asegura, una novela fácil. Pero… ¿quién dijo que la vida lo fuese? Con apenas un centenar de páginas de grosor, pero acaso subversiva y endiablada, hay quienes reconocen en sus páginas al Dostoievski de El hombre del subsuelo.

Construida a la manera de un monólogo que Lish había pronunciado improvisadamente en una conferencia de escritores, el libro es un torrente literario que corre con la fuerza necesaria para no estropearse ni desbordarse.

En sus páginas un excéntrico editor y escritor –Lish se incluye a sí mismo como personaje- habla desde el estrado de un congreso de escritores en Long Island. A mitad de camino entre un testimonio autobiográfico y un caótico continuum de intrascendencias, este excéntrico personaje habla, sin aparente relación, de su psoriasis, sus medicamentos, sus borracheras, de la enfermedad terminal de su esposa, los tejemanejes de su oficina, del valor de la vendimia, del reloj heredado de su padre...

En una rara cuerda floja literaria, Mi romance borra la barrera entre la realidad y la ficción –alude a personajes reales como el escritor James Saltar y el crítico Denis Donoghue, y menciona su trabajo al frente de Knopf- y se atreve a enseñar al lector su lado más extraño y cínico.

Cuando se publicó hace más de 20 años, la acogida  comercial fue catastrófica: vendió apenas 500 ejemplares. Da fe de ello su editor original, Gerald Howard, quien asegura no haberse arrepentido jamás de publicarla.

La edición, asegura Howard, no fue sencilla. Lish le dio toda clase de dolores de cabeza. Se dice de él que es un hombre paranoico –ve  enemigos en todos lados- y obsesionado con controlar hasta le más mínimo detalle. Y justamente ese rasgo neurótico el que aflora en una prosa expansiva, a veces agotadora, en la que prevalece el valor de lo que Lish cuenta y cómo lo hace.

Una burla al mordaz al frívolo –y a la vez endogámico- mundo editorial en el que Lish ha sido arte y parte, y acaso también persona non grata.  De ahí justamente la fascinación que ejerce este libro, mezcla de mueca y baturrillo, de gran desplante. El gesto idóneo para burlarse de aquello que él mismo ha contribuido a levantar.

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