La teoría de la melancolía, que ya existía desde la Grecia Antigua como estado identificable, cobró en toda Europa un nuevo brío desde el siglo XVI. Instalada en el cruce de la medicina, las ideas y las artes, en España adoptó una personalidad propia durante los siglos XVI y XVII. No es de extrañar la exacerbación de la respuesta iconográfica. Fueron años violentos, un tiempo dominado por el desengaño y la muerte: cuatro epidemias, las guerras de Portugal y Cataluña, la merma de la población española, el abandono del campo, la inflación, la carestía, el férreo ambiente religioso de la Contrarreforma. Un hondo sentimiento de catástrofe, ruptura y extrañamiento se apoderó de España y tomó expresión concreta en las creaciones de personajes como Bartolomé Esteban Murillo, José de Ribera, Alonso Cano y Alberto Durero, algunos de los personajes incluidos en Tiempos de melancolía. Creación y desengaño en la España del Siglo de Oro, una exposición que abrirá sus puertas a partir del próximo 2 de julio en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid.
El desengaño al que alude el título de la exposición es, según los comisarios de la muestra, una palabra consigna del momento. Se hizo manifiesta en la literatura, el arte, la medicina, el teatro y la astronomía entre otras disciplinas. El sentimiento de culpa, el arrepentimiento, la soledad, el misticismo y la meditación se expresan en algunas de las piezas incluidas en la exposición: desde el San Pedro en lágrimas, de Murillo hasta un San Jerónimo penitente, de José de Ribera, cedido por el Thyssen para la muestra. Además del Thyssen, hay obras procedentes de otros museos como la National Gallery (Londres) y el Ingres en Montauban (Francia). Son en total 60 piezas distribuidas en cinco secciones.
Sobre la base de esta estructura, la muestra explora un arco temático que va desde la relación de la melancolía con el genio y la enfermedad hasta su expresión concreta en géneros acuciados por el tiempo y la muerte, y que tiene su ejemplo más claro en las composiciones de naturalismo tenebrista como los cráneos del pintor vallisoletano Antonio de Pereda. Así, el recorrido parte desde Hipócrates y Galeno, quienes aislaron los cuatro humores del temperamento humano: bilis amarilla, sangre, flema y la bilis negra, atribuida a la melancolía como estado.
A partir de los griegos, la melancolía adquiere un diagnóstico y una sintomatología. Los rasgos del melancólico –accesos de tristeza y exaltación, el carácter solitario y extravagante, la obsesión por la muerte y los delirios de grandeza- comienzan a ser relacionados con personas destinadas a grandes gestas, individuos tocados por una potente imaginación. El mito occidental del melancólico había visto la luz y desde entonces, ocupó un lugar importante en la iconografía de la cultura europea, hasta alcanzar uno de sus puntos más altos durante el Renacimiento. Es justamente en esa época cuando Durero crea el grabado Melancolía I.
A lo largo de todo el barroco, la melancolía se convierte en la literatura y las artes en general en el atributo del príncipe, el poeta, el artista y el filósofo. Se expresa, en la literatura, por ejemplo, en el teatro de Lope de Vega y Tirso de Molina o en textos como Los sueños, de Francisco de Quevedo y por supuesto el Don Quijote de Cervantes. Incluso, la figura del príncipe melancólico tiene en esos años su expresión más concreta en Felipe II. En la España de la Contrarreforma, la melancolía adquirió una expresión concreta en el misticismo como arrebato.
La muestra podrá visitarte hasta el 12 de octubre de este año. Como parte de la exposición, el Museo Nacional de Escultura ha programado varios ciclos de música, literatura, así como recitales de poesía y un ciclo de cine.
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