Cultura

El juez Rhodes contra los acreedores: Diego Rivera no pagará la deuda de Detroit

Esta semana, la justicia norteamericana aceptó la suspensión de pagos de una de las deudas más grandes en Estados Unidos desde el siglo XIX. Se trata de los casi 20.000 millones de dólares que acumula Detroit en pasivos. En su sentencia, el magistrado Steven Rhodes rompió una lanza a favor de la colección del Instituto de Arte de Detroit, amenazada en estos últimos meses. 

La Justicia de Estados Unidos ha aceptado la suspensión de pagos de la ciudad de Detroit. La decisión supone dar 'luz verde' a la reestructuración de la deuda de la 'capital del automóvil', en lo que constituye la mayor suspensión de pagos de una entidad pública de EEUU desde que en el Siglo XIX, nueve estados de ese país suspendieron pagos.

El veredicto del magistrado Steven Rhodes supone un hito en la historia de Detroit, que acumula unos pasivos de entre 18.000 y 20.000 millones de dólares (de 13.200 a 14.800 millones de euros). El asunto, sin embargo, pinta mucho más grave, al menos en lo que a patrimonio artístico se refiere.

Aseguradoras de bonos municipales, el sindicato más grande de trabajadores municipales de Detroit y varios bancos europeos solicitaron formalmente esta semana al juez Steven Rhodes ordenar a Detroit la creación formal de una comisión de acreedores para determinar el valor de la colección de arte en el principal museo de la ciudad, el Instituto de Arte de Detroit (DIA, por sus siglas en inglés).

Ya en verano, algunos plantearon la posibilidad de subastar aquellas piezas que no tienen restricciones de venta establecidas por quienes las donaron y entre las que se encuentran las obras más importantes. Algunas de las más destacadas podrían sumar unos 2.500 millones de dólares. En ese lote se incluirían obras de Van Gogh, Caravaggio, Rembrandt, Matisse, Brueghel o de Diego Rivera. De hecho, tan sólo con Marta y María Magdalena, una obra de Caravaggio de 1598, la ciudad recaudaría unos 100 millones de dólares. La más emblemática de esas obras es el mural Detroit Industry, realizado por Diego Rivera. Sin embargo, muchos se preguntas: ¿Se puede pagar una bancarrota estatal con una pintura que denunciaba, justamente, la lucha de clases? Parece que sí. O al menos así lo consideran algunos.

La compañía Financial Guaranty Insurance Co, una de los principales aseguradoras de bonos de la ciudad, impulsó, junto con otros acreedores, insiste, desde hace meses y mucho más durante esta semana, en su solicitud de vender la colección de arte para pagar la deuda. "El arte no es un bien esencial y especialmente no lo es para otorgar servicios a la ciudad", declaró el ejecutivo Derek Donnelly.

Sin embargo otros, entre ellos el propio juez Steven W. Rhodes cuestionan la utilidad real de despojar al Instituto de Artes de Detroit de sus mayores y mejores piezas con una venta que podría generar, como mucho, cientos de millones de dólares para una deuda que alcanza bastante más ceros. Tal y como informó The New York Times, sin mencionar a la institución, Rhodes relativizó lo que para muchos es una jugada perfecta. "Una inyección puntual de dinero por la venta de un activo," dijo Rhodes, sólo habría retrasado "fracaso financiero inevitable".

Para algunos, como Michael G. Bennett, profesor asociado de Derecho en la Facultad de Derecho de Northeastern University, quien estaba en la sala del tribunal durante la sentencia, Rhodes “parecía estar diciendo algo que equivale a una defensa de la colección."

¿Puede una alegoría al trabajo resolver la deuda por mala gestión?

En Detroit, una ciudad de 684.000 habitantes –en su época de pujanza llegaron a ser 1,8 millones- cerca de 80.000 edificios están abandonados o tienen serios desperfectos. El 40% de las farolas callejeras no funcionan. La tasa de paro llegó al 18%, más del doble de la cifra a escala nacional. El total de 317 parques que tenía la ciudad se redujo en 2009 a solo 107, por no poder pagar su mantenimiento.

La decadencia alcanza su fotografía más devastadora cuando se propone la venta de los 12 murales que Henry y Ethel Ford encargaron en 1932 al mexicano Diego Rivera y que ahora forman parte del Instituto de Artes de Detroit. El mexicano pasó siete meses conviviendo en la fábrica para poder captar hasta el más mínimo detalle. No existe otra obra temática similar en la historia del muralismo ni en ninguna otra parte del planeta.

Cuando se inauguró su exposición al público, el mural de Rivera fue motivo de controversia. Políticos y líderes religiosos criticaron aspectos de la obra, decían que fomentaba la "guerra de clases", que se burlaba de Jesús, que promovía la igualdad racial, que era propaganda marxista y más. Hubo incluso una demanda del Detroit News, en ese tiempo era el principal rotativo de la ciudad, para que fuesen retirados.

La posibilidad de la venta de parte de la colección, e incluso del propio mural, ha provocado un intenso debate que ya lleva meses y que ene stod días se recrudece. “Una de las pocas cosas positivas que podrían surgir de los escombros en Detroit es que la gente que honestamente cree que los museos y el arte son esenciales para la vida cotidiana, se dé cuenta de que necesita decir justo eso", escribió Philip Kennicott, crítico de arte y Premio Pulitzer del Washington Post.

No sólo Kennicott se pronunció. En agosto, con apoyo de la organización política MoveOn, un grupo de habitantes de Detroit recolectó firmas de especialistas en arte y personajes de la cultura para pedir al presidente de EU, Barack Obama, y a los senadores que nombren monumento nacional al DIA. La carta buscaba recogió 15 mil firmar para llevar la petición a la Cámara de Representantes.

Ningún otro museo estadounidense del tamaño del Instituto de Arte de Detroit se ha enfrentado antes a una amenaza de este calibre contra la integridad de su colección. Los funcionarios del museo, que han dicho irán a la corte para tratar de evitar cualquier venta, han advertido que si se venden las piezas del museo ya no será capaz de atraer a los donantes y perderá inmediatamente una corriente importante de ingresos fiscales.

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