Parece un amable ensayo de divulgación científica, un ramillete de curiosas explicaciones, una compilación de textos que harían lo que un analgésico: aliviar un dolor, hacer remitir un malestar. ¡Pero no! Este libro, de amable, tiene más bien poco. Se trata de La fábrica de las ilusiones (Ariel), un volumen en cuyas páginas el catedrático de psicología, investigador y divulgador Ignacio Morgado reflexiona científicamente sobre asuntos que tienen que ver con la naturaleza del individuo y con el comportamiento en sociedad.
"La educación es mucho más potente que el Prozac", asegura Morgado, convencido de que el conocimiento sobre cómo funcionamos -desde el punto de vista biológico- nos permite sobrellevar mejor la vida. Influido por la idea almibarada que tenemos de la palabra ilusión, el lector se acerca, cándido, a las páginas de este libro y es entonces… ¡zas!, cuando se da cuenta de que el asunto es bastante más complejo que una supuesta fórmula para ser feliz. Y no: por ahí no van los tiros.
La tesis central de La fábrica de las ilusiones es, más o menos, la siguiente: el cerebro y la mente generan ilusiones -símiles y representaciones-. La existencia de éstas proviene de mecanismos adaptativos con los que el ser humano -mejor dicho éste como expresión de la naturaleza- ha conseguido sobrevivir, pero que no están exentos de una explicación biológica a la vez que ambiental. ¿Es innata la inteligencia? ¿Estamos predispuestos a la violencia? ¿La homosexualidad es genética o depende también del ambiente? Son esas algunas preguntas que se plantea Morgado.
Catedrático de Psicobiología en el Instituto de Neurociencia de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), Ignacio Morgado ha realizado estudios y trabajos de investigación en la Universidad de Oxford o el Instituto Tecnológico de California. Suyos son algunos libros, entre ellos, Aprender, recordar y olvidar o Cómo percibimos el mundo. Con La fábrica de las ilusiones continúa su labor de divulgación y análisis y justamente sobre algunas de esas cuestiones conversa con Vozpópuli en esta entrevista.
-La mente prefiere un símil de la realidad, antes que la realidad. El cerebro elabora ilusiones adaptadas al medio en el que vivimos, dice usted. Entonces, ¿el cerebro nos engaña?
-Ya verás, creo que quizá después de este libro logre que nunca más hagamos esa pregunta tal y como usted la ha formulado.
-¡Es cierto! Lo dice en el libro, es incorrecto decir ‘el cerebro nos…’.
-Exactamente. La gente dice el cerebro nos engaña, como si el cerebro fuese distinto de nosotros. Lo correcto sería preguntarse: ¿el cerebro se engaña a sí mismo? Somos nuestro cerebro y la mente que ese cerebro crea. A través de la mente podemos conocernos a nosotros mismos, tener noción de nuestra existencia y de la de otros. Es una paradoja: sabemos del cerebro, por una mente que lo crea. Si se altera el cerebro se altera la mente.
-Según dice, estamos determinados genéticamente, pero un ambiente puede servir de abono para que se expresen determinados genes. Entonces, estamos salvados, porque genética no es destino.
-La genética hace que todos nazcamos con dos brazos, dos ojos y una nariz… pero hay otras cosas que no están determinadas genéticamente al cien por cien, por ejemplo, el grado de inteligencia. Sólo una parte de nuestra inteligencia parece ser genéticamente influida, otra depende de la educación, el ambiente o la cultura.
-Si nos atuviésemos a la idea de que la historia va a mejor, podríamos pensar que el ser humano replica esa dinámica, ¿realmente es así?
-Esa mejoría de la que habla es un concepto relativo. El concepto de bondad o maldad surge del cerebro y sus mecanismos. Podría haberse desarrollado, por ejemplo, un tipo de cerebro cuya mente no incluye los conceptos de bondad o de maldad.
"Prácticamente todo lo que hay en la mente humana no tiene una correspondencia fuera de ella"
-En ese caso, en lo que moral respecta: lo bueno, lo correcto o incorrecto, ¿elaboramos ilusiones o cumplimos convenciones?
-Prácticamente todo lo que hay en la mente humana no tiene una correspondencia fuera de ella. Lo que existe es la forma que tiene el cerebro de leer la realidad, y lo hace a su modo. Por ejemplo: en el mundo lo que existe en verdad es energía electromagnética, pero el cerebro no lee fotones lee luz. Por tanto, la luz es una ilusión creada por el cerebro a partir basándose de una realidad específica. La luz, en sí misma, no existe fuera de nosotros.
-Insisto: hablemos de la moral. Pensemos en el copiloto de Germanwings. Todos le juzgamos moralmente. Pero, y si estudiásemos equivocados, ¿no es absurdo buscar maldad ahí donde hay enfermedad?
-Lo primero que tengo que decir sobre esto: nadie puede penetrar en la mente de otra persona. Podemos hacer hipótesis basándonos en lo que sí vemos, que es su comportamiento. Basándonos en conocimiento científico, se pueden decir algunas cosas sobre lo que ocurrió: este señor sufría un trastorno mental y por tanto, un trastorno cerebral permanente (estaba tratado y medicado). ¿Qué tipo de trastorno había? Se habla del más típico cuando la gente se suicida: la depresión. Ésta se genera por alteraciones en los neurotransmisores. Se da en grados muy distintos: está la depresión mayor o las más corrientes, que son transitorias.
-Pero… ¿qué hay, químicamente, en alguien que es capaz de matarse a sí mismo y a 150 personas más?
-Insisto: es una opinión, una hipótesis. Este señor sufría de un trastorno que le impedía pensar en algo más que en él mismo. ¿Le producía algún beneficio, placer o formaba parte de un plan matar a toda esa gente? Ni siquiera se lo planteaba. Es como si los demás no existieran. No pasaba por su mente la idea de que si se mataba, mataría a 150. A una persona normal le cuesta mucho entender eso. Pero no estamos hablando de un cerebro normal sino de un cerebro enfermo. Y esa enfermedad podía incluir esa falta de empatía total. No es que Andreas Lubitz no tomara en cuenta a los pasajeros, es que para él no existían. Su conflicto mental era tan duro que le llevaba a olvidarse del resto del mundo que no fuera él mismo.
"No es que Andreas Lubitz no tomara en cuenta a los pasajeros, es que para él no existían"
-Vivimos una vida rápida, disponemos incluso de una farmacopea que nos quita desde la ansiedad hasta el insomnio. ¿Hasta qué punto nos hemos vuelto seres insatisfechos, poco empáticos? ¿No estamos enfermos todos?
-Hay mucha tendencia a creer que quienes estudiamos la mente humana o el comportamiento desde la bilogía, olvidamos el entorno. Y eso no es verdad. Nada tiene más fuerza para cambiar el cerebro que la educación.
-¿Más que el Prozac?
-Pues sí, puede que más que el Prozac. La educación es mucho más potente. Tiene una propiedad moduladora mucho más profunda. El Prozac causa un efecto grosero, la educación te permite perfilar mucho más qué es aquello que deseas cambiar. Un fármaco produce un cambio más genérico, la educación permite refinar, se dirige a determinados tipos de comportamiento: más o menos altruistas, más o menos solidarios. Ningún medicamento puede afinar cómo quieres reconducir tu comportamiento. Es una fórmula genérica de modificación del cerebro y la mente.
-Una sociedad educada es más crítica, pero desarrolla más tendencia a la frustración. Al leer la explicación que usted da de la sonrisa de La Gioconda, el lector piensa: "Ah, claro pero, por otro lado … ¡qué aguafiestas!".
-¿Tú crees que alguien agua la fiesta cuando te explica la fórmula química que produce el perfume de una rosa? ¿Te deja de resultar menos agradable por conoce la fórmula química? ¿Verdad que no…? Eso es conocimiento.
"¿Tú crees que alguien agua la fiesta cuando te explica la fórmula química que produce el perfume de una rosa?"
-Perdone, adonde quiero llegar es… ¿una sociedad más educada puede ser más tolerante a la frustración o incluso más empática, menos agresiva?
-Antes me preguntaba si estábamos todos enfermos. Ésa es una forma de verlo. ¿Quieres decir que el hecho de que hayamos heredado circuitos que nos predisponen a la agresividad nos predispone? Claro. Esos circuitos han tenido una función importante en los seres anteriores a nosotros. Los animales que no son primates agreden con una finalidad concreta relacionada con la supervivencia. Nunca agreden por agredir, lo hacen para conseguir comida, agua, sexo… El ser humano en cambio tiene mucha agresión gratuita o al menos no relacionada con la supervivencia. Es ahí cuando comenzamos a llamarla violencia.
-¿Qué mecanismo ha operado para generar conductas que no tienen un fin en sí mismo?
-La evolución es ciega. El mecanismo evolutivo no es teleológico, no persigue llegar al hombre perfecto. La evolución es incuso chapucera. Si algo medio funciona, ahí queda. No tiene un sentido perfeccionista. El único objetivo que podría existir en la naturaleza, desde le punto de vista teleológico, lo explica Richard Dawkins en su libro El gen egoísta. El único objetivo que existe, si pudiésemos atribuirle a la evolución y la naturaleza algo como eso, es la perpetuación de los genes que funcionan. Los cuerpos morimos, pero prevalecen los genes. ¿Y cuáles son? Aquellos que han dado lugar a cuerpo resistentes que no han permitido que los genes mueran. Pero su fin no es un ser perfecto.
-Sin duda, los que han buscado un ser humano perfecto se han cargado a la mitad de Europa intentando conseguirlo.
-Exactamente. Por eso digo que hablar de enfermedad, habría que darle una vuelta. Si somos seres violentos, en determinada manera estamos enfermos. Pero el concepto de enfermedad lo hemos construido nosotros con ese cerebro, el mismo que produce violencia.
"La evolución es ciega. El mecanismo evolutivo no es teleológico, no persigue llegar al hombre perfecto"
-En el libro la palabra ilusión es fundamental, porque se vacía de una carga y adquiere otra. Es un libro que parece divulgativo pero mete más caña de la que parece… ¿Qué intenta? ¿Adónde desea llegar con este libro?
-Conocer cómo funcionamos nos permite perdonar más nuestros propios errores, ser menos duros con nosotros mismos y con los demás y por tanto, ser más tolerantes y más solidarios. La ciencia te enseña que muchos de los errores de que cometemos no son producto de la maldad, sino que estamos hechos de una forma que ha conseguido la naturaleza teniendo que crear comportamientos malignos o negativos para asegurar la supervivencia. Así estamos hechos y no lo podemos evitar. Cuando uno entiende eso, acepta más los errores.
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