1914, un año total. La fecha en la que se puso en marcha la picadora de carne… y de qué forma: un millón de muertos tan solo durante los primeros cinco meses; hambre; epidemias; migraciones forzadas y cuatro imperios desaparecidos tras una contienda que llamaron la Gran Guerra porque nadie se imaginó que habría una segunda. Ese año también ocurrían muchas otras cosas: episodios de un mundo que cambiaba veloz y al que le pasaba desapercibida su propia imagen en medio del atronador ruido de la batalla. Esa es la hipótesis de la que parte el historiador, investigador y ensayista Antonio López Vega en el libro 1914. El año que cambió la Humanidad (Taurus, 2014).
Las siete puñaladas que la militante sufragista Mary Richardson le asestó a La Venus del espejo, de Velázquez, en la National Gallery de Londres; la pronunciación del discurso de José Ortega y Gasset, Vieja y nueva política, como signo de una generación de intelectuales modernizadores en la España de comienzos de siglo; la toma de Veracruz por los marines estadounidenses, acto afirmativo de un país que se convertiría en la potencia occidental; el estreno de El ruiseñor de Igor Stravinsky, la versión melódica de lo que Cézanne había comenzado en 1900 y Picasso acuñó en Las señoritas de Avignon en 1907; la apertura del canal de Panamá, la vía de navegación que reconfiguró el mercado mundial… Sí, todo y más ocurrió en ese año, 1914.
Premio de Investigación Julián Marías 2012, López Vega es autor de una obra que se asienta en la construcción de un relato enmarcado en la historia del pensamiento. Su biografía de Gregorio Marañón Radiografía de un liberal (Taurus, 2011) fue elegida el mejor libro de no ficción de 2011. Es profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid y subdirector académico del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset de la Fundación Ortega-Marañón. Ha ejercido también la docencia en la Universidad Carlos III de Madrid, además de ser profesor visitante en numerosas universidades y Visiting Scholar en el St. Antony’s College de la Universidad de Oxford, donde, en buena parte, se fraguó este libro.
–Si fuese posible hacer tal elección, de los episodios que aparecen mencionados en el libro, ¿cuáles considera decisivos?
–Históricamente hemos dado más importancia es al asesinato de Francisco Fernando y al estallido de la guerra. Pero el libro plantea todo lo contrario, hay una serie de episodios que han pasado desapercibidos porque no tienen esa plasmación tan plástica de la guerra como fragor y drama, que son igualmente importantes en términos de cambios estructurales del paso del siglo XIX al XX y que si hubiesen ocurrido en otro año tendrían significación por sí mismos. Por ejemplo, el atentado de Mary Richardson contra La Venus de espejo. Habría que imaginar que hoy entrase alguien a la National Gallery o al Prado y apuñalara un lienzo. También la toma de los marines en Veracruz, la emergencia del poder americano que va a convertirse en una de las principales potencias del mundo en el siglo XX frente a su aislacionismo en el siglo XIX. He hecho un poco de trampa con Stravinsky, porque su obra decisiva fue en 1913. Sin embargo, 1914 es un año axial, porque marca una tendencia. He utilizado la referencia cronológica como argucia narrativa para expresar unas transformaciones profundas que ocurren en ese momento.
–Partiendo de ese tapiz que tejen juntos todos estos hechos… ¿Cómo era la Europa de 1914 frente, por ejemplo, a la de 1933? ¿Quizá más cándida?
–A Europa lo que le sucedía en enero de 1914 es que las personas que tomaban decisiones y marcaban tendencia no habían vivido una guerra en suelo europeo. Es cierto que Europa estaba en guerra desde 1870, porque todos los imperios coloniales experimentaron conflictos, pero el drama de una guerra para la población no es el mismo que cuando ocurre en suelo europeo. Sin embargo, y lo reflejo en el libro, todo el mundo fue encantado a la guerra. Nadie pensó que sería tan larga. Además... supuso un cambio de paradigma, porque se supone que la guerra la ganan los sistemas parlamentarios liberales. Sin embargo, a principios de los años 20, entran en crisis y nos adentramos en la era de las tiranías y las dictaduras autoritarias, casi todas de corte nacionalista y de derechas. Cita usted el ascenso de Hitler, pero al descomponerse el imperio austrohúngaro, todo el Este de Europa experimentó un cambio hacia sistemas liberales que se conviertieron en dictaduras, como pudo ser en España la de Primo de Rivera; la de Salazar en Portugal; la Italia de Mussolini, aunque él es más cercano a Hitler y el totalitarismo nazi… Europa entra en la edad del horror, que tuvo su máxima plasmación en 1939.
–Menciona usted el discurso de Ortega y Gasset pronunciado en 1914. Fue justamente esa la generación que experimentó la división entre germanófilos y aliadófilos, ¿una paradoja de la modernidad?
–He utilizado el discurso de Ortega no para estudiar España, porque este libro aborda más bien los cambios que ocurren en el mundo. Lo que sí me parece relevante de esa discusión entre aliadófilos y germanófilos en el contexto intelectual, pasa por el hecho de que muchos de la generación de 1914 son científicos en el amplio sentido: Ortega, Marañón, Quevedo, Cabrera, Enrique Moles… La mayor parte de ellos estudiaron en el extranjero. El destino al que más se dirigen, porque era el centro de la ciencia en aquel momento, es Alemania. Sus afectos intelectuales están muy próximos a Alemania, pero cuando llega la guerra se dan cuenta de que, en realidad, Alemania está abusando de su posición y está llevando a Europa a la guerra y se vuelven aliadófilos, lo cual demuestra su honestidad intelectual.
–¿Sobre qué pilares ideológicos está sostenida la Gran Guerra?
-La razón se ha quebrado a comienzos del siglo. Los descubrimientos de Einstein y en cierta medida los de Freud muestran que las cosas son inciertas. El tiempo no es un valor permanente y eso quiebra el parámetro racional que venía desde Newton. Se crean así dos tendencias: la existencialista y la raciovitalista, que lo que viene a decir es que lo real puede ser incierto, como nos ha demostrado Einstein, pero de lo que sí hay certezas es de la propia vida. La guerra está empujada por un periodo en el que ha triunfado lo irracional y eso explica, entre otras cosas, el entusiasmo con el que la gente fue a la guerra y que se ve por ejemplo, en el futurismo de Marinetti. En esa guerra coinciden muchas variables, por ejemplo, lucha entre sistemas parlamentarios liberales (Francia, Inglaterra) e imperios autócratas (Austria, Hungría, Alemania), pero en términos de pensamiento hay elementos más complejos. En todo caso, si hubiese que definir con una expresión qué produce la guerra en Europa, sería el nacionalismo.
–En 1914 también, como cita en el libro, se crea el Canal de Panamá. Un hecho que modifica un tipo de comercio y reconfigura económicamente el mundo.
–Una de las cosas que se ha tratado en este libro es que, a partir de 1914 el mundo deja de ser extra europeo. América Latina existe ya como posibilidad y mundo pujante. Tiene una realidad propia, con crecimiento, con sistemas políticos homologables a los europeos y con su propia modernidad. Estados Unidos se convierte en un eje. También están China, que comienza su revolución en 1911; Rusia; Japón con su nacionalismo emergente… Se trata de un mundo que comienza a conectarse y de ahí el capítulo sobre el Canal de Panamá.
–¿1914 es una fecha crepuscular o iniciática? ¿Una Europa termina o comienza otra distinta?
–Seguramente las dos cosas. Termina la Europa representada en la Inglaterra victoriana, esa Europa de Jane Austen, de los convencionalismos (eso se ve en el capítulo que dedico a las mujeres) y empieza la Europa de los nacionalismos y con ella, el siglo de los horrores, por la capacidad de destrucción. Pero también ocurre otra cosa: las prácticas humanas, se inicia el siglo de la libertad, de las mujeres, de los intelectuales, de la mayor aspiración a la justicia social. Es crepuscular en relación al mundo del XIX, que acaba con las estructuras cerradas y las clases asfixiantes y empieza ese otro, que ha ordenado nuestra vida de manera más libre. Siempre nos fijamos en lo horrible del siglo XX, pero una de sus consecuencias positivas es que el lugar de nacimiento no condiciona la vida.
–Cita a las vanguardias, pero el entusiasmo y el voluntarismo que las caracteriza es casi romántico, una respuesta enfática del tipo del siglo XIX para cantar a lo que será el siglo XX: el progreso, los cambios de representación de la realidad…
–Yo no estaría tan convencido de eso. Las vanguardias, efectivamente, tienen un sentido de innovación permanente pero hay una diferencia sustancial, que es la aplicación de la crisis de la razón al mundo artístico. Técnicamente lo que Picasso hace es, dado que hemos alcanzado la perfección racional, por ejemplo el realismo del XIX y Einstein nos ha demostrado que lo que conocíamos hasta ahora es incierto, pues vamos a descomponer las formas. Allí surge el cubismo, o Stravinsky con la descomposición de las melodías.
–Este libro tiene una concepción humanista.
–El libro empieza con ese mundo donde la técnica y la ciencia luce orgullosa su poder y, sin embargo, el ser humano, en tanto más avanza el progreso, destila capas de sufrimiento como jamás lo había hecho. Eso hace que a finales del siglo exista justamente una apelación a la recuperación del ser humano como centro y objeto de nuestro sistema y, por tanto, aunque hoy vivimos en una sociedad post humanista, en el fondo estamos volcados en el individuo. Por ejemplo, en los sistemas políticos se produce un descrédito de las dictaduras, que no siempre fue así. En la España del 23, se recibió a Primo de Rivera como el cirujano de hierro que vendría a salvar el cuerpo de la nación española. Se habla de sistema parlamentario liberal como un sistema débil que atiende a las minorías y por tanto, tras la Primera Guerra se apela a los poderes fuertes y partidos únicos sin pestañear. A la vez que ocurre esa conciencia, se producen otros cambios: el papel de la mujer en el mundo contemporáneo… Hay un poso histórico de aprendizaje. Si hoy alguien se trepa a la Cibeles y nos llama a exterminar judíos, nos levantaríamos contra la barbarie xenófoba.
–Bueno, en algunos lugares, quizá, le votarían.
–Eso es diferente. Supongo que se refiere a Le Pen. No es racista en el sentido étnico. La paradoja de finales del XX y comienzos del XXI radica en el hecho de que con la crisis económica, esos nacionalismos cuestionan todas las herramientas de solidaridad que surgieron en Europa. Por eso el discurso de Le Pen ha tenido tanto éxito. Esa idea de 'Francia para los franceses'. Pero no es un discurso de razas (demasiado desacreditado), de ahí que aparezca esta idea de ‘como no hay trabajo para todos, tenemos que preservar el trabajo para los nuestros’, un mensaje insolidario, de regresión y de notabilísimo egoísmo, pero que no es análogo a la extrema derecha de entreguerras. Quiero creer que la historia sirve para esto. Estudiar el pasado para entender el presente y construir un mundo mejor.
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