Cultura

Canta, oh Diosa, la cólera... de Juan Manuel de Prada

Todo en él es excesivo: su verbo, su vehemencia, la extensión de sus libros. No le basta a Juan Manuel de Prada el éxito de su voluminosa novela sobre los héroes de Baler y el conflicto en Filipinas: 'Morir bajo tu cielo' (Espasa) Ahora, el escritor arremete contra todo y contra todos en su ensayo 'Dinero, demogresca y otros podemonios' (Temas de Hoy).

Parece más enfadado en el papel que en el cara a cara. Cítrico, aunque correctísimo al momento de hablar, el escritor Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) arroja luz sobre su más reciente libro: Dinero, demogresca y otros podemonios (Temas de hoy), un volumen –aunque él no niegue- pesimista, pero no del todo desesperanzado; por muy contradictorio que suene.

Juan Manuel de Prada hace en este libro lo que en su columna del ABC: revolver a diestros y siniestros

En las páginas de este ensayo –separado apenas unos meses de la publicación de su ciclópea novela Morir bajo tu cielo (Espasa)-, Juan Manuel Prada se prodiga en un retrato de España que resulta entre esperpéntico y escéptico. Ese punto donde una frase chirría a la vez que da qué pensar. Así es De Prada: áspero como una esquirla o la rozadura de la costra. Las uñas, afiladitas, limándose contra una pizarra sin estrenar.

En Dinero, demogresca y otros podemonios, Juan Manuel de Prada arremete -según sus editores- contra los “nuevos tiranos”, aquellos que proclaman la ruptura con la “tradición como liberación para el ser humano”. Vamos, que según el autor, los ciudadanos suponen una masa fácilmente manipulable por un poder trasnacional. En este libro no queda títere con cabeza: desde el PP o PSOE hasta Podemos. A todos toca su ración.

De Prada hace en este libro lo que en su columna del ABC: revolver a diestros y siniestros. Porque las etiquetas pretende quitárselas a sombrerazos o -en tal caso- descerrajando polémicas opiniones. Así lo dice el autor de La Tempestad –Premio Planeta en 1997-: de derechas nada. Se asume como un pre-moderno, mejor dicho: un antimoderno –para ser exactos-. Ni conservar el orden establecido ni dinamitarlo. ¿Entonces qué? De Eso habla en esta entrevista.

-¿Por qué tanto enfado? ¿Qué le pasa a Juan Manuel de Prada en este libro?

-En una persona que tenga sentido de la justicia, estar airado es lo normal. El escritor tiene una obligación de señalar las lacras de su tiempo y denunciar al poderoso.

-Pero, a ver: comparar a Podemos con los demonios de Dostoievski, ¿no le parece exagerado?

-Denuncio no a Podemos, sino al caldo de cultivo que ha permitido su afloramiento. Podemos es una respuesta lógica e incluso inevitable que llevaba cociéndose desde hace mucho tiempo. Con el término Podemonios, a través de Dostoievski, aludo a quienes han permitido que Podemos apareciera. Lo que más me repugna es toda esta gente que está en los programas de televisión metiéndole miedo a la gente con Podemos.

"Con el término Podemonios, a través de Dostoievski, aludo a quienes han permitido que Podemos apareciera"

-Le dan más votos, sin duda.

-Ellos dicen: Podemos viene a quitaros vuestro dinero, vuestra religión, a destruir vuestra forma de vida. Y la realidad es que quienes han destrozado nuestra forma de vida han sido ellos.

-¿Si no fue posible una República de las Letras… será posible una República de los Tertulianos?

- Yo no creo que sea gente cultivada. Son personas, no diremos que a sueldo, pero sí muy próximas a los negociados de derechas e izquierdas, que teatralizan una oposición o una enemistad para tener a la gente entretenida. Se amalgaman ante el de poder del tirano…

-Esa figura atraviesa todo el ensayo. ¿A quién alude como tirano?

-Me refiero a los poderes trasnacionales, al poder del dinero, de la plutocracia. Los estados no pueden controlarlo. Es el tirano vislumbrado por Tocqueville y Donoso Cortés. Tocqueville habla de un tirano que se dedica a halagar los bajos instintos de la gente para tenerla entretenida, a la vez que dicta leyes que la irán convirtiendo en auténticos rebaños…

-Pero esa es una visión paternalista. ¿Cree que la gente emite balidos?

-Es evidente. No reacciona contra lo que está pasando… Hay algo que descalifica a la teoría económica liberal. Según ésta, la gente se rige por el egoísmo; la suma de ese egoísmo hace que funcione el sistema económico. Eso es falso. La gente tiene miedo: el que tiene un trabajo estable teme que le bajen el sueldo, el que tiene un trabajo inestable tiene miedo a que se lo quiten, el que está en el paro tiene miedo a no tener jubilación. El miedo agarrota.

"La gente tiene miedo, a perder el trabajo, a no cobrar jubilación... Y el miedo agarrota"

-Es usted profundamente pesimista en su concepción del hombre en sociedad.

-Al contrario, soy pesimista con respecto a cómo se ha podido romper la cohesión humana. Ya no tenemos nada que nos una. No tenemos capacidad para enfrentarnos al poder.

-Dice que la democracia no venció al cainismo, alude al exceso de leyes como agravante…

-Las sociedades avanzadas tienen pocas leyes. Cuando se quiere elogiar a Gran Bretaña es, justamente, por la ley nacida de la costumbre. Las leyes surgen para solucionar conflictos, allí donde hay más leyes es donde hay más conflictos.

-Si he entendido bien, según usted, cuanta más democracia, peor estamos. Eso depende, claro, de a qué democracia se refiera.

-En este libro lo que se condena es a la perversión a la que ha sido sometida la democracia. Ha perdido su razón de ser, que es la representación política. Elegimos a unas personas para que nos representen, pero que ni hacen tal cosa ni se sienten responsables por no hacerlo. Rinden cuentas ante otras instancias. La forma que tenemos de gobierno es un Estado de partidos, con oligarquías políticas que se sostienen con mecanismos como el consenso…

-Consenso, palabra que todo el mundo se afana en denostar. ¿De la Transición para acá hemos perdido el tiempo?

-Sí. Hemos entrado en un proceso que no tiene nada que ver con lo que le vendieron a la gente. El consenso es el instrumento al que apelan los políticos, para lo mismo: para que lo que la gente le pide no se lleve a cabo. Alude al bien común como objetivo de la actividad política.

-Del 77 en adelante, ¿quién o quiénes cree que realmente han obrado en función del bien común?

-Si nos atenemos a las pruebas, diríamos que ninguna, aunque no se trata de generalizar. Pero si percibimos el grado de enfrentamiento que tenemos hoy, es obvio que han prevalecido los intereses de grupo, ya sean regionales o gremiales. Los poderes han vivido de eso: enfrentar a catalanes con no catalanes, a hombres con mujeres, unas clases sociales contra otras…

"Los poderes han vivido de enfrentar a catalanes con no catalanes, a hombres con mujeres…"

-¿Por qué eso es visible ahora y no hace diez años?

- Las dosis de morfina que administraba el sistema para tener todo en calma, que es el dinero, adelgazó.

-¿Y usted? ¿Vivía tan preocupado hace diez años?

-Totalmente, ahí está todo lo que he escrito.

-Su última novela se desarrolla en un siglo clave aunque nefasto. Y su ensayo recoge muchos temas irresueltos que provienen de ese tiempo.

-Muchos de los males que padecemos vienen del siglo XIX. La restauración fue muy semejante a la transición. Claro, hoy es más complejo. España fue un imperio. Los territorios de ultramar tenían el mismo estatuto jurídico que el territorio peninsular, a diferencia de las colonias francesas o inglesas, que eran esclavos. Lo que pasó en el XIX con América o en el 98 con Cuba y Filipinas es lo que puede ocurrir hoy con Cataluña. La diferencia está en que Filipinas está a millones de kilómetros de Cataluña.

-Juan Manuel de Prada, tal y como lo han elaborado los lectores, es un personaje excesivo, provocador, asociado a un pensamiento de derechas, ¿cómo se define usted?

-Yo soy antimoderno. Un antimoderno no puede ser conservador. Los conservadores y los liberales son producto de la modernidad. Al antimoderno no quiere conservar el estado de cosas vigente; tampoco desea destruirlo, como los revolucionarios, sino devolverle una forma de vida que ha sido sepultada. No me puedo reconocer como conservador. Por ejemplo: Rajoy sí lo es, coge las leyes de Zapatero y las conserva.

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