Un hombre que lee a Jorge Luis Borges mientras cicatriza una herida de doce centímetros es capaz de todo, incluso de levantarse y salir a escondidas del hospital a dar un paseo por su propio pie, con el muslo abierto y las vías de medicación intravenosas aún puestas -como en efecto hizo-. “Pensaba entonces que mi convalecencia iba a ser más larga. Lo que se esperaba que fueran 25 días lo reduje todo lo posible y justo una semana después del percance, reaparecí”, dice. El torero Alberto López Simón describe la recuperación de la cornada de la Feria de Otoño como quien habla de su propia resurrección. Tiene apenas 24 años, pero sabe emprender un viaje como sólo pueden hacerlo los dioses: en ambas direcciones. Hacia a la muerte y de regreso de ella.
López Simón tiene apenas 24 años, pero sabe emprender un viaje como sólo pueden hacerlo los dioses: en ambas direcciones. Hacia a la muerte y de vuelta de ella
Tenía cinco años cuando el Atlético de Madrid hizo doblete en la temporada 96/97. Entonces ya era un colchonero irredento y estaba por descubrir que iba para torero. En la temporada que finalizó en otoño, el matador de Barajas, como lo llaman los taurinos, ha salido tres veces consecutivas por la puerta grande de la Plaza de Las Ventas, la última de ellas con una cornada que le había alcanzado el pubis y que no le impidió regresar cojitranco de la enfermería al centro del ruedo. La hazaña le valió el reconocimiento unánime como la figura, el gran personaje, de 2015.
Alberto López Simón comparte con José Tomás algo más que la superstición de no usar los ascensores el día que torea. Él, como José Tomás, también se arrima a ese lugar donde cogen los toros. Quienes saben de esto aseguran que el joven matador hace lo que Belmonte: torear olvidándose del cuerpo y haciéndose sostener por el espíritu, que precipita en cada pase como si abanicara las tardes con el alma. Porque López Simón se planta en los medios, bien sujeto con los pies de plomo. Jamás los mueve, ni se quita. Y si lo hace será porque el toro se lo ha llevado por delante.
"Cada vez que sales a la plaza te encuentras con un animal que te puede matar. Tienes que ser muy maduro. Tienes que aceptar y entender que el percance puede llegar en cualquier momento. Lo que te fortalece para sostener y vivir esa soledad en la plaza es la soledad de quien torea. Estás rodeado de espectadores, pero en verdad estás solo con un trapo, un trozo de tela, delante del toro”, explica López Simón sentado en el despacho de un concesionario automovilístico de Colmenar a las ocho de una tarde ya sin luz. Con la temporada americana ya en marcha y un compromiso en la Feria de Cali el próximo 26 de diciembre, el tiempo de López Simón es escaso, así que cualquier minuto que se pueda rebañar a su agenda vale lo que un brillante engarzado en oro.
"Lo que sostiene para vivir esa soledad en la plaza es la soledad del toreo. Estás rodeado de espectadores, pero en verdad estás solo con un trapo, un trozo de tela, delante del toro"
Al escucharlo puede uno llegar a olvidar que tiene sólo 24 años. Es alto, delgado y dueño de unos ojos oscuros, tanto como su cabello bruno de puro azabache. Tiene la mirada limpia y al hablar sonríe; sonríe mucho. No hay en su conversación la impostación con la que suelen hablar los toreros de sí mismos. Incluso quien lo ve por la calle, con las zapatillas y el plumas, jamás adivinaría que este chico va a su trabajo de Purísima y oro y con una espada en la mano. De la nueva camada de toreros, Alberto López Simón es el más moderno: lee a Jorge Luis Borges, Chesterton, Charles Baudelaire, Graham Greene, Calderón de la Barca…; sus amigos -algunos matadores, otros no- parecen más hipsters que diestros repeinados; es más de Andrés Calamaro que de Sabina y un hincha incondicional del Atlético de Madrid.
Su fascinación por los astados viene de muy lejos. Tenía 4 años cuando acudió por primera vez a la ganadería de unos amigos de su padre en la Sierra de Madrid. Aquel hijo de una familia que de torera no tenía nada, encontró en aquel sitio la que sería su vida. "De ahí me quedó algo dentro", explica. Y aunque la finca fue vendida y el toreo se disolvió en su memoria, la vocación volvió a tocar la puerta con los nudillos bien apretados. Tuvieron que pasar unos cuantos años, claro. A los 14, y animado por su amigo Yelco Álvarez, López Simón se inscribió en la Escuela Taurina de Madrid, la de Marcial Lalanda.
Sin Yelco Álvarez es imposible explicar al López Simón torero que fascinó a todos en el San Isidro de este año pero tampoco sería posible comprender al López Simón persona. Yelco no es sólo su hombre de confianza, ni el que le acompaña donde quiera que va. Es eso y mucho más. Fue su mozo de espadas y la persona que lo sacó de un hondo pozo anímico que mantuvo a Alberto López Simón alejado de los ruedos un año entero, en 2014. Fueron días ásperos, llenos de dudas sobre la propia vocación y el sentido de su toreo.
“No puedes ir vacío a la plaza más importante del mundo. Y así me sentía yo: vacío. El toreo es un arte que implica el sentimiento, no puedes hacerlo si estás vacío. Puedes llegar a pegar pases, pero si algo no te inquieta, si no hay nada que plasmar frente al toro, es imposible crear arte”, dice López Simón. Escuchándolo hablar en un despacho de paredes grises, es cuando uno entiende qué empuja esa entrega que se parece tanto a la locura y que le ha dejado impresas en el cuerpo cicatrices de cuatro, diez, quince y 12 centímetros.
"El toreo es un arte que implica el sentimiento, no puedes hacerlo si estás vacío. Puedes llegar a pegar pases, pero si algo no te inquieta, si no hay nada que plasmar frente al toro, es imposible crear arte”
Su toreo “es verdad”, dice…. Que no de verdad o verdadero, sino Verdad. Su toreo conmueve y paraliza. En Alberto López Simón aquella virtud –la verdad- es una forma de existencia y no un atributo; es un sujeto y no un adjetivo. La procedencia de su verdad es etimológica: algo sin velos, desvelado – recordad, del griego: aletheia- ante los ojos de quienes lo miran. No hay mayor emoción que la verdad, dijo de él la inmensa periodista Rosario Pérez, y es por eso que al tendido le ocurre lo que el pasado 2 de octubre. Aquella tarde, con la plaza a reventar, herido en el primer toro con una cornada de 12 centímetros que alcanzaba el pubis, el matador de Barajas salió de la enfermería para lidiar el astado que quedaba. Después de salir por la puerta grande, entonces sí, volvió al quirófano para operarse.
Su temporada de 2015 fue apoteósica. Comenzó en mayo en Las Ventas con dos Puertas Grandes en 20 días. Allí donde fue, López Simón arrancó la emoción de los tentidos: San Sebastián, Bilbao, Sevilla, Aranjuez, Albacete, Sevilla, Zaragoza… Aún convaleciente de una severa cornada sufrida en Albacete, confirmó la alternativa en Nimes y siguió rumbo a la feria de Otoño de Madrid y después a la del Pilar en Zaragoza en un mano a mano con Talavante. “Cuando estaba en el hospital salí a caminar por la tarde con mi madre, sin que se enteraran los médicos. Quería sentirme bien y me veía bien. Tú puedes estar completamente curado, pero si te sientes vulnerable, vas a estar vulnerable (…)”, dice sobre aquella asombrosa recuperación.
Qué pasa por la cabeza de un hombre que ha llegado a decir que un toro que entrega su vida merece la suya a cambio. En qué piensa tras la verónica impecable o el redondo sinfónico. Delgado como una tabla, de espaldas pequeñas y larguísimas piernas, hay algo frágil en su cuerpo, no así en su espíritu, aunque él diga lo contrario. “Me considero una persona bastante frágil y no es algo que necesariamente quiera corregir, porque esa fragilidad emocional te da un punto de sensibilidad para crear, para fundirte con el animal. La esencia del toreo está ahí. Se basa en mostrarme como soy. Desnudar mi alma para entregársela al toro. Cuando eso ocurre, hay una emoción que se traslada a los tendidos. Trabajo para mostrarme lo más natural posible. La naturalidad llega en cualquier ámbito del arte. Lo natural, lo verdadero, conecta con el público”, dice López Simón en el minuto 38 de una entrevista que debía durar veinte.
A él, un matador que recién cumple los 24, que rejuvenece una fiesta que vive horas bajas, tocaría preguntar qué opina del creciente movimiento antitaurino
En los carteles que hizo la Feria del Pilar para promocionar las corridas, un retrato en blanco y negro del matador, sentado en un taburete y tapado sólo por el capote, dejaba ver el costurón de doce centímetros que ilustra la certeza de esa frase #SoyVerdad. “Ha llegado un momento de mi vida en el que me siento maduro, pero no porque haya envejecido, sino porque han ocurrido cosas. En 2014 pasé un bache que me hizo crecer. Era lo peor que podía pasar, había llegado la temporada y yo estaba en casa, parado”. Que vivir sin torear no es vivir lo dicen casi todos los toreros. A mitad de camino entre la frase hecha y el tópico, hay algo sin embargo demoledor en esa frase, un algo incomprensible que escapa a toda la lógica.
Acaso para apurar la última pregunta de una entrevista que podría durar días, toca buscarle las cosquillas al diestro, pedir su opinión sobre un cada vez mayor movimiento anti taurino dentro y fuera de las instituciones y que ya se ha concretado en medidas oficiales, una de ellas por ejemplo la supresión de las ayudas para la Marcial Lalanda, la escuela madrileña donde López Simón se formó siendo apenas un adolescente. “Respeto todas las opiniones y cada quien puede creer lo que considere. Y pienso, quizá, que el mundo del toro años atrás tuvo una fuerza tremenda y los estamentos taurinos quizá se han acomodado, porque era un espectáculo que se defendía por sí solo. Ahora hay una reacción y creo que los taurinos, profesionales y aficionados, debemos quitarnos todo tipo de complejos y no taparnos”.
A él, un matador que recién cumple los 24, que rejuvenece una fiesta que vive horas bajas, tocaría preguntar qué ha ocurrido. ¿Es demasiado cerrado el mundo del toro? ¿Debería hacer un esfuerzo por comunicarse mejor? “Sí, tenemos que intentar llegar a aquellas personas a las que no le interesan los toros. El aficionado que va a la plaza ya lo tenemos, hay que cuidarlo y darle calidad, pero hay que hacer un esfuerzo para llegar a la mayor parte de la sociedad, por eso se ha creado esta fundación de apoyo al toreo. No vamos a cambiar a los antitaurinos, porque cada quien es libre de opinar y creer lo que considere, pero sí debemos al menos contarles cómo se hace el toreo para que sepan en verdad cómo es”, dice Alberto López Simón.
Un hombre que lee Borges mientras cicatriza no es normal, tiene algo de ser extraordinario, aun sin traje de luces
Cae la noche sobre una autovía en la que los coches raspan el asfalto. Y uno se aleja preguntándose de qué tiempo proviene López Simón. Un hombre que lee Borges mientras cicatriza no es normal, tiene algo de ser extraordinario, aun sin traje de luces. Porque acaso, como en aquella canción de Calamaro, el Tercio de los sueños, Alberto López Simón se hace viejo muy rápidamente y no porque cuelgue sus años salvajes en un clavo en la frente, sino por ese viaje de ida y vuelta que consigue librar sólo como saben hacerlo los héroes desafiantes: con belleza y verdad.
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