Los Miró no se venden, de momento. Aunque el Estado portugués no se da por vencido e insiste en rebatir la negativa de Christie’s de subastar en Londres 85 obras de Joan Miró. Encontraron "irregularidades jurídicas"; eso adujo la firma para no llevar a cabo la subasta. De consumarse la venta, el Estado portugués ganaría 35 millones de euros y los portugueses habrían perdido la oportunidad de desarrollar y explotar culturalmente una colección que por una serie de carambolas, fraudes y desastres financieros cayó en manos del Estado desde 2008. El rifi-rafe prosigue: la Fiscalía portuguesa pidió este miércoles por segunda vez la suspensión de la venta, el Estado insiste y Christie’s calla.
La extraña historia de esta colección empieza en 2006, cuando el Banco Português de Negócios (BPN), una institución que con el tiempo iba a convertirse en la pesadilla financiera de varios Gobiernos nacionales, compró estos 85 cuadros, por 34 millones de euros, a un empresario retirado japonés, Kazumasa Katsuta, el principal coleccionista privado de Miró, de ahí la coherencia de la colección, que llevó a la Dirección General de Patrimonio portugués a expresar su disconformidad con la opción del Gobierno de vender las obras. La pregunta que queda sería… ¿Por qué tanta urgencia por rematarlas?
Tras una serie de quiebras declaradas y de inyecciones de dinero, en 2011 el Banco Português de Negócios fue reprivatizado y vendido por 40 millones de euros al banco BIC, de capital angoleño. Sin embargo, los compradores solo se hicieron con la parte saneada de la institución; el resto quedó en manos lusas. Entretanto, el agujero del Banco Português de Negócios chupa con fuerza. De ahí que el Gobierno, para hacer caja y enjugar parte de esta inmensa deuda, decida vender esta colección alegando que le llegó de rebote y sin pretenderlo.De momento, la venta está paralizada. Lo ha dicho la propia casa de Subastas.
El agujero del Banco Português de Negócios chupa con fuerza. De ahí que el Gobierno, para hacer caja y resolver parte de esta inmensa deuda, decida vender esta colección.
Lo cierto es que el mercado del arte se somete hoy día a los martillazos de la crisis, los compromisos fallidos de propietarios públicos y de las casas subastadoras, que se frotan las manos gustosas por el patrimonio que cae en sus manos para ser colocado en venta. Pasó hace poco, también por Christie’s, que cobró 200.00 dólares por tasar las obras con las que Detroit pretendía pagar parte de la deuda de 19.000 millones de dólares.
La idea –detenida por una medida legal dictada en diciembre de 2013- era subastar aquellas piezas que no tuviesen restricciones de venta establecidas por quienes las donaron y entre las que se encontraban las obras más importantes de su principal museo, el Detroit Institute of Arts. Algunas de las más destacadas sumaban unos 2.500 millones de dólares. En ese lote se incluirían obras de Van Gogh, Caravaggio, Rembrandt, Matisse, Brueghel o de Diego Rivera. De hecho, tan sólo con Marta y María Magdalena, una obra de Caravaggio de 1598, la ciudad recaudaría unos 100 millones de dólares. Incluso se llegó a hablar de los 12 murales de Diego Rvera.
Pero Detroit no es la única que intentó tirar de patrimonio artístico o histórico para reducir sus deudas. En junio de 2013, la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, también.
Pero Detroit no es la única que intentó tirar de patrimonio artístico o histórico para reducir sus deudas. En junio de 2013, la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, anunció un duro plan de ajuste de las empresas públicas para poder seguir pagando los cerca de 8.300 millones de deuda que acumulaba la ciudad con bancos y empresas públicas, además de la lista de facturas sin pagar. El asunto llegó a tal punto que, para 'colaborar' con el plan de la Alcaldesa, Madrid Espacios y Congresos, la empresa dependiente del Ayuntamiento de Madrid, malvendió 26 cuadros pertenecientes a artistas modernos como Manuel Miralles, José Guerrero o Manuel Rivera.
Un total de 63 obras fueron a parar a manos de Ansorena, casa madrileña responsable de la subasta. El resultado no pudo ser más desastroso. Los lotes alcanzaron un 40% de su precio y el Ayuntamiento solo ingresó 322.000 euros de los tres millones que tenía previsto obtener el presidente ejecutivo de Madridec, Fernando Villalonga. Aunque Ana Botella había paralizado en primera instancia su venta, esta terminó llevándose a cabo. ¿El resultado? La institución vendió a precios de gallina flaca obras que desde hace más 20 años se encontraban en el Palacio de Exposiciones y Congresos y que formaban una colección más o menos digna y coherente.
¿Una de las pérdidas más sensibles? Sin duda, un cuadro del pintor Manuel Millares, que salía a un precio de 150.000 euros, el más alto de todos los lotes. La pieza ha estado expuesta en pinacotecas de Nueva York, en el Museo Reina Sofía y en el Museo Municipal de Arte Contemporáneo de Madrid y es una de las más cotizadas del artista. En la selección estaba también un cuadro de José Guerrero, Sol y sombra, que salió en la puja por 30.000 euros, y otro de Manuel Rivera, titulado Metamorfosis, que también comenzó con un precio de 25.000 euros. Salieron a subasta también piezas de Antoni Tàpies y de Josep Mompou.
Otros casos: rematar o pagar
En Bilbao ocurrió algo parecido, auque con bemoles: era una colección privada, cedida a un museo público, pero privada al fin y al cabo. En junio de este año salieron a la venta las 45 obras que componen la colección privada Homenaje a Chillida, presentada en el museo Guggenheim de Bilbao en 2006, y que permanecía cedida desde entonces al Museo de Bellas Artes de la capital vizcaína para disfrute del público y de las pinacotecas de todo el mundo que han querido albergarlas en préstamo. Sin embargo, una deuda de la empresa propietaria de la colección, el Grupo Urvasco, con la Diputación Foral fue la razón que motivó de la venta.
Según la estimación de Christie’s, la colección sumaba un valor de entre ocho y trece millones de euros, entre otras cosas porque en ella estaba incluida la monumental escultura Buscando la Luz IV, una obra de 8,5 metros de alto que Chillida terminó un año antes de morirse, y cuyo valor se calculó en los 3,5 millones. La obra presidía, desde su colocación en febrero de 2007, la Plaza de la Convivencia a los pies de las Torres de Isozaki, el complejo residencial de 22 pisos y más de 300 viviendas construido en Bilbao por el arquitecto japonés Arata Isozaki (Oita, 1931) y el Grupo Urvasco. Terminó vendiéndose por 4.806.209 euros; una cifra muy por encima de su precio de salida.
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