Albert Camus es una figura difícil para los franceses. Cada vez que intentan tocarla, algo ocurre. Estalla una alarma, un cerco de culpa, de veladas y raras acusaciones. Así ocurrió durante el 50 aniversario de su muerte, cuando el presidente Nicolás Sarkozy propuso que los restos del escritor fuesen trasladados al Panteón de Francia. Entonces, la idea de llevar a Camus al lugar donde se encuentran Voltaire, Zola, Víctor Hugo, Pierre y Marie Curie, Alejandro Dumas y André Malraux, entre otros, no fue bien recibida por los hijos del ganador del Premio Nobel de Literatura en 1957. La historia se repitió, también, en el centenario de su nacimiento, con una polémica exposición que exaltaba el velo argelino de la personalidad literaria y política de Camus. La muestra, tal y como ha sido pensada, no se realizó. En su lugar, se llevó a cabo un sucedáneo divulgativo de la Cité du Livre en Aix en Provence.
Pero hay algo mucho más profundo detrás de la figura del filósofo y escritor. Si como escribió Hannah Arendt, Camus y su generación se vieron “tragados por la política como si los absorbiera la fuerza del vacío”, el autor intentó, en lo posible, resistirse a ese impulso. "Cuando una palabra puede conducir a la eliminación despiadada de otras personas, el silencio no es una actitud negativa", dijo Camus. La responsabilidad intelectual, explicó el británico Tony Judt en el magnífico ensayo Camus, el moralista reticente -publicado en la revista Letras Libres- para Camus "no consistía en tomar partido, sino en rechazar hacerlo donde esta no existía". He allí una clave de esta larga y amarga historia.
Simone de Beauvoir, Sartre o Roland Barthes le reprocharon a Camus que La peste no situara histórica y políticamente la responsabilidad de la plaga que azota en la ficción a los personajes de la historia. Según escribe el español José María Ridao en Camus ante su tiempo, sintiéndose acusado de haber traicionado sus orígenes tras alcanzar el éxito como escritor –en 1952, Francis Jeanson y Sartre le llamaron burgués para explicar la crítica de El hombre rebelde a la idea de revolución y de la moral revolucionaria–, el escritor y filósofo decidió mostrar la extrema miseria en la que había vivido durante su infancia en El primer hombre, una novela autobiográfica que no llegó a culminar. La muerte -en un accidente de coche, en 1960- le sorprendió cuando estaba escribiéndola.
Camus, ¿el extranjero o el neutral?
Nacido en el seno de una modesta familia de emigrantes franceses, su infancia y gran parte de la juventud de Albert Camus transcurrieron en Argelia. Inteligente y disciplinado, Camus empezó sus estudios de filosofía en la Universidad de Argel. Comenzó a ser conocido como escritor en 1942, cuando se publicó su novela corta El extranjero, ambientada en Argelia, y el ensayo El mito de Sísifo, obras que se complementan y que reflejan la resonancia que sobre él tuvo el existencialismo.
Su posicionamiento sobre la situación política de Argelia –no sólo ese tema, bastantes otros más- resultó para muchos ambiguo y polémico en el contexto francés. La autora argelina Maissa Bey argumenta que la obra El extranjero concedió a Albert Camus el rango de “escritor de la Tierra de Argelia”, pero sin ser considerado argelino. El motivo de este rechazo o distanciamiento tiene su raíz, según Bey, en las declaraciones que hizo el escritor después de recoger el premio Nobel, en 1957. Tras emitir su discurso, un joven argelino le hizo varias preguntas respecto al conflicto que existía en la colonia francesa. La respuesta que le dio Camus quedó marcada en la memoria de todos los argelinos: “Entre la justicia y mi madre, elijo mi madre”.
Dispuesto a retirarse del ruido y la furia de la vida pública parisina, Camus mantuvo un creciente desacuerdo con los bandos del conflicto argelino.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Albert Camus se implicó en los acontecimientos del momento: militó en la Resistencia y fue uno de los fundadores del periódico clandestino Combat, desde 1945 hasta 1947 fue su director y editorialista. Sus primeras obras de teatro, El malentendido y Calígula, prolongan esta línea de pensamiento del posicionamiento moral individual. Los problemas que había planteado la guerra en Europa inspiraron sus Cartas a un amigo alemán, en cuyas páginas reflexiona sobre la memoria y el perdón. Sin embargo, y en lo que al tema argelino se refiere, existen muchas más variables que la sola enunciación de la neutralidad.
Dispuesto a retirarse del ruido y la furia de la vida pública parisina, dice Tony Judt, Camus mantuvo un creciente desacuerdo con prácticamente todos los bandos del conflicto argelino, cuya guerra por la descolonización comenzó en 1954. El tema era complejo para Camus. El escritor había nacido allí, hizo periodismo e investigación para el periódico Alger Republicain y había publicado en 1939 una serie de ensayos La miseria de Cabilia, donde dejaba claras muchas de sus ideas. La intolerancia de las partes enfrentadas, los errores políticos de los franceses y los árabes, y la evidencia cada vez más clara de la imposibilidad de un pacto, insiste Judt, “lo llevaron de la razón a la emoción y de la emoción al silencio". Desgarrado entre sus "compromisos morales y sus vínculos sentimentales, no tenía nada que decir y por tanto no dijo nada: un rechazo a ‘comprometerse’ en el gran problema moral de su tiempo que muchos le reprocharon en la época y en años posteriores”, remata el británico.
En el planteamiento de la fallida muestra, Stora planteaba que Camus estaba de acuerdo con el autogobiernosin comulgar con la independencia.
Y he allí la razón por la cual la organización de la muestra programada en ocasión del centenario, originalmente a cargo de Benjamin Stora, uno de los más relevantes estudiosos de la historia argelina (específicamente de su colonización), generó tanto escozor. Tras dos años de trabajo en el proyecto, Stora recibió una carta de pays d'Aix (la autoridad regional) que le comunicaba la cancelación de la exhibición. Las razones aducidas fueron la falta de presupuesto y problemas logísticos. Sin embargo, para Stora había bastante más tela que cortar tras estos motivos.
Una de las líneas argumentales centrales de la muestra era la vinculación de Camus con Argelia. La naturaleza de Camus como un pied noir (residentes en el país norteafricano de origen francés, que llegaron a alcanzar el millón) y su posición en un comienzo favorable cuando los argelinos se alzaron en lucha por su independencia, así como su postura intermedia entre la comunidad gala asentada allí y los rebeldes, son algunas de las claves. En el planteamiento original de la exposición, Stora intentaba dejar de manifiesto cómo Camus estaba de acuerdo en que Francia debía otorgar mayor autogobierno a su colonia sin necesariamente comulgar con la independencia.
Cuando Argelia alcanzó la independencia, en 1962, dos años después de la muerte de Camus, los franceses radicados allí se desplazaron de vuelta a la metrópoli. Buena parte de esa comunidad se instaló en la región en la que se encuentra Aix en Provence (se calcula que de sus 140.000 habitantes unos 40.000 son pieds noirs). También allí vivió Camus con su familia, en la casa de campo que tenía en Lourmarin. Según algunos, esos pieds noirs aún recuerdan el papel de Camus en la guerra colonial, lo que no les hizo muy proclives a la idea de reivindicarle en su tierra, menos en una exposición a cargo de un intelectual cercano en su día al Frente de Liberación Nacional argelino. Stora, además, quería resaltar en la exposición el humanismo de Camus durante esta guerra, que le llevó a denunciar las torturas y las penas de muerte impuestas a cientos de independentistas.
Camus es, hoy día, el autor francés más vendido en el extranjero. Sin embargo, la Biblioteca Nacional François Mitterrand (BNF) ha preferido pasar por alto su centenario.
La cancelación de la exposición de Camus a mediados del 2012 supuso, para muchos, una medida radical. Tanto, que los responsables políticos de Aix en Provence se vieron forzados a reconsiderarla. Optaron entonces por incluirla de nuevo en el programa conmemorativo, con un cambio notable: la función de comisario fue asignada a Michel Onfray (autor de El orden libertario. La vida filosófica de Albert Camus), biógrafo del escritor, quien exigió como condición para aceptar el cargo que la muestra fuese permanente. La medida supuso un cubetazo de agua a la ya concentrada discusión sobre la naturaleza política de Camus. Sin embargo, tampoco prosperó. Onfray renunció al proyecto y la muestra, que finalmente optó por el descafeinado e inofensivo título Camus, ciudadano del mundo, terminó en una modestísima y reducida exhibición en unas pocas salas de la Cité du Livre.
Camus es, hoy día, el autor francés más vendido en el extranjero. Sin embargo, y muy curiosamente, la Biblioteca Nacional François Mitterrand (BNF), que en los últimos tiempos ha honrado la vida y obra de Leroux, Boris Vian o el propio Sartre, ha preferido pasar por alto su centenario. "Es un verdadero misterio", señaló a la prensa Antoine Gallimard, editor de la obra de Camus. "Hemos propuesto en varias ocasiones la idea, sin recibir respuesta ni de la BNF ni del Centro Pompidou ni del Ministerio de Cultura. Parece como si hubiera algún problema con él. Y eso que se ha llegado a hablar de trasladar sus restos al Panteón. Pero algo pasa con Camus y nadie se atreve a decirlo. Lo que yo no me esperaba, a estas alturas, es que la figura de mi padre siguiera molestando tanto", declaró la hija del autor, Catherine, al diario El Mundo.
¿El absurdo? ¿Cuál?
Albert Camus se opuso al cristianismo, el marxismo y el existencialismo. Se opuso, quizás, a cualquier recipiente de la contundencia. En El hombre rebelde dejó muy clara la desconfianza y reticencia que para él suponía toda ideología, así como los matices sobre lo que rebelión -en términos hegelianos- y revolución significaban. Dios, moral y principios fueron cuestionados, probablemente, desde la sustancia individual, el más firme pegamento que une la obra con la actitud pública de Camus. “¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero negar no es renunciar: es también un hombre que dice sí desde su primer movimiento. (...) El rebelde (es decir, el que se vuelve o revuelve contra algo) da media vuelta. Marchaba bajo el látigo del amo y he aquí que hace frente. Opone lo que es preferible a lo que no lo es”, escribe Camus en las primeras páginas de esta obra publicada en 1951 y que le valió la crítica y acusaciones de sus contemporáneos.
“¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. El rebelde (es decir, el que se vuelve o revuelve contra algo) da media vuelta".
Puede que las páginas de El hombre rebelde sirvan de guía para comprender la posición de Albert Camus durante los años de la liberación francesa del dominio nazi, la posguerra, la guerra fría y, por supuesto, en conflicto colonial francés. Camus surgió de la Resistencia francesa, insiste Judt, como "el portavoz confiado de una nueva generación con una fe inquebrantable en los grandes cambios de la liberación llevaría al país". Aun así, la búsqueda del equilibrio, de la neutralidad, le costó muy caro: desde la propia sensación de cobardía hasta la constante sospecha que su neutralidad despertó entre los intelectuales franceses de la Francia de aquel entonces.
Tras la liberación de París, Camus no se apuntó a juicios sumarios contra los hombres de Vichy. No pidió cabezas y hasta fue acusado por el comunista Pierre Hervé de compasivo. Y lo hizo, pidió clemencia para Robert Brasillach, periodista colaboracionista juzgado en 1945 quien fue declarado culpable de traición y sentenciado a muerte. Esa búsqueda del equilibrio lo llevó exculpar en alguna ocasión a unos cuantos, de la misma en que le hizo cargar tintas contra aquellos que juzgaban la privación de libertad de expresión bajo Stalin pero no bajo el régimen franquista, tal y como le reprochó a Gabriel Marcel en diciembre de 1948. A eso se suma, por supuesto, su enfrentamiento con la gauche francesa –el pope Sartre el primero- por las purgas estalinistas. Muchas de esas obsesiones están recogidas en sus recopilaciones ensayos y artículos publicadas entre 1946 y 1951: Ni víctimas ni verdugos y Justicia y odio.
Cien años... y todas sus hilachas para un pensador y escritor todavía difícil de deglutir para la Francia del siglo XXI, que recibe el aniversario del nacimiento de Albert Camus como una rara dicha, de esas que no pueden envolverse con el tierno moño de los adjetivos totales, mucho menos de las militancias confesas. Resulta incómodo el silencio de los hombres que dudan, el suyo quizás más que el del resto.
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