Ese príncipe que fui es la nueva novela con la que Jordi Soler (México, 1963) saca todavía más punta al afilado lápiz de su humor. Y con él habrá de pintar bigotes a los vivos y muertos. En las páginas de este libro, Jordi Soler narra la historia de Federico de Grau-Moctezuma, supuesto príncipe y último heredero en España de la princesa Xipaguazin, una hija de Moctezuma que llegó en el siglo XVI al Pirineo de Lérida raptada por Juan de Grau, un noble catalán que había participado en la conquista de México junto con Hernán Cortés.
Para dar vida a este hilarante y esperpéntico personaje, Jordi Soler se ha inspirado en el estafador Guillem Grau, que a mediados de los años cincuenta se hacía pasar por heredero directo del emperador Moctezuma II y que se dedicó a vender títulos nobiliarios aztecas en la Barcelona franquista de los setenta. Porque Soler siempre recupera el pasado, a veces para reírse de él, en otras como estricto terreno literario. Aquí coinciden ambas intenciones, con un resultado potentísimo.
El protagonista está inspirado en Guillem Grau, quien vendía títulos nobiliarios aztecas en la Barcelona franquista de los setenta
Después de su aclamada trilogía sobre la guerra civil, Jordi Soler retoma la senda de humor con Diles que son cadáveres (2011) y Restos humanos (2013), una novela que provoca, como Ese príncipe que fui, una risa sabrosa y la carcajada a mandíbula batiente. Hijo de catalanes emigrados a México, Jordi Soler ambienta esta historia entre México, el pirineo catalán y la Barcelona del franquismo. “Sobre lo que pasaba en la Barcelona de la época del franquismo, no veo diferencia con el resto de España: los verdaderos antifranquistas, los irreductibles, abandonaron el país en 1939”, dice para descartar cualquier reivindicación.
Detrás de la historia curiosa que cuenta Ese príncipe que fui, se levanta una crítica feroz no sólo contra el poder, sino también con esa especie de idea cándida e ingenua que España tiene de América Latina, según afirma el propio autor. No es una novela sobre la conquista o contra la conquista. Jordi Soler, caballero de la joyceana orden de Fineganns -que reúne a escritores como Enrique Vila Matas o Marcos Giralt– y autor de Los rojos de ultramar, La última hora del último día y La fiesta del oso conversa en esta entrevista sobre pícaros e impostores, pero también sobre el poder satírico de la literatura.
-La idea del timo y estafa que rodea a Federico de Grau alude a la mirada sobre el pícaro, sin embargo, aquí hay algo más… ¿qué exactamente? ¿criticar a la burguesía catalana o a la España de aquellos años?
-A mí me parece que la mirada burlona del narrador tiene un espectro más amplio, cuestiona a la aristocracia y a la monarquía, pero también la forma en que el ciudadano común se arrodilla ante los oropeles del poder. El príncipe Moctezuma que estelariza mi novela es consciente del poder, del embrujo que emana de su linaje y, como cuenta con la ingenuidad de la sociedad que tiene alrededor, decide convertirse en administrador de su persona y se vuelve muy rico. El príncipe contaba con el aprecio del dictador y en aquella época eso era fundamental.
"El príncipe Moctezuma contaba con el aprecio del dictador y en aquella época eso era fundamental"
-El pícaro, entonces, en toda regla.
-Quiero decir que el pícaro necesita de la bobería de la gente para triunfar con plenitud. Mi príncipe, modestia aparte, triunfó con mucha plenitud.
-¿Y la Barcelona de aquellos años?
-Sobre lo que pasaba en la Barcelona de la época del franquismo, no veo diferencia con lo que pasaba en el resto de España: los verdaderos antifranquistas, los irreductibles, abandonaron el país en 1939.
-Ha declarado que con este libro quería “acabar con ese mito” de que los catalanes no participaron en la corona porque “la Corona” les hacía de menos. Me gustaría confirmar esas palabras y, de ser posible, ahondar en ellas.
-Confírmelas, faltaba más. Son cosas que se dicen y que yo he experimentado en un lugar tan raro como el asiento trasero de un Taxi en la Ciudad de México. Iba cubriendo un trayecto largo, tan largo que el taxista acabó enterándose de mi raíz catalana, un dato que aprovechó para despotricar contra los conquistadores españoles, y demarcar un círculo sanitario alrededor de Cataluña: “Pero los catalanes no participaron en la conquista”, dijo y yo asentí, aunque sabía que el hombre estaba muy desorientado. La Conquista fue un negocio, como la Guerra de Irak, y a la hora de sacar réditos y obtener dividendos la patria pasa a un segundo o tercer plano.
"Los verdaderos antifranquistas, los irreductibles, abandonaron el país en 1939"
-En su novela, la visión que tenía el franquismo tanto de México como de América Latina parecía acaso demasiado telúrica, incluso cándida. A juzgar por las opiniones de su narrador, el asunto sigue exactamente igual.
-Desde luego, la visión que se tiene en España de México, y de Latinoamérica en general, campea entre la ignorancia y la ingenuidad, aunque también interviene cierta mirada imperial; pero de aquel lado también se tiene una visión errónea de lo que es España en el siglo XXI. Yo me he cansado, por ejemplo, de decir y de escribir que México no está en Sudamérica como afirma, porque así se los enseñaron en el colegio, el ochenta por ciento de los españoles. A mí, que la mayoría no sepa ni siquiera ubicar a México en el mapa, me parece un signo inequívoco del poco interés que se tiene aquí por aquel continente que, por cierto, con sus 450 millones de personas que hablan español, ha hecho de España un país relevante en el mundo.
-El Grau estafador conserva un aire de familia con El Santo, protagonista de su libro anterior Restos Humanos. Algo esperpéntico los une. ¿Usted, a la manera de Valle Inclán, no le da tregua a sus personajes no?
Admiro mucho a Valle-Inclán y me encantan los personajes esperpénticos pero, más allá del esperpento, no creo que El Santo de mi novela anterior se parezca al Príncipe Moctezuma, que es un verdadero canalla. También creo que a los personajes no hay que darles tregua, hay que ponerlos a currar porque si no se duermen en sus laureles.
-Ésta, aunque pudiera parecerlo, no es una historia a la que mueva ninguna reivindicación.
-No hay, en efecto, reivindicaciones, lo que hay es crítica feroz de tres o cuatro instituciones y yo diría, puesto a hacer la suma, que la crítica en esta novela va contra el poder y la identidad; incluso el pasado se ha rescatado con el afán de criticarlo, pero todo con humor, como usted bien dice, no vaya pensarse que este libro es una rabieta.
-Nunca ha habido arma más incisiva que la sátira.
-El humor me sirve para llegar a rincones de la historia donde la gravedad y la solemnidad no llegan; cada vez que el lector se ríe se abre una grieta por la que se cuela el escritor, la risa procura la complicidad y la empatía. Me gustan mucho los escritores que me hacen reír y yo mismo, cuando estoy escribiendo mis novelas, me río a carcajadas.
-Resulta curioso que sea justamente el hallazgo de un tesoro lo que impulse a su narrador, este banquero jubilado, a meterse en harina sobre la princesa Xipaguazin. La coincidencia entre un falso noble arruinado y un banquero jubilado es a su manera tragicómica...
-Puede serlo, pero la verdad es que el banquero jubilado que narra mi novela obedece a una necesidad técnica, más que tragicómica; necesitaba un narrador que pudiera inmiscuirse en ciertos círculos a la hora de seguirle los pasos al Príncipe Moctezuma, y pensé que un banquero sabe secretos de su clientela que nadie conoce y, en algunos casos, ha beneficiado a alguno con un préstamo; de manera que este banquero que narra tiene derecho de picaporte con, por ejemplo, el Alcalde de Barcelona. El banquero, a cierto nivel, es como el cura o el proctólogo, más vale tenerlos contentos para que no les de por hablar.