Novela, ensayo, poesía, crónica o acaso todo junto, como si fuese posible inventarse un libro que, a la manera de una barrita energizante, redimiera la carestía y el hambre acumulada de horas ásperas. Pero no, no existe la comida rápida para la anorexia lectora, mucho menos listas para paliar algo como la estepa del día a día.
Llega el final de 2015 y la enumeración, como el selfie, los runners y la comida sin gluten obran su lento efecto de peste... Hay que recurrir a ellas para contrabandear, recuperar y esparcir lo mejor -una categoría arbitraria- lo bello y lo distinto con el efecto de las grageas.
Parece que cuando decimos abajo las listas es cuanto más las usamos, acaso porque sirven para contener, para acotar -arbitraria y torticeramente- aquello que se desborda. Los libros -los buenos y los malos- publicados durante este año forman parte de ese vaso que se derrama. En Vozpópuli hemos optado por hacer un repaso de los que valdría la pena retomar. Así que, tomando prestdo el título de Isaac Rosa -Otra maldita novela sobre la guerra civil-, aquí va una lista, otra maldita lista.
Pureza, de Jonathan Franzen (Salamandra)
Libertad levantó en España un verdadero revuelo. El entusiasmo que despertó en la crítica fue tan pernicioso y desmedido que ni aquellos que vendieron a Franzen como un genio, como el nuevo gran novelista norteamericano, pudieron reponerse después del subidón; entonces pasaron a odiarlo. Palmeros locales y The Paris review a un lado, hay que defender que Pureza, lo nuevo de Jonathan Franzen, es un elogio y una defensa del género de la novela. Porque Pureza es una novela con mayúsculas, al más digno estilo del realismo decimonónico. Está rellena, es cierto, con el tiempo que corre, el siglo XXI, pero cada personaje tiene los modos de los seres creados por Balzac, Dostoievski, Tolstoi, Flaubert o Faulkner. Andreas Wolf, este trasunto de Assange, es un populista de las filtraciones, un falso héroe incubado en la Alemania Oriental y a quien Franzen tiene reservado el más oscuro de los inicios –normal, Franzen odia las redes e Internet-. Justamente ahí, en la mezcla de su pulpa, en el reproche familiar –hijo pródigo de unos padres funcionarios en la Alemania comunista- es de donde brota el Tolstoi que reconocemos. Pero él no es lo mejor. Tan sólo Pip, su madre Annabelle y su abuela, ese árbol genealógico enrevesado y envenenado, dan para quedarse, boquiabierto, a punto de llorar con la estrategia catedralicia de esta joya. Hay que decir, claro, que Franzen no se queda en el sentimentalismo, en la estructura afectiva de las familias. Reflexiona sobre la muerte del periodismo, sobre el verdadero quehacer ciudadano. En Pureza, Franzen aborda, como ya lo hizo en Libertad y Las Correcciones, una reflexión sobre la verdadera calidad moral de Estados Unidos, pero sin ese sonsonete ni esa endogamia cansina de entregas anteriores. Lo hace con belleza, con técnica y talento. Pureza (Salamandra), es sin duda, un novelón. Es, con permiso, la novela del año.
Gracias por la compañía, de Lorrie Moore (Seix Barral)
Es una de las autoras norteamericanas más potentes de su tiempo, si es que existe algo como un tiempo y volvió este año con una granada. Se trata de Gracias por la compañía, un volumen donde el fracaso es una sustancia, un hilo que sutura y deforma por igual a seres de alma contrahecha. En estas páginas, Moore regresa a su lugar por excelencia: el relato. Publicado por el sello Seix Barral este volumen retoma los temas aparcados de Autoayuda y Pájaros de América (1998). Parejas destrozadas o acaso demasiado volcadas en la tarea de acabar con lo que queda de ellas mismas; la extraña amistad entre una compositora que teme al fracaso y un anciano; la relación imposible entre un hombre judío y culto con una mujer que se desvive por su –nada brillante o completamente imbécil- hijo adolescente; una boda como la excusa para la reunión de los desechados, los marginados… el vertedero humano, en todas las formas posibles del siempre estropeado paisaje americano.
El Quijote adaptado por Andrés Trapiello (Destino)
Andrés Trapiello no es sólo un cervantino, es un escritor ciclópeo, alguien dotado para la palabra en todas sus formas: desde la construcción de sus diarios, poemas, ensayos y novelas hasta el complicado oficio de arrancar los sentidos olvidados a un castellano que ya nadie habla desde hace 400 años. Eso es lo que ha hecho el escritor en la versión adaptada del Quijote que ha publicado este año con el sello Destino en una cuidadísima edición que recuerda a los volúmenes de antaño, aquellos tiempos cuando los libros se editaban para ser leídos. "En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor" es ahora, con Trapiello, "en un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía no hace mucho un hidalgo de los de lanza ya olvidada, escudo antiguo, rocín flaco y galgo corredor". La primera línea del Quijote no la tocó, dice, porque es como el Partenón. La adaptación de Trapiello es una extracción, el oficio paciente de quien exprime la “muerta lengua” para obtener “palabras vivas”, que diría Grisóstomo en su canción.
Diario de un noctámbulo, de Francisco Umbral (Planeta)
La editorial Planeta publicó este año en un mismo volumen las colaboraciones radiofónicas con las que un veinteañero Francisco Umbral debutó en la emisora 'La Voz de León', donde trabajó entre 1958 y 1961. El libro reúne un total de 665 textos que habían permanecido inéditos hasta ahora y cuya lectura sorprende y emociona. “Buenas noches, cobarde, triste amenazado de la vida, buenas noches. Sí, hermoso cobarde, también a nosotros nos asusta la vida. La amamos como tú, pero nos asusta”, reza uno de los magníficos textos incluidos. Del otro lado está el Tiempo reversible, que reúne las mejores crónicas de Umbral -textos pertenecientes a Diario de un snob, Spleen de Madrid y Los placeres y los días-, precedidas además de un soberbio prólogo de Antonio Lucas, quien parece dispuesto a competir con la voz de Umbral, a declararse heredero de su prosa plástica, perfecta para comprimir el mundo en metáforas
Dos años, ocho meses y veintiocho noches, de Salman Rushdie (Seix Barral)
Esta es su novela número doce. Y puede, sin duda, que se trate de la mejor que haya escrito. Para quienes han leído por completo la obra de Salman Rushdie (Bombay, 1947) puede parecer incluso que el escritor británico ha estado décadas preparándose para acometer Dos años, ocho meses y veintiocho noches (Seix Barral), una de sus entregas más arbitrarias y hermosas, un destilado de la que ha sido la sustancia de su literatura: el combate que libran la fantasía y la realidad; la bisagra perpetua entre culturas y religiones; el mito y la fábula como reino. Uno en el que nadie jamás podrá cortarle la cabeza. El acertijo de la novela radica en la operación oculta de su título, esa forma distinta de ordenar los factores para llegar a la misma cifra, la de Las mil y una noches. En las páginas de Dos años, ocho meses y veintiocho noches, Rushdie no sólo es capaz de actualizar y reinventar el mecanismo de los cuentos orientales, sino que consigue apropiarse y 'traer' al futuro el influjo universal y poderoso de su naturaleza literaria… eso sí: en la era de la extrañeza, una en la que los hombres han visto morir a sus dioses, han perdido la capacidad de imaginar y conservan el gesto resabiado de extrañar viejas pesadillas.
Adiós a los padres, Héctor Aguilar Camín (Penguin Random House)
Que ya lo dice el novelista Ignacio Martínez de Pisón: en las familias los agravios no prescriben. Justo ante ese tronco leñoso, el de los parentescos, se ha plantado el escritor mexicano Héctor Aguilar Camín (Chetumal, 1946) para urdir su más reciente novela, la más personal y la mejor escrita de sus obras. Porque lo es. Y lo él sabe. Adiós a los padres es el retrato de una familia que atraviesa una parte de la historia de México, ese país político y sanguíneo que se revela en los libros de Héctor Aguilar Camín y que, incluso sin él proponérselo, alcanza su versión más emotiva y refinada en esta entrega autobiográfica. Se trata una novela familiar, sujeta con el trazo del despojo y la demolición, pero también de la lucha y la supervivencia, ese hilo que cose fuertemente las historias de este tipo: para que aguanten la ventisca que levantan en quien las escribe y las lee. En esta postal ajena que es Adiós a los padres todos encontramos lugar, todos quedamos retratados. La novela –porque lo es, tiene esa relojería de los grandes artefactos de ficción- comienza justamente con una fotografía hecha en México, en 1944. En ella aparecen Héctor Aguilar y Emma Camín, los padres del narrador y escritor de esta historia. Persona y personaje batiéndose en una guerra, y no la de Galio, sino en una sentimental y literaria.
Los libros repentinos, de Pablo Gutiérrez (Seix Barral)
Es su cuarta novela, la segunda con Seix Barral. Ésta lo confirma como un narrador pulcro, poético pero jamás empalagoso. Comprometido pero no panfletario. A través de la historia de Reme –doña Remedios, una anciana mujer criada en la posguerra, que vive en Andalucía-, Gutiérrez levanta una radiografía de la España marginal confeccionada desde el franquismo. Así ilumina a su protagonista... y al lector -al cómodo lector-, que en la butaca habrá de revolverse. Los libros repentinos arranca con un hecho casual. Horas después de la muerte de su marido, una caja llena con distintos volúmenes llega por error a la casa de Remedios -¿imaginan que alguien hubiese concedido tal obsequio a la Carmen Sotillo de Delibes?- . En lugar de devolverlos, la anciana toma uno al azar y comienza a leer. Algo ocurre a partir de ese instante: se encierra en casa y devora un libro tras otro. Siente que le hablan: de supervivencia, sexualidad contenida, tiempos que debieron ser mejores... y que ella intentará corregir, así sea tarde, asís sea inútil
Felipe IV y la España de su tiempo. El siglo de Velázquez, de Alain Hugon (Crítica)
Escrito por el hispanista francés Alain Hugon, este libro hace un retrato lapidario –justamente porque huye del tópico de la decadencia- del rey Planeta. Juerguista, obsesivo con el sexo y consigo mismo, intelectualmente perezoso, Felipe IV tuvo sin embargo la decisión más lúcida, la que lo convirtió en una referencia en la Europa del siglo XVII: elegir a Velázquez como pintor de la corte. La vida de ambos personajes se superponen en un recorrido magnífico por la España en la que floreció el Siglo de Oro y su esplendor plástico y literario. Monumental por sus dimensiones y por el arco tan amplio que abarca es también –hay que aprovechar la lista para contrabandear- Por las fronteras de Europa. Un viaje por la narrativa de los siglos XX y XXI, de la española Mercedes Monmany y que publica Galaxia de Gutenberg (Caseta 177).
Llamada perdida, de Gabriela Wiener (Malpaso) y La vida en Cinco Minutos, de Virginia Galvín (Círculo de Tiza)
Las dos –a efectos de este texto- habitan el mismo peldaño de una lista que no lleva a ninguna parte. Ninguna conoce a la otra, excepto en la cercanía de una biblioteca. Comenzamos con Wiener, como podríamos hacerlo con Galvín, no porque sean iguales, sino porque, aun trabajando en un mismo territorio, son completamente distintas. A mitad de camino entre la bitácora, la crónica periodística, el poema en prosa y el ensayo personal -además del cómic-, el libro Llamada Perdida reúne casi 20 textos en los que Gabriela Wiener vuelca una mirada áspera sobre el mundo y sobre sí misma, derramándolo todo en un torrente de prosa que no pretende otra cosa excepto estar bien escrita. Acaso una especie de Elogio de la Insatisfacción, este libro cuyo título encierra la “tristeza razonable” de una llamada no contestada, se comporta cual tierno monstruo del exhibicionismo, un sofisticado artefacto del espíritu con el cual contándose a sí misma, Wiener nos cuenta a todos. Y eso, de momento, parece más honesto que un periodismo de catequesis o una novela renqueante de auto ficción, esas formas envenenadas de quererse tanto y tan falsamente. En un registro distinto, aunque con el aire de familia de la buena prosa, en La vida en cinco minutos, Virginia Galvín se se posa –de nuevo- en los lugares arenosos, movedizos… Un libro de… ¿crónica? ¿prosa? ¿ingeniosos y confitados venenos?. En estas páginas, Galvín se muestra afilada, brillante, glamurosa y metálica a la vez. Editado por el sello Círculo de Tiza, este libros llega a las manos del lector como si en verdad la verdad ocurriera con fogonazos ocurriera con fogonazos, los que ella nos ofrece: su visión descreída y poética de todo, breve y fulminante, como esa electricidad silenciosa que recorre los objetos y anuncia las tormentas cuando están a punto de ocurrir; esa corriente que a veces derrite el corazón –porque ella, como los diluvios, toca todo lo que duele.
El hijo de la Portuguesa, de Juan José Téllez (Planeta)
Las buenas biografías, como las buenas novelas, combaten contra los días cenizos, los jefes despósticos, los cajeros averidoados, los funcionarios intransigentes. Reinventan la vida en la que otros han vivido. Eso es esta biografía. En las páginas de El hijo de la portuguesa, Juan José Téllez desentraña la vida de Paco de Lucía, desde su nacimiento en Algeciras hasta su inesperada muerte, de la que se cumple un año. 'El hijo de la portuguesa' (Planeta) se vale de cada una de las teselas de un complejo mosaico: desde la música hasta la familia, pero también la política, la fama, la amistad, el talento... "Yo soy Paco, el hijo de Lucía. Tú sabes que en Andalucía nos identificábamos por el nombre de la madre porque hay muchos Pacos y muchos Pepes en la calle. A mí me llamaban Paquito el de la portuguesa, Paquito, el hijo de Lucía”, cita el periodista al músico, como parte de un mosaico inmenso que sólo puede leerse acompañado de la música que alimenta y engrandece este hermoso retrato. Se trata de un texto construído en clave de crónica, bien sujeto con datos que hacen lo que los clavos en una repisa. Eso, claro, sin perder el color y la textura humana que recorre sus casi 500 páginas como si de una corriente eléctrica se tratara. Un libro, sin duda, para leer con el Spotify abierto.
10 + 1 (Y 2 y 3 y 4 y 5 y 6....) La arbitrariedad es estúpida, incómoda, petulante, falible. Todo lo que podamos lo decirlo confirmará, entre otras cosas, porque lo que queda fuera de esta selección así lo certifica. Dicho esto, valga la trampa del bis para incluír libros magníficos que merecen tanto tiempo -o más- como los anteriores para su lectura. Este año, La Marea editó El puto jefe, el segundo volumen que recopila los relatos de Isaac Rosa, todos con la pluma puesta en la vena de la realidad. Se trata de una entrega todavía más implacable y brillante que continúa la mirada mordaz y literariamente impecable de Compro oro. Fin de poema, un libro reloj, perfecto, a mitad de camino entre el poemario y la novela, de Juan Tallón. Los diarios de Jaime Gil de Biedma y las memorias ampliadas de Carlos Barral, ambas editadas por Lumen -recién salidos del horno-, merecen le lectura reposada y lenta, de quien busque en ella -y desee encontrar- luces del proceso de escribir y editar. Toca añadir: Farándula (Anagrama), de Marta Sanz, ganadora del Herralde de este año; Esto también pasará (Anagrama), de Milena Busquets; Patria o muerte, de Alberto Barrera, ganador del Premio Tusquets 2015; Música para feos (Destino), de Lorenzo Silva -un libro precioso, entrañable-... Dolorosa, regalo envenenado a más no poder, la reedición que ha hecho Tusquets de Vidas rebeldes, el guión-novela que escribió Arthur Miller y fue llevado al cine por John Huston; Francamente Frank, lo último de Richard Ford. Haría falta una segunda maldición, una segunda lista, para incluir todo cuanto debe y merece, que es mucho. Y esto, y como habéis podido comprobar, es poco. Muy poco.
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