Rato, Bankia, Nóos, Gürtel, Palma Arena, Bárcenas, los ERE de Andalucía, Malaya, Púnica, Brugal, Pokemon… Son tantos los casos de malversación, evasión fiscal o tráfico de influencias que resulta imposible distinguir, a veces, uno de otro, ¿cuál ocurrió primero? ¿cuál ha sido ya juzgado? ¿pero éste no formaba parte de aquel? La corrupción: un tema que inunda los titulares y los juzgados. Un asunto que tiene que ver, claro, con la gestión de la res publica, pero también con la moral; con los ceros que abultan una cuenta en Andorra, pero también con los motivos que originan esa codiciosa fila de guarismos. ¿Se corrompen las sociedades o los hombres y mujeres que la conforman?
¿Por dónde comenzar una bibliografía de la corrupción? Pues casi cuatrocientos años antes de Cristo
No existe, ni mucho menos, una respuesta certera; de ésas del tipo sombrilla, que cubren y lo abarcan todo. De las que esperaríamos lo mismo que los somníferos: ir a la cama más tranquilos… Desafortunadamente no disponemos de tal cosa. Pero sí se puede, acaso, intentar una reflexión al respecto echando mano de las páginas y páginas que filósofos, periodistas, dramaturgos y novelistas han dedicado a tan complejo asunto, desde hace ya mucho –pero mucho- tiempo atrás. Porque la literatura todo lo chupa, todo lo metaboliza.
Lo primero que probablemente se cruce por la cabeza del lector al hablar de este tema, podrían ser libros como Crematorio o En la orilla, de Rafael Chirbes, títulos próximos, urgentes, que arrojan luz sobre el profundo pozo del pelotazo y la codicia, pero también sobre el desguarnecimiento que sufren los ciudadanos mientras unos pocos se quedan con casi todo. Aun así, el asunto es anterior, tanto que se traspasa, poroso, de tiempo en tiempo, como mal universal.
Ya Aristófanes cargó tintas contra el dios ciego de la riqueza... La sátira, que todo lo puede
¿Por dónde comenzar una bibliografía de la corrupción? Pues casi cuatrocientos años antes de Cristo, con la sátira política de Aristófanes titulada Pluto (en alusión al dios ciego de la riqueza). El argumento, en dos toscos brochazos: la ciudad de Atenas reparte riquezas de manera caprichosa. Los menos virtuosos amasan fortunas y los hombres ejemplares se mueren de hambre. Un ciudadano, Cremillo, piensa que devolviéndole la vista a Pluto, éste acertará a distinguir cuáles merecen la recompensa material y cuáles no.
Los vicios del poder han dado a la historia de la literatura libros magníficos, verdaderas catedrales. No sólo el dinero, también la capacidad de mandar sobre otros –de asignar o quitar privilegios- es caprichosa. La equidad o el bien común suelen sucumbir ante los intereses de un gobernante, ya sea un rey o un señor feudal. ¿Cuál es peor: la corrupción de la mente o la del corazón? ¿Cuál envilece más: la que acumula metales o aquella que arrasa sobre los otros?
Hay un largo y frondoso sendero de obras que analizan esa paradoja: desde La Celestina, pasando por El príncipe, de Maquiavelo, hasta La utopía, libro en el que Tomás Moro reflexiona sobre la corrupción de las clases dirigentes pero también sobre el deseo de lucro en quienes ambicionan para sí lo que a otros les ha sido dado con arbitrio. "¿Qué justificación es aquella, que un noble o un plebeyo, que sea usurero, u otro cualquiera que no se emplea en cosa alguna, o que en toda su acción es necesaria a la república, se adquiera con esta ociosidad el vivir con esplendor y regalo?”, se pregunta el humanista inglés.
¿No hay en La vida del buscón, de Quevedo, mucho de lo que hoy inunda los medios de comunicación?
Faros morales; prosa virtuosa Sí, algo de eso hay en Moro. Sin embargo, saltemos de género: ¿no hay en El buscón, de Quevedo, mucho de lo que hoy inunda los medios de comunicación? ¿Y qué podemos pensar, acaso, de Le Père Goriot, y en cuyas páginas Balzac obliga a un ambcioso estudiante a elegir entre la virtud y la corrupción? ¿No contienen Oliver Twist o Grandes esperanzas, de Dickens, males universales como la explotación infantil, la prostitución, la avaricia y el desgobierno? ¿Cómo quedan perfiladas la justicia y la equidad, acaso la redención y el libre albedrío, en Los miserables de Víctor Hugo? Es entonces cuando aparece, de nuevo, la misma pregunta: ¿cuál es más corrosiva… la pudrición puntual o aquella que se acumula hasta comer la mente y el alma?
En su serie de Novelas españolas contemporáneas, específicamente en Miau, Benito Pérez Galdós supo ver muy bien el pantano donde habría de perfeccionarse el retrato de lo que hoy vemos. En el Madrid del siglo XIX -¿sólo ese?- "morir es quedar cesante", ese hecho convierte a Ramón Villaamil en el anzuelo para tirar del largo hilo de los contrastes entre ciudadanos: los que se enfrentan, mejor dicho sobrellevan el poder de funcionarios y burgueses, así como las intrigas y maledicencias de quienes ansían para sí lo que otros poseen. Del dispendio a la miseria … moral. Diez años antes de que Galdós publicara Miau, Dostoievski hacía lo propio con Los hermanos Karamazov, un libro donde el crimen -¡parricidio!- remite al germen de la desunión, la lenta pudrición de los hombres y mujeres. Algo parecido ocurre con el Ivanovich que ansía la muerte de la abuela para pagar sus deudas en El jugador.
Desde Miau, de Galdós, hasta la lenta pudrición retratada en Los hermanos Karamazov o El jugador...
La Inglaterra victoriana dio mucho de sí para retratar oscuridades sociales, clásicos como El retrato de Dorian Gray –el tipo de corrupción que aborda Wilde no esexactamente la que produce el dinero, sino algo mucho peor: la codicia de aquello que se acaba- y, por supuesto, aquella árida naturaleza humana en la que Conan Doyle ejecuta su diamante más valioso: Marlow, aquel joven que navega río arriba por las explotaciones de marfil del Congo, envileciéndose, despistándose. ¿No es él una luz apagada que busca al, todavía más oscuro, Kurtz? Enloquecimiento, codicia, maldad… El corazón de las tinieblas está en todos lados. Y todos –seamos Rodrigo Rato o Bárcenas o no- parecemos viajar hacia él.
También del árbol genealógico de Conan Doyle con su excepcional Sherlock Holmes, emana la sustancia que recorrería las formas de abordar ‘la poca virtud’ en la literatura. Ocurrió en la Norteamérica del siglo XX, donde es posible encontrar retratos perfectos de la desfiguración moral: desde el expansivo Gatsby de Fitzgerald hasta el retrato que traza el premio Nobel Sinclair Lewis en Doctor Arrowsmith, una novela que cuenta la vida del joven estudiante de medicina Martín Arrowsmith, quien, apresado en una tétrica facultad donde los estudiantes solo les interesa ganar dinero y ascender en la escala social, decidirá buscar otra salida. ¿Cuál será su elección?
El Marlow de Conan Doyle, el expansivo Gatsby de Fitzgerald, la novela negra del siglo XX
La novela negra, que tuvo en el siglo pasado su momento de oro, también abrió la puerta a la pudrición moral como motor de quienes, deseando más, eran capaces de cualquier cosa. Dinero, pasión, placer, poder: desde El cartero siempre llama dos veces de James M. Cain o las novelas de Dashiel Hammet –padre literario de autores como James Ellroy,-, o incluso las de Raymond Chandler… De ahí viene el largo hilo que, quizá, no podamos desandar -¿o sí?- y que llega a la actualidad en el eco de grandísimos escritores, alineados no necesariamente en el mismo género: desde el Stephen King apoteósico de Mr. Mercedes –y la larga lista que le antecede-, pasando por Grishman hasta libros como La hoguera de las vanidades, de Tom Wolf ,o Libertad de Jonathan Franzen. La biblioteca es amplia, tanto que comienza a combar las baldas. De faltar, falta todo. Comenzando por las respuestas. Quedan, eso sí, las preguntas, dando vueltas en el aire como moscas alrededor del estiércol.
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