Cultura

Agustín Fernández Mallo, el hombre que descubrió en el Nuevo Testamento una novela posmoderna

El autor de la trilogía conocida como Proyecto Nocilla regresa con nuevo libro, se trata de Limbo (Alfaguara, 2014), una novela que ocurre, a la vez, en todas partes y en ninguna: una mujer secuestrada en el DF, una pareja que atraviesa Estados Unidos en busca del “sonido del fin” y un músico que descubre que los cuatro apóstoles fueron los primeros blogueros.

Comenzó a escribirla en el cuarto de un hotel en Guatemala, después de toparse con un ejemplar del Nuevo Testamento. “Ya lo conocía, evidentemente,  pero jamás había notado que tenía una estructura tan moderna. Es una novela fragmentaria, un remake de la vida de Jesús”, dice Agustín Fernandez Mallo (La Coruña, 1967), el hombre que salió de la tarta, ese detrás de aquella cosa que la crítica llamó Generación Nocilla. Vamos, el rupturista. Ese que llegó a las sagradas escrituras con dos mil años de retraso.

Tras el ejercicio de lo que muchos llamaron una renovación literaria plasmada en la trilogía que incluye Nocilla Dream, Nocilla Experience y Nocilla Lab, el escritor Agustín Fernández Mallo afirma que continúa su investigación poética y literaria  en Limbo (Alfaguara, 2014), su nueva novela. No lo hace porque pretenda algo, sino porque  “no sabe escribir de otra forma”, afirma, arrellanado en la coqueta butaca de un hotel madrileño.

"Escribo lo que puedo, no lo que quiero", remata el físico y poeta a quien buena parte del medio literario juzga con parabienes, excepto eso sí, María Kodama. Pero de ese asunto ni una palabra. A Mallo no le gusta hablar del tema. Y no es para menos: que la viuda de Borges te abuse plagiar es desagradable, por mucho que sepamos que ella de apropiacionismono entiende nada.  

"El cabeza de foto de la Generación Nocilla, el rompedor. Vamos, el que llegó al Nuevo Testamento con 2000 años de retraso.

Con menos personajes que en sus libros anteriores, Limbo se mantiene fiel a la composición fragmentada de las narraciones de Mallo. La novela, según su autor, habita y construye territorios en tránsito: una mujer que narra su secuestro en el D.F; una pareja que avanza a través de los Estados Unidos en busca de “el sonido del fin” y dos músicos mallorquines  que graban un disco de música experimental aislados en un castillo en el Norte de Francia.

 Constantemente enfrentados a la noción de la copia y el doble, los personajes de Limbo avanzan en un accidentado mosaico. “En esta historia hay cosas de mis poemarios. Todo lo que vuelve, vuelve transformado: un recuerdo; un sonido… el pasado unido al presente, no como nostalgia sino como documento que se reactualiza. Es una arqueología cruzada del tiempo. De ahí que sea tan importante en la novela El informe del Limbo, la parte final. Porque saca a la luz la complejidad,  justamente por eso, porque es necesaria una mirada desenfocada de la realidad, que es la que tienen los personajes, que observan la realidad como si no la hubiesen visto antes”, explica.

Los apóstoles como los nuevos blogueros. Joyce y Mooly Bloom a un lado, entre el Nuevo Testamento y el presente, él.

Tal y como introduce este texto –y el titular que encabeza esta nota- el Nuevo Testamento fue para Fernández Mallo, una panacea impuntual, acaso algo tardía, servida como el agua tibia en una taza contemporánea del hallazgo. Uno de sus personajes –concretamente, uno de sus músicos- prefigura en la prosa de las sagradas escrituras –fragmentaria, según él- lo que sería la escritura de los blogs. Los apóstoles como los nuevos blogueros. “Ningún texto tiene esos flujos de conciencia”, comentó Fernández Mallo en la presentación de su novela. Joyce y Mooly Bloom a un lado, entre el Nuevo Testamento y el presente, él. Amén entonces.

Para muchos, esta es una novela en el limbo editorial. Y depende de cómo se mire podría pensarse tal cosa: por novedosa –depende de qué se pueda considerar nuevo o no-; acaso por la afición que tiene Mallo por los artefactos que remiten a su universo –una y otra vez- o porque se trata de  una historia que a nadie interpela excepto a su propio creador. “Me enfrento a esto como buenamente puedo. Esta novela no habla de una generación, ni pretende hacer sociología literaria”. Que su boca sea la medida.

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