Donizetti García es periodista. Todo en él es tan trágico como rocambolesco: un hombre gris a quien su padre le dio el nombre equivocado; alguien que nunca ha ganado nada, excepto decepciones, y al que no se le dan bien ni siquiera las infidelidades. Trabaja en una agencia de noticias del gobierno venezolano, y no precisamente escribiendo reportajes, sino llevando maletines de una ciudad a otra del mundo. No sabe qué llevan en su interior. Él sólo quiere ganar algo de dinero para sobrevivir en una Caracas arrasada por la violencia, la escasez, los apagones y la vigilancia política. Y está dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguirlo.
Porque esta es una novela "sobre la supervivencia", dice Juan Carlos Méndez Guédez sobre Los maletines (Siruela), una mezcla de novela negra y picaresca ambientada en la Venezuela de Hugo Chávez y en la que dos amigos que no se ven desde hace años se juntan para dar un golpe maestro: Donizetti y Manuel, un reportero al que echaron de su trabajo y que debe resignarse a ser dependiente en la zapatería de sus padres; cree en María Lionza y está ubicado justo en la orilla política contraria de Donizetti. Juntos llevan a cabo un plan destinado al fracaso.
Espionaje, violencia, confrontación, pero también burla y parodia. Es, acaso, su novela más caraqueña, urdida con belleza y crueldad. El mejor homenaje a Andrés Barazarte, aunque él insista en que no fue su intención. “La Caracas de mis libros anteriores era una ciudad mitificada, envuelta en el resplandor de la adolescencia, de los descubrimientos, de las ternuras. Pero yo necesitaba que también este espacio del infierno que ahora es apareciese en mis palabras. Yo le debía eso a la ciudad: contar sus heridas, sus llagas, lo que es un modo de decirle que la amo aunque me de mucho miedo”, dice Méndez Guédez, quien vive en Madrid desde hace más de 15 años.
Aunque en este libro aparca por un momento los que han sido sus temas esenciales -la distancia, la identidad, la pertenencia-, Méndez Guédez consigue retratar una Venezuela contemporánea que intenta reponerse a su propia realidad. El resultado es un magnífico fresco, ejecutado con precisión y ácido humor. Méndez Guédez es autor de una obra amplia entre las que se incluyen las novelas Arena Negra (Libro del Año en Venezuela en 2013), Chulapos mambo, Tal vez la lluvia (Premio Internacional de Novela Ciudad de Barbastro), Una tarde con campanas, Árbol de luna, El Libro de Esther y Retrato de Abel con isla volcánica al fondo.
-Los maletines. Un largo elogio de la derrota que da un revés. Todo en esta historia conspira para que nada sea justo. Para que nada sea lo que es. Y sin embargo a todos los personajes los une algo: la codicia y la violencia. ¿Qué es realmente este libro?
-Toda novela es el balbuceo que uno lanza para celebrar el mundo. Yo celebro a los autores que tienen muy clara cómo debe ser la novela del siglo XXI, y te lo resumen en pocas lecciones. Yo sólo sé balbucear, yo intento el susurro, ¿sabes? Porque cuando susurras invitas a que la gente se acerque a ti para saber qué estás diciendo. Así que esta novela, te diría, es una tensa aventura, es el sueño no admitido de muchos: dar el gran golpe, el gran viraje, perpetrar esa acción que cambie por completo nuestras vidas y nos permita despertar siendo otros y en otro lugar. Y todo comenzó con una anécdota. En una ocasión un taxista en Venezuela me dijo: desearía robarme un dinero, mucho, mucho dinero, y escapar de este lugar con mis hijos. Esa idea me acompañó al escribir esta obra: la terquedad con la que algunos son capaces de pretender la felicidad, incluso si en ella van contenidas la violencia y la codicia.
"Yo le debía eso a la ciudad: contar sus heridas, sus llagas, lo que es un modo de decirle que la amo aunque me de mucho miedo”
-El retrato que hace de la Venezuela del chavismo es tan escalofriante como caricaturesco, casi esperpéntico.
-Ante todo, como dijo alguna vez Vargas Llosa, el escritor es la persona que sufre inmensos dolores pero a la vez vislumbra las posibilidades literarias de ese sufrimiento. La Venezuela sometida por el chavismo es un lugar triste, lleno de miedo y desesperanza. Por eso mismo supe que allí había una novela con tonos muy oscuros, una historia que pugnaba por aparecer desde mis dedos. Pero mi intención no era retratar otro de los tantos miserables movimientos militares latinoamericanos, con sus terribles torturas, sus asesinatos, sus desastrosas políticas económicas, yo deseaba mirar más bien, cómo en medio del espanto dos personas, dos lazarillos modernos deciden enfrentarse a ese inmenso poder que los envuelve y los aplasta, e intentan darle una furiosa dentellada, y así vivir de otra manera.
-El hilo conductor del combate, a la par que la intensa violencia del libro, evocan la idea de una lucha que a veces parece estéril. ¿Es una metáfora política?
-No. No creo que sea una metáfora exclusivamente política. Por supuesto que hay un país arruinado, controlado por mafias militares, por delincuentes incrustados en el poder, hay un país atenazado por la normalización del horror, pero también pienso que es una novela sobre la supervivencia. El mundo es horrible, pero hay un personaje en la novela que pretende algo tan simple cómo salvar a sus dos hijos del espanto, y para ello está dispuesto a saltarse las normas que hagan falta. Fíjate, que también deseaba reflejar, en medio de una sociedad podrida por ese machismo épico de lo militar, la fragilidad de un hombre que experimenta el ser padre como un maravilloso compromiso humano, que experimenta la paternidad como un espacio contundente, pleno. Él no quiere ser el más poderoso, el más fuerte, él desea ser el que haga lo mejor para los seres que dependen de sus decisiones.
"En Caracas se muere, se mata, pero también se vive y se goza con intensidad".
-De sus novelas esta es la más caraqueña, conscientemente caraqueña, magníficamente caraqueña.
-No lo había percibido así. De hecho, como en las ficciones de espías, en esta novela las ciudades se suceden: Roma, Cosenza, Ginebra, París, Zadar, Lyon, Madrid, …pero es cierto que esas ciudades se viven desde la mirada de un ser que viene de Caracas, que conoce el miedo, que conoce la rabia de intentar sobrevivir, que se sabe parte del infierno (Caracas es para muchos la ciudad más violenta del mundo). Pero a la vez mis personajes son capaces de conmoverse al escuchar el sonido de los sapitos en los jardines, o mirar la lluvia que cae sobre la ciudad, o sentir el aire que vibra con canciones de salsa intercaladas con piezas de Bach. Hay en ellos, y probablemente en mí, una suerte de horror y fascinación simultánea. En Caracas se muere, se mata, pero también se vive y se goza con intensidad. Mientras se suceden los interminables desfiles militares, una parte oculta de la ciudad se llena de gemidos, de jadeos, de llamadas furtivas, de ternuras silenciosas.
-Esta novela tiene algo tragicómico. Terrible a la vez que tierno. A veces uno duda: ¿está ante una novela negra? ¿acaso en una gran y rocambolesca cadena de desgracias?
-Cuando yo estaba escribiendo esta novela, le pregunté a Lorenzo Silva cómo definiría la literatura negra, y él me dijo aproximadamente (y que Lorenzo me perdone pues lo cito de memoria): que debería haber al menos un asesinato y una investigación. Entonces pensé, “pues mi novela tiene algo de eso”, pero lo cierto es que también hay personajes que podrían responder un poco a lo que es la picaresca. Yo a los protagonistas de Los Maletines los veo como dos Lazarillos del Caribe que están intentando ser más listos que la gente poderosa para la que trabajan. Es decir, viven hundidos en una novela negra, pero también son capaces de conocer el humor, y no se resignan a vivir siempre dentro de esa oscuridad.
"A los protagonistas de Los Maletines los veo como dos Lazarillos del Caribe"
-Ambos, Donizetti y Manuel pareen el trasunto de una clase media arruinada… Están en orillas opuestas y sin embargo se necesitan…
-Porque en situaciones terribles el otro es un consuelo, una necesidad, un modo de expandirnos. Y la imaginación occidental es hija de ese libro donde un señor llamado Quijote y un señor llamado Sancho Panza recorren el mundo para tratar de enderezarlo, o al menos de hacerlo más parecido al brillo de la imaginación. Una de las ideas que los totalitarismos intentan borrar es la idea del otro; en ellos todo debe ser lo mismo, todo es igual, todo es sentimiento colectivo decretado desde un poder que dice lo que se debe sentir, compartir, celebrar, repudiar. El otro nos da la medida de nuestra propia identidad y nos ubica frente a la necesidad del respeto, de la negociación, del intercambio, de la disidencia.
- Venezuela ha sido para usted, siempre, una herida. ¿Qué tan abierta está ahora?
-No ha sido tan sólo una herida. Es la primera casa. Es el lugar de las primeras veces. Venezuela para mí, al igual que España, es el sitio donde abrazo y me abrazan, donde amo y odio, donde escribo y escribo.
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