Enrique Vila-Matas recibió una llamada telefónica a su casa, en Barcelona. Se trataba, en principio, de una invitación para cenar con los McGuffin. Algo desconfiado, el escritor aceptó y se presentó. Pero ni quien le invitaba era una pareja apellidada como un elemento de suspense, ni aquella sería una cena inocente. Le esperaba en la mesa una comisaria de dOCUMENTA, la prestigiosa exposición de arte contemporáneo que se celebra el Kassel, Alemania, cada cinco años durante cien días. El propósito del encuentro era invitar al escritor a participar; y no en una charla, ni mucho menos. Enrique Vila-Matas tenía que acudir todos los días, durante una semana, a escribir en un restaurante chino; a la vista de todos. Y lo hizo. Ese es el tema de Kassel no invita a la lógica(Seix Barral, 2014), el más reciente libro del autor barcelonés y en el que sorprende a sus lectores con una narración de su experiencia como instalación en una de las muestras de arte más influyentes del mundo.
Inspirado en una frase de Italo Calvino, Kassel no invita a la lógica puede que sea el más –y a la vez el menos- vilamatiano de sus libros. En sus páginas no desaparece ningún escritor y un inusual optimismo, acaso una sorprendente vocación afirmativa, revelan a un Vila-Matas que redescubre en el mundo del arte contemporáneo una faceta menos hermética de sí mismo. Impulsado por la necesidad de averiguar qué es realmente la vanguardia, el escritor partió a Alemania una madrugada del 11 de septiembre de 2012, la misma fecha de la Diada. Lo hizo con un pequeño maletín y dos libros: Romaticismo, de Rüdiger Safranski, y Viaje a la Alcarria, de Camilo José Cela. Y así como la vanguardia fue para él, en algún momento, las viudas de Duchamp y Man Ray sentadas en una mesa en Cadaqués, esta vez descubre el escritor que la risita peyorativa ante el arte contemporáneo, así como el rechazo que genera entre algunos intelectuales y entendidos, no es más que un gesto atávico, tópico, acaso infeliz. “No pintes el objeto en sí, sino el efecto que produce”, repite constantemente Vila-Matas citando el consejo de Mallarmé a Manet. Pero no solo el arte se manifiesta ante Vila-Matas. Una reflexión mucho más profunda discurre mientras el escritor se queda dormido en la mesa del restaurante chino o da vueltas en círculos alrededor de todo Kassel a bordo de un autobús durante dos horas.
“Europa está acabada desde la Segunda Guerra. Es una fantasmagoría para recibir turistas”.
“Una Europa infestada de fantasmas, como los del salón de baile de Sehgal, y cargada de señales del pasado. Una Europa que, al ser ya un trágico conjunto de despojos, nunca más lograría sentirse en el mundo de una manera buena y natural, y en realidad ya nunca llegaría a sentirse en la Tierra, en un sentido u otro, ni en ninguno”, escribe Vila-Matas, quien –sobrecogido ante la experiencia de una ciudad que fue bombardeada por los Nazis y reconstruida no con industrias sino con cultura- llegar a afirmar: “Pienso, como el narrador, que Europa está acabada desde la Segunda Guerra. Europa es una fantasmagoría para recibir turistas”. Escrito bajo la lógica del paseante –los guiños a Robert Walser parecen inevitables para él- Vila-Matas rescata su mejor versión de libros como Perder teorías y se vuelca en la versión más desconcertante de sí mismo desde que publicara lo que Jorge Herralde llamó “la Catedral Metaliteraria”, es decir, la trilogía que forman sus novelas Bartleby y compañía (2001), El mal de Montano (2002) y Doctor Pasavento (2006).
-En una ocasión me dijo que usted era al primero que le ocurrían cosas ‘vila-matianas’. A juzgar por lo de escribir en un chino, este parece el caso.
-Si pienso que me van a pasar, no pasan. Ocurren cuando no estoy pensando en ello.
Kassel no invita a la lógica puede que sea el más –y a la vez el menos- vilamatiano de sus libros.
-Como cuando le llaman para cenar con los MCGuffin.
-Sí. Esa llamada se parece mucho a una que hizo Sophie Calle a mi casa una vez.
-Este puede que sea uno de los libros más extraños de Vila-Matas. Es poco irónico, incluso optimista.
-Depende de la lectura de cada uno… El libro mantiene un humor y una ironía. De todas formas, todos los libros que he hecho son lo mismo y al mismo tiempo son distintos. En este no se puede decir que insisto en los mismos temas. Yo diría que es un libro de viaje. Cuando me preguntaron en Barcelona, me hicieron un lío tratando de decir cuántas cosas podría ser.
-Insisto: es un libro afirmativo. Su aproximación al mundo del arte contemporáneo es muy humilde y optimista.
-No es que yo sea optimista con respecto al arte contemporáneo. Cuento a una persona, en este caso a mí mismo, un viaje a Kassel y el entusiasmo que empieza a desarrollar el narrador con lo que ve ahí. En todo caso, e optimismo afirmativo procede del Robert Walser de El paseo (donde el narrador se pasa el rato encontrándolo todo muy bien, hasta que caen las sombras de la noche y dice que todo es sombrío y tiene que volver a casa). Es un optimismo emparentado con la voluntad de poder, voluntad de potencia (en alemán Der Wille zur Macht), concepto clave en la filosofía de Nietzsche. La voluntad de alegría y de poder describe lo que Nietzsche consideraba el motor principal del hombre: la ambición de lograr sus deseos, la demostración de fuerza que lo hace presentarse al mundo y estar en el lugar que siente que le corresponde;pero esencialmente -eso está en mi libro- la voluntad de poder también representa un proceso de expansión de la energía creativa que, de acuerdo con Nietzsche, es la fuerza interna fundamental de la naturaleza.
-Ahora que menciona El paseo, de Robert Walser. Resulta inevitable emparentar al Flâneur de Baudelaire con el paseante, una figura recurrente en su literatura.
-En una ocasión fui invitado a la feria del libro de Basilea como paseante. Fui el paseante oficial. Allí conocí a los dos estudiosos de la prosa microscópica de Robert Walser y fui al manicomio de Herisau. Eso fue un precedente de esta historia. En aquel entonces estaba escribiendo Doctor Pasavento y le pedí al director del manicomio que me dejara estar quince días, para terminarla. Como yo no era suizo o alemán, me dijo que no. El problema es que me hubiesen aceptado.
"Kassel es un mito porque, salvo el año que fue el Bulli, es el centro de lo adelantado, de la vanguardia".
-Cuando se duerme está más cerca de Duchamp, dice en el libro. Un magnífico epitafio.
-"Cuando se duerme está más cerca de Dios" es una frase de Robert Walser. Aquí hago un juego, en la instalación que me monto en el restaurante para poder dormir, y escribo cuando se duerme, es está más cerca de Duchamp. Es una broma.
-Ah, entiendo… Con su afición a la desaparición, quizás haga usted como Duchamp. Se retirará a jugar ajedrez.
-Cuando tenía 20 años, iba a los bares y me retiraba diciendo: ‘Me voy, porque voy a dejar de escribir’. Me miraban y decían. ‘¿Tú escribes?’
-Se refiere usted a Kassel como uno de los pocos mitos "no destruido" de su generación. Es generoso, ¿no cree?
-Kassel es un mito porque, salvo el año que fue el Bulli, es el centro de lo adelantado, de la vanguardia. Y me fui allí a ver qué era eso, la vanguardia. Solo saqué en claro que nunca es vanguardista alguien que asegura que lo es. Alguien como Dickens o Kafka no se consideraban vanguardistas y transformaron la historia de la literatura. Ser contemporáneo es estar fuera de tu época, para poder contemplarla de manera crítica. En Kassel se da esto. Hay una crítica a la época en la que vivimos.
"Dickens o Kafka no se consideraban vanguardistas y transformaron la historia de la literatura".
- En un punto del libro, una comisaria le dice “la innovación es para la industria de los zapatos”. ¿Qué piensa?
-En realidad el libro es una búsqueda. Hay varias ideas. Me tranquiliza saber que no se puede innovar todo el tiempo. Cuando fui a entrevistar a Dalí en Cadaqués, para una revista de Barcelona, él estaba sentado en el jardín con unos amigos como un señor catalán de la burguesía media, hasta que apareció una periodista francesa y empezó Dalí a hacer un número. Me di cuenta entonces que él no podía ser Dalí todo el tiempo.
-Da miedo a veces pensar que usted no sea real.
-Voy a poner mirada de extrañado a propósito para que se quede más tranquila.
-Se lo pregunto porque sus lectores nos hemos construido de usted un personaje: el que se escabulle, el que dice que se entristece sólo en las noches y a veces puede llegar uno a pensar que nos toma el pelo.
-Yo no tomo el pelo, simplemente contesto a las preguntas como mejor puedo. Todos somos muchas personas al mismo tiempo. Engaño si quiero, pero sólo cuando quiero despistar a alguien. Soy como Yo, Claudio, puedo pasar por tonto o por poeta...
-Habla de Europa como una fantasmagoría. A partir del lugar –Kassel; Alemania- hace un diagnóstico histórico bastante duro.
-Hablo del bombardeo nazi. De Kassel entonces no quedó nada. Era una ciudad potentísima. Cuando llegué no sabía nada. Para mí era solo el lugar de la Documenta. Pero fue en verdad una ciudad que se reconstruyó a través de la cultura.
"Yo parecía el único que escapaba de Barcelona el día de la Diada"
-Por cierto, se marcha a Kassel el día de la Diada…
-Es la segunda vez que me pasa –Vila-Matas no deja que la pregunta llegue a su fin y se adelanta-. Ya van dos veces que me marcho de Barcelona el 11 de septiembre.
-Supongo que es una coincidencia. Pero es raro que alguien como usted, que tiene un cierto desapego plantee una reflexión un poco amarga, incluso sobre lo europeo.
-Sobre Europa sí reflexiono, sobre Cataluña es sólo una casualidad. Digo lo de Cataluña porque yo parecía el único que escapa de la ciudad ese día, el de la manifestación.
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