Dolores y Saladina regresan a la aldea gallega Tierra del Chà tras años de ausencia. Salieron de allí muy pequeñas, luego del asesinato de su abuelo en 1936. Se hicieron mujeres lejos; en Inglaterra, una planchando y cosiendo ropa; la otra limpiando hoteles y tendiendo camas. Son hermanas. Una es la guapa, otra la fea. Las une una historia oscura, un grueso hilo de amor y fiereza a punto siempre de reventar; también la pasión por el cine y el afecto de quienes se necesitan y se detestan a la vez. Ellas son las protagonistas de Las inviernas, la más reciente novela de Cristina Sánchez Andrade, una historia en la que fantasía, oralidad, ternura y ferocidad se abren paso en un coro de extravagantes personajes que habitan una España no extinta del todo.
En sus páginas se cruzan espectros: la viuda que guarda luto perpetuo, incluso en sus segunda nupcias; el marinero que mamó del pecho de su madre hasta los siete años; el maestro de Ferrol apaleado por los nacionales por recitar poemas; don Reinaldo, el misterioso abuelo asesinado, el que apalabró con los habitantes de Tierra del Chà la compra de sus cerebros; el cura que sube la cuesta a diario para dar la extremaunción a una anciana que nunca muere o el mecánico dental que arranca los dientes a los difuntos para plantarlos luego en las bocas de sus pacientes y guarda en su armario una colección de vestidos y zapatos de tacón.
Aunque lo parezca, esta no es una novela sobre la guerra civil. Mucho menos una novela histórica, tampoco un relato femenino. Se trata de un libro tan hermoso como fulminante y en el que Sánchez-Andrade retoma no sólo los temas que han marcado su literatura, sino que amplía y hace más profunda la voz con la que la ha construido. Alabada por la crítica, que señaló en la suya una voz distinta ya en Las lagartijas huelen a hierba (1999) o Bueyes y rosas dormían (2001), en Las Inviernas, su autora escarba en el tema de la identidad, el derecho a ser incluso una réplica de lo que más se desea.
Las inviernas no es una novela sobre la guerra civil. Mucho menos una novela histórica, tampoco un relato femenino.
Una vida que huele a tojo y mermelada de higos; esa en la que las gallinas enloquecen y las videntes bajan de la montaña, una en la que la rutina se oscurece con el rumor de hechos que ocurrieron hace años. Es allí, en ese pueblo perdido, en el que la noticia de la visita de Ava Gardner a España para rodar Pandora y el holandés errante abre una grieta definitiva: Dolores, una de Las inviernas, viajará hasta Tossa del Mar para presentarse al casting. Ella puede, por qué no, ser la doble del animal más hermoso del mundo, pero no sin herir ni fracturar aquello que la une a Saladina.
Así construye Cristina Sánchez-Andrade un universo en el que todo se vendrá abajo. Nacida en Santiago y criada en Madrid, hija de padre gallego y de ascendencia inglesa por el lado de su familia materna, Sánchez Andrade es dueña de unos potentes ojos azules y una piel interrumpida a veces por surcos que solo consiguen hacerla más hermosa. Lleva puesto un anillo de oro blanco con una perla que luce antigua, remota, quizá heredada; acaso una joya –como Las Inviernas- sacada del cofre de otro tiempo. Comparte con Álvaro Cunqueiro las fascinación por los personajes de Historias gallegas o los perfiles que Alfonso Castelao logró extraer de una tierra que ella hace suya y que concede, generosa, al lector en estas páginas.
-La Inviernas no es una novela histórica, mucho menos una novela sobre la Guerra Civil.
-Ninguno de mis libros pretende ser histórico. Suelen ser atemporales. En este caso se da un hecho, que fue la venida de Ava Gardner a España en los años 50. No había más remedio que situarlo en esa fecha –cuenta Andrade, mientras remueve una manzanilla-. Mi intención no era retratar una España concreta, acaso la Galicia rural de aquella época, pero sin afán exhaustivo o instructivo.
Una historia en la que fantasía, oralidad, ternura y ferocidad componen un coro de personajes de una España no extinta del todo.
- Ya Las lagartijas huelen a hierba se recreaba en la belleza del campo, incluso en la fantasía y la fábula como territorio. ¿Qué se le perdió a usted en aquellos pueblos?
-Podría escribir sobre Madrid, porque la conozco mejor que cualquier pueblo perdido en Galicia. Pero me parece mucho más rico ese mundo rural y sus personajes. Tengo relación con Galicia, siempre pasé mis vacaciones allí. Y al final, lo que permanece es la infancia, que pasé en aquellos lugares. Además de la tradición oral que ha habido en mi casa. Toda la novela está hecha con historia pequeñas que escuché a mi familia.
- Don Reinaldo, el abuelo de Las Inviernas, ¿existió…?
-Hay una historia, que no sé si es leyenda o realidad. Se trata de un familiar lejano, se llamaba Sánchez Freire, un cirujano muy conocido en la Galicia de aquella época. Dicen que este hombre tenía apalabrado con un vagabundo de la Alameda de Santiago quedarse con su cerebro cuando muriese, y que por ello le pagaba una cantidad todos los meses…
"Los pueblos en Galicia no cambiaron en aquella época. Hasta los años 50 no había ni electricidad".
-No hablamos de hace tanto tiempo. Y sin embargo, este tipo de historias hacen pensar que el tiempo se detuvo.
-Los pueblos en Galicia no cambiaron en aquella época. Hasta los años 50 no había ni electricidad. Se hacía el pan en el horno comunal, las casas tenían el dormitorio sobre los establos para conservar el calor… He intentado ser fiel a aquel mundo.
-Dolores y Saladina se necesitan con la misma fuerza con la que se hacen infelices la una a la otra. La identidad como tema insiste en sus historias.
-La individualidad es recurrente en mis libros. En Ya no pisa la tierra tu rey hay una primera persona coral, una congregación de monjas que hablan como si fueran una sola personalidad. Es algo que me interesa. En las Lagartijas huelen a hierba son también dos personajes, dos viejas, que están fundidas.
"Las inviernas son distintas del resto y eso tiene sus riesgos. Ser distinto implica ser señalado".
-A Dolores y Saladina las persigue la idea de convertirse en ovejas, de acoplarse a la vida del pueblo, de ser normales.
-Ellas son distintas del resto y eso tiene sus riesgos. Ser distinto implica ser señalado y tiene su parte dolorosa. Porque la masa es lo que te protege. Y ahí entra la soledad: es el precio que tienes que pagar por ser distinto. Ellas están solas, por mucho que intentan acercarse al pueblo.
-¿Quedarán Inviernas vivas?
-Muchísimas. Y además iguales, con el mismo estilo de vida.
-¿Qué tanto de Inviernas tienen las mujeres hoy en día?
-Todo el mundo tiene algo de las inviernas. El afán de encontrarse y distinguirse del resto. Quizá el tema de la novela sea ese intento de encontrarse a uno mismo. Esa tensión está allí y es lo fundamental de estos personajes, a fin de cuentas lo que más me interesa en un libro. Si es de cartón piedra, porque no tiene contraste, porque no transmite, se cae. Necesitan ser egoístas, complejos, tiernos, tristes… como Dolores y Saladina.
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