El libro asusta. Es una edición elegante, preciosa como sólo pueden serlo las de Seix Barral, pero mete un miedo en el cuerpo que ni el más firme de los lectores podría quedarse indifirente. Eso de leer 'poesía reunida' en el título de un autor como Agustín Fernández Mallo (Coruña, 1967) da qué pensar. Él, el hombre que salió de la tarta, el creador de aquella cosa informe y untable que terminamos llamando Generación Nocilla, el gran provocador, ¿cómo alguien acostumbrado a desconcertar puede publicar algo como su poesía reunida? O Fernández Mallo se nos reblandeció o está haciendo una de las suyas, otra vez. El libro en cuestión, el que suscita tanto recelo, es Ya nadie se llamará como yo + Poesía reunida (1998-2012) (Seix Barral), su más reciente poemario, que se publica junto con su poesía completa.
¿Cómo el hombre que salió de la tarta, el padre de aquella cosa untable llamada Generación Nocilla, puede publicar su poesía completa?
El volumen desmiente cualquier reblandecimiento o tomadura de pelo. Es un libro auténtico, de esos ejemplares valiosos, que completan y afianzan a quien lo escribe. Ya nadie se llamará como yo hace lo que las concesiones importantes: ese permiso que se da un autor para envejecer y asentarse. En los versos de este inmenso viaje, Agustín Fernández Mallo, ese físico que descubrió que todo era poesía –sí todo: el ensayo, la novela, el pop, los blogs, la fibra óptica, la nocilla, los pixeles, la música- elabora a partir de una experiencia personal –la muerte de una persona cercana-, una poesía a quemarropa, directa y esencial, pero no por ello desprovista de las claves y el espíritu que hizo de su voz una de las más personales y principales renovadoras del panorama literario español.
Construido con un mecanismo narrativo a la vez que poético, el efecto de Ya nadie se llamará como yo se hace todavía mayor al leerlo en el conjunto de la producción previa de Fernández Mallo. Y aunque él mismo asegure en esta entrevista –así, con esa risa que afirma y desmiente a la vez- que todo diálogo es un timo y que sólo la controversia enriquece, siempre estará Antonio Gamoneda para desmentirlo en el frontispicio que acompaña este libro. Con prólogo de Pablo Casado, Ya nadie se llamará como yo + Poesía reunida (1998-2012) reúne Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus (2001, 2012), Creta Lateral Travelling (2004, Premio Cafè Món), Joan Fontaine Odisea (2005), Carne de píxel (2008, Premio Ciudad de Burgos de Poesía) y Antibiótico (2012).
Ha tocado otros géneros, aunque en su caso todos pasan por el tronco de la poesía. En 2009, el escritor, músico y físico impulsó el llamado Proyecto Nocilla, que sirvió de plataforma para la trilogía Nocilla Dream, Nocilla Experience, y Nocilla Lab. Afincado en Mallorca, se propuso entender la creación como una mezcla, una apropiación de todo: la física, la música, la literatura, el cine, las nuevas tecnologías, la información, la televisión, la cultura de masas con la alta cultura. Su novela más reciente, Limbo, la publicó en 2014 con Alfaguara.
-No sé si el resto de sus lectores sentirá los mismo, pero asusta ver el título 'Poesía reunida' en un libro suyo. ¡Que esas son palabras mayores! Eso sí: Ya nadie se llamará como yo revela una voz mucho más seria e introspectiva.
-Lo es. Este último poemario lo que propone es el tema de la muerte. El libro, si bien incluye todas mi obsesiones y la poesía no se programa (yo no programo ni siquiera mis novelas), lleva impuesta la muerte como tema, por eso es más directo.
"El libro, si bien incluye todas mi obsesiones y la poesía no se programa lleva impuesta la muerte como tema"
-¿A qué se refiere, exactamente?
-Aunque todo poema es un artificio, este es el libro que procura el menor artificio posible. Hay una gran presencia de los insectos, la carne ola naturaleza como algo que nos dota de alimento a cambio de un sacrificio. Detrás de todo eso está la muerte.
-¿Se acuerda del sonido del fin que buscan los protagonistas en su novela Limbo?
Sí, sí.
-En este libro hay una trampa parecida. La idea del ruido, de la nada, de los que proviene de un lugar que no existe… vuelve a aparecer.
-El sonido como algo impalpable y que no vemos está ahí. Es un ruido de fondo. En la naturaleza hay un ruido, y el ruido molesta. A mí me interesa trabajar en las fronteras, en las anomalías, en lugares incómodos, que es de donde salen las metáforas, y la creación. El ruido es una experiencia límite, como la muerte, que se vuelve misteriosa. Porque la persona fallecida renace de otra manera. Emerge de la propia muerte como alguien distinto, por cosas que no recordabas o no veías de la misma manera. Es curioso y anómalo. Es un regalo. Es el mecanismo apropiacionista: algo que ya han hecho otros, tú lo haces tuyo y construyes algo de otra manera.
"A mí me interesa trabajar en las fronteras, en las anomalías, en lugares incómodos, que es de donde salen las metáforas"
-Lo que sí queda claro es que en este poemario usted no está intentando probar una hipótesis estética, ni una teoría. Ni siquiera está intentando provocar a nadie. Está destilando una experiencia personal.
- En todos mis libros he destilado una experiencia personal, pero en este es cierto que he intentado olvidar toda hipótesis, teoría o artificio para intentar expresarme de la manera más directa posible. Pero eso es imposible, por eso aparecen cosas de mi producción, como el apropiacionismo. Hasta ahora, yo había manejado la sociedad de consumo confrontada con sus propios vicios o sus propios tics o incluso con la alta cultura, pero jamás había enfrentado a ninguna de las dos con el ámbito salvaje o de la naturaleza. Y aquí eso está presente. De pronto, en una iglesia, en un entorno rural, ante el agua bendita qué está en una pila, una se pregunta… ¿de dónde es? ¿Fontbella, Bezoya, de grifo? Porque la gente mete los dedos y se santigua, busca la trascendencia. ¿Qué hace una tarjeta de crédito tirada, perdida, en un monte? Es un ámbito límite para repensar qué es la sociedad de consumo, qué es la nada, qué es el ser. El poema debe investigar y debe crear emociones a través de esos límites.
-Hay cosas que uno se ha acostumbrado a permitírselas sólo a usted.
-Quizás me las he ganado (risas).
-Puede que así sea… sin embargo, permítame que insista: es un libro distinto. No voy a decir que ha envejecido, pero… ¿cómo dialoga este libro con su obra, con Carne de píxel por ejemplo?
-Creo que dialoga bien. El hecho de que sea distinto no quiere decir que no consiga dialogar. Todo al final forma una curva orgánica, una trayectoria. Existe como eco. No podemos ser lo que somos ahora, de no ser por lo que hemos sido. Carne de pixel es un recorrido a través de una ciudad que habla de la pérdida , del final de una relación amorosa y que está infiltrado por imágenes contemporáneas: una zanja de fibra óptica que alude a Pompeya. Esa mezcla de lo arqueológico y lo contemporáneo también está Ya nadie se llamará como yo.
-En el concepto de autor que usted se ha dedicado a extraer, a excavar, a saquear, relativiza… ¿Cómo ha cambiado su propia percepción de autoría?
-Siento que opero de la misma manera, el apropiacionismo por ejemplo, está ahí. Está en todo. Es un espíritu que planea en toda mi obra, sólo que puede tomar diferentes máscaras y formatos. Puede que en otros poemarios saliera de manera más conciente y aquí de forma más fluida y natural. Ya ni siquiera es apropiacionismo, soy yo. También hay algo que quiero decir: trato de dedicar el menor tiempo posible a pensar cómo soy. Eso te hace quedarte anclado. Creo muy poco en el diálogo con los demás o con uno mismo. Lo de que el diálogo es algo reparador en un timo de nuestra sociedad. El diálogo no repara nada, sólo sirve la controversia –Fernández Mallo hace una pausa, suelta una risa de una malignidad impostada- …pero eso lo digo sólo entre tú y yo.
Entonces todo vuelve a comenzar. El hombre vuelve a salir de la tarta. El mismo que habita las anomalías para hacer con ellas lo que otros no consiguen ni siquiera en los renglones de la más cuadriculada de las libretas.
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