Después de escribir Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee (Malpaso, 2013), resulta imposible pensar que Los caballeros de la Orden del Finnegans puedan expulsar a Eduardo Lago (Madrid, 1954) de sus filas. Una novela en la que Jeniffer López reescribe a Vladimir Nabokov, un perro es el encargado de olisquear los manuscritos que se convertirán en best sellers y un escritor fantasma que sabe que va desaparecer, desparece, tiene que ser del agrado de este grupo del que Lago forma parte. Ellos, los Finnegans, que se reúnen todos los Bloomsday -y se divierten expulsándose los unos a los otros de la hermandad joyceana-, se declaran –muy pretenciosos ellos- cultores de la “vía difícil” de la literatura, la que prefiere a Pynchon, Joyce o Foster Wallace. Y es justamente esa sustancia –la de la literatura que reflexiona sobre su propia génesis o su propia desaparición-, lo que brota en las páginas de Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee (Malpaso, 2013) una historia en la que un ghost writter –Stanley Marlowe, para más señas- y un novelista, Benjamin Hallux, deciden ¿reescribir?, más bien desentrañar, la novela inacabada de uno de los grandes genios de la literatura: El original de Laura, de Vladimir Nabokov. Hasta aquí, la información puntual para comenzar esta no-entrevista o no-reseña o lo que sea que este texto no es.
Sentado frente a una mesa demasiado pequeña –estrecha, incómoda para todo lo que hay que decirse-, Eduardo Lago remueve un azucarillo en el café. El escritor, que vive en Nueva York desde hace 26 años, está en España para presentar una novela con la que la recién nacida editorial Malpaso ha hecho su declaración de guerra, perdón, su debut en la industria española. Al lado de la taza donde un pálido café con leche se enfría –los entrevistados nunca beben lo que piden-, está el ejemplar de Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee, segunda novela de Eduardo Lago, en la que el escritor retoma una pulsión que ya estaba en su primer libro, Llámame Brooklyn (Premio Nadal, 2006): la idea de un texto literario –entendámonos, el manuscrito hallado- como protagonista y como eje de una reflexión que atañe al escritor, a todo escritor: la desaparición. ¿Cuál? ¿La de la literatura? ¿La de quien escribe? ¿La del lector? He ahí la gasolina que bombea todo el texto y pone en marcha este artefacto creado por Eduardo Lago: en él no hay una novela, puede más bien que cuatro o cinco; acaso una estructura en la que predomina el relato –de principio a fin-; o –por qué no- una historia a secas.
La parte de Nabokov (o de los críticos)
Para aclararnos: Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee parte de El original de Laura, la última novela de Vladimir Nabokov, que el escritor no llegó a terminar y sobre la que pidió, expresamente, que fuese destruida. Escrita de manera fragmentaria en 138 fichas, el manuscrito no corrió la suerte que Nabokov dispuso para él. Véra, su viuda, lo guardó en una caja fuerte. Muerta la esposa del novelista, la decisión de qué hacer con el libro recayó sobre su hijo Dmitri, albacea de la obra del ruso, quien decidió publicarla. Alfred A. Knopf la editó en Nueva York, en 2009, en una hermosísima edición facsímil de la que el lector puede extraer todas las fichas de archivador que usó el ruso para escribirla. En España la publicó Jorge Herralde, en una versión menos fetichista y bibliófila.
Menospreciada por la crítica literaria, El original de Laura fue considerada por muchos una obcecación, un fogonazo del maestro moribundo, una novela en proceso, en fin… algo que no cuajó. A Eduardo Lago no le pareció lo mismo. Lo dice, muy relajado: “Siempre odié a Nabokov, porque se reía de los escritores que a mí me gustaban”. Pero la antipatía que le generaba el menosprecio del autor de Lolita por Cervantes duró hasta su encuentro con esta novela póstuma, a la que llegó después de escribir un ensayo para una exposición de arte. Fue la propia artista quien se lo hizo ver. “Tu texto está escrito como la última novela de Nabokov”, le dijo. Lago, que no conocía ni la novela ni de la historia detrás, fue a buscarla. Y encontró lo que encontró.
"Me parece trágico y hermoso a la vez que las últimas palabras que escribió antes de morirse Nabokov fueran tachar, destruir… ¿cómo podía resolverlo"
Leyó El original de Laura varias veces. Una decena al menos. Hizo ideogramas, mapas, también un informe -más adelante, la palabra informe tendrá sentido-. El libro de Nabokov parte de la historia del neurólogo Philip Wild –para algunos un eco del Albinus de Risa en la oscuridad-, y su esposa Flora, trasunto de Lolita. Wild, un adiposo y esperpéntico sujeto, redacta un tratado sobre el arte suicidio –“morir es divertido”, dice- , un texto en el que confecciona un método de la desaparición. Sí, desaparición: un manual de instrucciones para borrarse de a poco. En paralelo, Nabokov crea a Eric, uno los amantes de Flora, el supuesto narrador de la novela, quien dentro del propio texto escribe otra historia en la que da cuenta del affaire entre ambos y en el que Flora se convierte en Laura. Esa es, a grandes rasgos, la estructura de un texto que, sin embargo, termina con siete palabras: eliminar, suprimir, borrar, tachar, cancelar, anular, obliterar. Todos ellos sinónimos del verbo destruir. Esas fueron las últimas líneas de un hombre de 75 años, enfermo, que escribía su última novela con la plena conciencia de que no podría terminarla.
Eduardo Lago sintió que estaba ante un libro mayúsculo. Lo lee, no consigue dormir. “¿Qué quería hacer este hombre?”, se preguntaba. “Me parece trágico y hermoso a la vez que las últimas palabras que escribió antes de morirse Nabokov fueran tachar, destruir… ¿cómo podía resolverlo? Hablé con Martin Amis, que fue muy amigo de Nabokov, lo trató mucho en los últimos años de su vida. Me dijo: me parece muy bien, pero El original de Laura no deja de ser una novela fallida”, cuenta Lago, que ya por entonces había comenzado a desentrañar el texto. Qué hacer ¿un artefacto erudito?, se preguntó. “No, esa es una forma muerta y yo no quería hablarle a los expertos en la literatura. Quería escribir algo que involucrara al lector”. Mientras algunos de sus amigos, como Manuel Vincent, se preguntaban si lo que Eduardo Lago quería era “ponerle brazos a la Venus de Milo”, decidió entonces escribir lo que había detrás de todo esto: una novela. Y así lo hizo.
Mientras algunos, como Manuel Vincent, se preguntaban si Lago quería “ponerle brazos a la Venus de Milo”, decidió escribir lo que había detrás de todo esto: una novela.
La parte de los escritores (fantasmas)
Después de leer El original de Laura, un novelista, Stanley Hallux –sí, Hallux, como el dedo del pie- se pone en contacto con un ghost writter –en español escritor fantasma o negro, expresión que Lago detesta-, alguien que vive de escribir historias de otros, biografías, best sellers: Stanley Marlowe –sí, Marlowe, como Philip, el de Chandler, pero también como la versión sin ‘e’ de Marlow, el narrador de Joseph Conrad-, y le pide que le ayude a “desentrañar” lo que Nabokov intentó con esta última novela. Después de una conversación hilarante en la que Hallux arroja al aire –como vasos de vodka- los best sellers que el propio Marlowe ha escrito, en la sombra, y que están alineados en una estantería, el escritor fantasma acepta el reto. Hará un informe para descubrir qué esconden las fichas de El original de Laura. Marlowe, que ya tiene el encargo previo de escribir la biografía de un millonario, Arthur Laughton, se embarca, simultáneamente, en ambos textos.
La pregunta, que ya se plantea en la historia, toca devolvérsela a Eduardo Lago –él llegó, por cierto, a llamar a una agencia literaria para conseguir a un escritor fantasma que reescribiera a Nabokov- … ¿Por qué un autor a la sombra es elegido por un novelista para reescribir la última novela de un maestro de la literatura? Eduardo Lago acepta la pregunta, de buena gana. “El escritor fantasma es alguien capaz de escribir los sucesos que los demás no pueden escribir. Es muy importante que esto lo haga el escritor fantasma, porque domina la técnica pero no puede imaginar ni crear nada. No está encadenado a la imaginación, como lo están los novelistas”, explica Lago.
Un novelista contrata a un escritor fantasma, para que desentrañe el misterio de las fichas de El original de Laura, de Nabokov.
Entre sus múltiples viajes, muchos de ellos necesarios para la biografía del millonario que le contrata –y que le llevan a Nueva York, California o la isla de Alejandro Selkirk en el Pacífico Sur- Marlowe se adentra en El original de Laura. Va haciéndole llegar a Hallux los informes que prepara y que suponen una novela en sí misma: desentraña el tratado del suicidio de Wild, identifica la novela de Eric, explica a Flora… hasta que un buen día, de pronto, Marlowe, el escritor fantasma, se esfuma. Ajá: de-sa-pa-re-ce. El asunto no es, ni mucho menos, un detalle o un juego con la naturaleza invisible de su profesión, sino uno de los acertijos que resuelven en parte Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee, la idea de la destrucción. Si en El original de Laura, Nabokov crea una novela a la vez que la desintegra, Eduardo Lago paga con la misma moneda: Marlowe quiere terminar de escribir esta historia, pero no puede. Desaparece –o eso llegamos a creer- antes de conseguirlo.
Todo esto ocurre entre un montón de peripecias: el espionaje de un extravagante y psicótico agente literario, Peter Bailley, que intenta hacerse con el texto de Marlowe pensando que es otro inédito de Nabokov; una ferviente lectora del ruso, Jeniffer López, especie de “Lolita asesina” –habría que añadir gótica-, que intercepta parte del informe y lo reescribe; el safari del mundo de las agencias literarias y editoriales en el que un perro que olfatea best-sellers se come a dentelladas y destroza un libro de Samuel Beckett; un camarero chino que lee a Flaubert; persecuciones en Central Park… en fin, ejemplos como estos, muchos. En medio de esa estructura, Eduardo Lago se permite, justamente a través de relatos breves intercalados, crear pequeñas novelas-homenaje –o novelas-parodia-, como la que dedica a la literatura latinoamericana –Lago imparte esta asignatura en el Sarah Lawrence College- cuando hace coincidir a uno de sus personajes, a Hallux, con Carlos Fuentes, el nombre de pila de Carlos Fuentes Gómez de la Iglesia, un capitán chileno en el Pacífico Sur a quien su padre bautizó así por el escritor mexicano.
Hay una arista, importante, que hace de 'Siempre quise que volvería a verte, Aurora Lee' una novela de Eduaro Lago y no de Nabokov.
La parte de Daniel Auster (o de los crímenes)
La biografía sobre el millonario Arthur Laughton ya no puede ser escrita, el hombre ha muerto antes de que el ghost writter pudiese acabar el encargo. El informe sobre El original de Laura parece condenado a no completarse, porque justamente quien debe hacerlo, Stanley Marlowe, ha desaparecido. Ante tal panorama, Hallux –el novelista que hace el encargo- decide ir tras el escritor fantasma que ha contratado y del que no tiene ni rastro. Justo lo que consigue es lo que hará que todo vuelva a trastocarse. Y lo que parece que dará por terminada la historia, abre la puerta a otra… ¿novela? ¿relato? Y es aquí cuando la no-entrevista o la no-reseña corre el peligro de echar a perder la lectura. Pero da igual, habrá que correr el riesgo, de lo contrario, faltaría una tercera pata, tan fundamental como invisible, que hace de Siempre supe que volvería verte, Aurora Lee una novela de Eduardo Lago y no de Vladimir Nabokov.
En sus pesquisas para encontrar al escritor fantasma desaparecido, llega a manos de Hallux un relato escrito por Marlowe y que él mismo ha procurado que sea entregado, a toda costa, a un personaje: Arnold Swift. En ese texto, el escritor fantasma habla de Daniel Auster, el hijo que tuvo el novelista Paul Auster con la escritora Lydia Davis. El relato de Marlowe –que Hallux entrega a su destinatario- habla de un brutal asesinato –la víctima murió a martillazos- relacionado con el narcotráfico –ocurrió en verdad, en 1998, en el contexto de la noche neoyorkina- y del que Daniel Auster fue testigo. El crimen –y el papel del hijo de Auster en este- dio origen, a su vez, a otra novela: Todo cuanto amé, escrita y publicada –en España la editó Anagrama- por la escritora estadounidense Siri Hustvedt, actual esposa de Auster y madrasta del protagonista. En las páginas de ese libro Hustvedt ficciona, en medio de un universo mayor, lo que ocurrió.
¿Por qué se escribe ficción? ... Una interrogante que planea sobre Nabokov, Stanley Marlowe y el mismo Eduardo Lago
Todo lo que hemos estado leyendo estalla y se opaca, se aclara y se enturbia, como si ese solo relato –ajeno a Nabokov, ajeno al objeto de lo narrado- fuese el anzuelo para algo que está por llegar. Juntos el escritor fantasma, Marlowe, que rescata y escribe la historia; el novelista, Hallux, que la recibe y la entrega; el moribundo Nabokov, obsesionado con la desaparición de su última historia o el Philip Wild de El original de Laura, con su tratado del suicidio, se convierten en un coro, en un salón de espejos, en algo que resuena y que ilustra una pulsión que va en dos direcciones: crear y borrar, mostrar y ocultar. ¿Y qué es la literatura sino la combinación estruendosa de esas dos direcciones?
Eduardo Lago, que lleva demasiado tiempo sentado frente a una mesa estrecha sin decir nada en esta no-entrevista, viene al rescate y arroja algo de luz sobre lo escrito: “¿Por qué el hijo de unos escritores famosos que permanece abandonado mientras la literatura sigue su curso? Le traslado un problema más al escritor –Lago hace una pausa-. El escritor fantasma tiene al final de su vida tres libros en las manos: la autobiografía del millonario, El original de Laura y luego un cuento que llega a Hallux cuando desaparece. En el fondo, todo esto tiene que ver con novelas inacabadas”.
Flota en el aire una pregunta que, a todas luces, no podemos responder… Pero al final, ¿qué ocurre? Si El Original de Laura lo escribió Nabokov poco antes de morir en 138 fichas y en las páginas de Siempre supe que volvería verte, Aurora Lee un novelista “de verdad” encarga a un escritor fantasma –que sabe que va a desaparecer- para descifrar el enigma, ¿ cómo va a terminar todo esto? Queda una ficha: la 139. La última bala en la recámara. El disparo final, sin duda, lo tiene el lector.
Eduardo Lago: "En el fondo, todo esto tiene que ver con novelas inacabadas”.
La parte de Aurora Lee (o sobre los finales que no son tales)
El título con el que Eduardo Lago nombra a esta novela es –además de larguísimo- una metáfora que acompaña y refuerza las muchas ideas de desaparición que existen en la novela, pero también el nexo que existe entre la vida y la literatura, la imposibilidad que tiene una para apresar a la otra. Ese nombre: Aurora Lee, que proviene directamente de El original de Laura, refuerza, como un asterisco, la muerte que perseguía a Nabokov y que se esparce por toda la novela, agazapada en la parodia.
Aurora Lee es una chica de la que Wild, el neurólogo escritor creado por Nabokov en El original de Laura, se enamora en la infancia –y de la que luego Jeniffer López, en la novela de Lago, hace su propia versión-. La joven, que termina casándose con un leñador que la mata, se le aparece en sueños a Wild. En el juego constante de reciclaje y referencias que usa Nabokov –y que Lago duplica- esta mujer, ese enamoramiento remoto, guarda relación directa con Annabel Leigh, el amor de infancia que Humbert intenta recuperar a través de la Dolores de Lolita, y con la que Nabokov aludía a Annabel Lee, el último poema compuesto por Edgar Allan Poe, que trata sobre la muerte de una hermosa joven de la que el “narrador-poeta” estuvo enamorado y a la que recuerda, todas la noches, en su “tumba junto al mar”.
Sus menciones –las de Aurora Lee y por ende de Annabel Leigh- son un anticipo de la muerte -¿la que le pisaba los talones a Nabokov? ¿la que se cierne sobre la novela de Lago?
Sus menciones –las de Aurora Lee y por ende de Annabel Leigh- son un anticipo de la muerte -¿la que le pisaba los talones a Nabokov? ¿la que se cierne sobre la novela de Lago? Suponen –envueltas en el amor joven- la idea de la infancia como territorio inaccesible, susceptible –también- de toda desaparición. El regreso a la infancia se muestra tan inalcanzable como la imagen de un columpio atado a un árbol que, con el paso del tiempo, ha crecido. Si existe un lugar para apresarla, puede que sea la escritura, una vez más: el punto de partida y llegada de esta novela.
Dicho esto, valga acotar que esta no-entrevista o no-reseña no pretende dar broche a la novela de Eduardo Lago con esta imagen poética y sublime, porque ése, aunque lo parezca –y que en parte lo es- no es exactamente el resultado total. En una novela como esta -que puede resultar pretenciosa, artificiosa a veces, pero en la que todo obedece a una razón, literaria o no-, todavía queda un cabo suelto… una ficha 139 que podría pertenecer tanto al escritor fantasma, a Vladimir Nabokov o al mismo Eduardo Lago. La clave está repartida, al mismo tiempo, en todas las páginas y en el final que Eduardo Lago ha escrito…o está por escribir, aunque de momento –y como lo hemos hecho desaparecer sentado frente a una mesa pequeña donde se enfría una taza de café- no tenemos comillas para dar fe.
eduardo lago
Vive en Nueva York desde hace 26 años. Es escritor, traductor (Henry James, Sylvia Plath, John Barth...) y crítico literario. Doctor en Literatura por la Universidad de Nueva York y profesor de Literatura en Sarah Lawrence College. Fue director del Instituto Cervantes de Nueva York. En medios como El País ha publicado entrevistas con grandes escritores de la literatura: Philip Roth, David Foster Wallace, Don DeLillo, Norman Mailer, Salman Rushie... Ganó el premio de Crítica Literaria Bartolomé March por El íncubo de lo imposible, un análisis comparativo de las traducciones al español de Ulises de James Joyce. En 2006 ganó el premio Nadal con su novela Llámame Brooklyn. También obtuvo el premio de la Crítica y el premio Ciudad de Barcelona. Más adelante publica los relatos Ladrón de Mapas. Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee es su segunda novela. Con ella, los editores de Malpaso comienzan su andadura.
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