Veinte años parecen suficientes para volver a escribir una historia de amor, algo que él y sus lectores parecen haber olvidado desde La flaqueza del bolchevique, novela finalista del premio Nadal. Aquella era narrada por un hombre: Pablo; ésta, en cambio, la cuenta una mujer, Mónica. Se trata de Música para feos, la más reciente novela de Lorenzo Silva, que llega a las librerías el jueves 9 de abril.
Lector de Raymond Chandler, también ex abogado, ex asesor fiscal y ex auditor de cuentas, el escritor madrileño es conocido por su saga detectivesca protagonizada por la pareja de guardias civiles Bevilacqua y Chamorro. La primera entrega fue El país de los estanques (1998); las más recientes son La marca del meridiano y Los cuerpos extraños (2014). Sin embargo, esta vez, toca otro registro: el sentimental.
No existe amor mustio que no haya dormido a la intemperie del Chelsea Hotel 2, música de fondo de esta historia
“Es ante todo una historia de amor a contracorriente”, aseguran los editores de Lorenzo Silva, que repite una vez más con el sello Destino. Sin embargo, Música para feos se comporta como algo más, un artefacto que es a la vez una crónica contemporánea y una historia sentimental, sin empalagos, y con un regusto a derrota. El lector se da por enterado de eso incluso antes de comenzar la lectura. El epígrafe elegido para comenzar el libro no puede dejarlo más claro: “We are ugly but we have the music” (somos feos pero todavía tenemos la música)... Nunca Leonard Cohen y su Chelsea Hotel 2 supieron tanto y tan fuertemente a whisky sin pausa ni hielo.
No podría existir otro arranque mejor para “la historia de un amor difícil” –así se refiere Lorenzo Silva al libro-, y es de suponer, también, que no existe amor mustio que no haya dormido a la intemperie del Chelsea Hotel 2, cuya melodía empapa el libro cual hilo musical para estrangular al corazón. La novela entera es una banda sonora, un largo y heterogéneo playlist en el que el lector puede “escuchar-leer” desde Radiohead hasta Extremoduro. Esa -en apariencia- sencilla operación convierte el libro en una historia de por sí entrañable, no exenta de misterio, ni mucho menos de pericia narrativa.
Ramón y Mónica no son la media naranja de nadie, son la fruta entera pudriéndose de vida
Música para feos narra la relación de Mónica y Ramón, dos a seres a su manera renqueantes; agrios integrantes de una vida que se sostiene viniéndose abajo una y otra vez. No son la media naranja de nadie, son la fruta entera pudriéndose de vida, reventándose madura sobre la acera.
Se conocieron bailando, en un garito. La casualidad en este caso es tan musical como verosímil. Porque Silva así lo necesitaba: un encuentro cenizo, de esos que parecen que no van a ningún lado y sin embargo, lleva a todas partes, la más importante. Mónica, la voz y los ojos de esta historia, tiene 30 años y trabaja como telefonista; quiso ser periodista pero la vocación, como el amor, se le fue torciendo con el paso de los años en relaciones mediocres y trabajos de mierda. Ramón es un hombre a veces hosco y lejano, lo suficiente como para ser misterioso.
Este hombre tiene cuarenta años –él es mayor que ella, de ahí el amplio abanico de la banda sonora del libro- . Empeñado en no dar a conocer detalles de su pasado ni a desvelarle a Mónica ciertos detalles, su existencia se convierte en una zona oscura alumbrada con fogonazos. El desenlace, que no podemos aquí desvelar -claro está-, tiene algo de la fruta estrellada de la que hablábamos antes: un algo definitivo y derrotado; acaso el amor como un combate; una estampa de la intemperie del Chelsea Hotel 2. Porque en el fondo, las cosas terminan y acaban ahí: "somos feos pero tenemos la música".
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