Es una de las voces más prometedoras, dice la crítica equivocándose como siempre. Rodrigo Hasbún (Bolivia, 1981) no es una promesa, es un autor con voz y universo literario propio, que desembarca esta primavera en España con Los afectos (Penguin Random House), una novela que relata la vida de los Ertl, una familia de aventureros que, tras la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, decide exiliarse en Bolivia.
Seleccionado por el Hay Festival Bogotá como uno de los 39 escritores latinoamericanos y en 2010 por la revista Granta como uno de los 22 mejores escritores en español menores de 35 años, Rodrigo Hasbún se mueve entre el cine, la literatura y la música. El territorio físico que habita tampoco es definitivo: desde hace años vive fuera de su país de origen. Acaso por eso comprende muy bien lo que sienten los personajes de esta novela, que escribió en una de sus muchas mudanzas. “Cambiar de lugar siempre te pone en una situación vulnerable”, dice.
En las páginas de Los afectos, Hasbún utiliza los años cincuenta y sesenta del siglo pasado como telón de fondo para narrar la vida de esta familia. El padre, Hans Ertl, pretende alcanzar el gran sueño de Paitití, la ciudad perdida de los incas que se oculta en algún lugar inhóspito de la selva amazónica. Ni su mujer ni sus tres hijas saldrán indemnes de las inalcanzables quimeras y las ausencias de este padre explorador, pero será Monika, la mayor y la más aventurera, la única que acabe heredando su carácter inconformista para lanzarse, con los años y en aras de sus convicciones, a un objetivo mucho más temerario.
Rodrigo Hasbún ha sido publicado también en España por Demipage, sello independiente que el año pasado sacó a las librerías Nueve, un volumen que reúne los relatos de tres libros anteriores de Hasbún y que abarca ocho años de su narrativa.
-¿Cómo definiría Los afectos: biografía, ficción, historia? ¿O todo eso es sólo retórica y lo que importan, son, en verdad los lazos, los sentimientos, los parentescos, la soledad que los acompaña?
-Lo que más importa son los personajes, sus aventuras interiores y exteriores, las formas en las que entre ellos se salvan o se condenan. En cuanto a los territorios que mencionas, la novela está inspirada en personajes históricos, pero no es ni intenta ser un retrato fidedigno de nadie, ni tampoco de un país o una época. Me acerqué a todo eso desde la desconfianza y la incertidumbre que ofrece la ficción, pero además inventé y tergiversé y moví de lugar, a diferencia de la biografía o de la historia siguiendo siempre los mandatos de la narración y no de lo que hay fuera de ella.
-¿Cómo llegó a los Ertl como artefacto? ¿Qué lo empujo a la figura de la familia?
-Fue pura casualidad. Un amigo al que no veía hace años me habló de ellos en un café de Cochabamba. Nunca me había sucedido antes, pero mientras lo oía supe de inmediato que escribiría esta novela o, al menos, que intentaría escribirla. Luego, meses después, cuando empecé a hacerlo, me di cuenta más o menos pronto de lo que mencionaba antes: que no solo me interesaban las batallas de afuera sino también el viaje interior, lo que sucedía dentro suyo mientras sucedía todo lo demás.
-Usted se marchó de Bolivia a los 22 y desde entonces vivió en Santiago de Chile, Barcelona e Ithaca. ¿Dónde vive ahora? ¿Presta usted a sus personajes la soledad que confiere el viaje?
-Después de Ithaca viví un año en Toronto, donde por cierto escribí Los afectos, y hace unos meses estoy en Houston. Cambiar de lugar siempre te pone en una situación vulnerable, te obliga a ver cosas en ti mismo que antes ignorabas, resquebraja el consuelo de lo habitual, y eso también lo viven los personajes de la novela, con el agravante de que en su caso el viaje fue más radical: se fueron a un país del que ni siquiera conocían el idioma, y lo hicieron en una época en la que volver era bastante más difícil. Irse era irse en serio y era también inventarse una nueva vida, y ese impulso está presente en la novela. Creo que todos los personajes se enfrentan a él de una u otra forma.
-Muchos de sus personajes tienen diarios o se cuentan con vocación expresa de narrarse. ¿Los afectos continúa esa idea?
-A diferencia de otros libros míos, aquí nadie lleva un diario. En ese sentido, y también en algunos otros, este es un libro menos introspectivo. Más que contarse a sí mismos sus propias historias, los personajes intentan mirar hacia los otros y también entender lo que significa ser hija o padre o hermana, así como las responsabilidades que conlleva cada uno de esos roles. Pero las familias son, para usar tu expresión, artefactos extraños y a menudo incomprensibles, y al final no creo que lleguen a demasiado.
-¿Qué tanto de su aprendizaje literario lo debe a la música? ¿Y al cine? ¿O a escribir no se aprende?
-Me gusta decir que todo lo que sé como escritor lo aprendí antes como músico, en una época en la que no tenía ni idea que me dedicaría a escribir, pero no sé si sea cierto. Sí se que no deja de asombrarme la capacidad que tiene la música de conmover y contagiar, de desordenar por dentro, y eso es algo que me encantaría poder lograr como escritor, aunque las herramientas y los filtros sean otros. En cuanto al cine, me maravilla la capacidad que tienen los cineastas de asumir que para hacer una película de noventa minutos se necesitan decenas o cientos de horas de rodaje. Hay ahí una lección de humildad que me gusta tener presente mientras escribo.
-Por cierto,¿entre Leonard Cohen y el resto del mundo?)
-Entre Leonard Cohen y el resto del mundo, Leonard Cohen sin ninguna duda. Entre Leonard Cohen y Bob Dylan, depende del día y de la hora.)
-¿Ya no existe algo como la literatura latinoamericana, verdad?
-La “literatura latinoamericana” fue en cierta medida una construcción imaginaria que permitió a editores y libreros usar un solo estante en lugar de veinte. Desde esa perspectiva, yo diría que es un mecanismo que todavía está en funcionamiento, y que seguramente lo seguirá estando durante mucho tiempo más.
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