Soberbio, imponente, señorial… pero hoy se cae a pedazos. Debido a sus tres hectáreas de bosque y sus fachadas completamente esculpidas, la casa que Alejandro Dumas eligió para retirarse a escribir en Port-Marly, a las afueras de París, recibió el apodo de El palacio de Montecristo, cuyo ruinoso estado actual obliga a sus responsables a pedir ayuda para ejecutar obras que permitan mantener en pie la que hoy funciona como casa museo.
En esta villa rural, el autor de los Tres mosqueteros se retiró a escribir –y algunas otras cosas más- en un retirada parcela. Estaba en la cima de la fama y quería estar solo, apartado. Pasó casi tres años construyéndola y valió la pena, el resultado es duda, un lugar exuberante: salones moriscos, jardines… Asediado por las deudas y los créditos, tuvo que malvenderla.
Excesivo, romántico, hedonista… Dumas no escatimó en la construcción de aquel lugar por el que pasaron escritores, lectores y acreedores. Muchos apodaron aquel sitio como la fábrica de novelas; un lugar que sufre los embates del tiempo y la humedad.
De aquellos días queda el hermoso jardín y, por supuesto, las ocas. "Dumas llegó a convivir con faisanes, dos loros, tres monos, un buitre y catorce perros" declaró al periodista Carlos Abascal de la Agencia EFE el conservador del monumento, Frédérique Lurol. "Ya sólo quedan ellas", se lamenta Durol.
En los años setenta, el edificio logró esquivar un derribo, fue declarado monumento nacional e ingresó en el patrimonio francés: "Pero ahora hay que mantenerlo, evitar a los especuladores y reunir los 500.000 euros que restan para completar la restauración", aseguran los miembros del equipo de conservación.
Y aunque una deuda también acabó expulsando a Dumas de sus dominios –tuvo que subastar los muebles, luego el terreno y finalmente, en 1851, el palacete vacío-, ahora sus responsables buscan salvar el que puede que sea uno de esos templos paganos hacia los que peregrinan lectores y fantasmas.