Imaginen no poder volver a ver las Meninas hasta el año 2037, que la Victoria de Samotracia o la Venus de Milo se encerraran en los almacenes del Louvre durante más de una década o que los mármoles del Partenón del Museo Británico no vieran la luz hasta el 2030. Esta pesadilla para cualquier amante del arte está a punto de suceder en el principal museo de Berlín. El próximo domingo 22 de octubre el Museo de Pérgamo cerrará sus puertas para iniciar un amplio programa de restauración que no culminará hasta al menos 2037.
En el plan original, se preveía mantener algunas partes del museo abiertas al público, pero en el mes de marzo los responsables anunciaron el cerrojazo total. No será hasta la primavera de 2027 cuando algunas partes del museo, como el propio altar de Pérgamo, que da nombre a la institución, puedan volver a ser visitadas.
El museo es uno de los principales atractivos de la capital alemana, célebre por la reconstrucción monumental de edificios de la Antigüedad como el propio altar de Pérgamo; la puerta del mercado romano de Mileto; o la puerta de Ishtar, una de las entradas monumentales a la ciudad de Babilonia. El museo ha asegurado que realizarán exposiciones en colaboración con otros museos y cederán algunos de sus objetos más importantes. Sin embargo, no podrá hacer nada con sus grandes atractivos, al tratarse de estructuras colosales que no podrían ser trasladadas. "Las principales piezas de exposición, las principales atracciones, son arquitecturas monumentales instaladas permanentemente. Si se extraen, quedarán destruidas. Hay que ir con increíble cuidado", señaló Hermann Parzinger, presidente de la Fundación Patrimonio Cultural Prusiano, a la cadena regional rbb.
Se estima que las obras superen los 1.000 millones de euros, 722,4 millones para las obras, según la planificación actual, y 295,6 millones adicionales para cubrir posibles riesgos e incrementos de precios durante los trabajos.
El dilema de la retirada
El cuadro más famoso del mundo está en unas delicadas condiciones de conservación. Millones de personas pagan entrada en el Louvre y soportan agobiantes colas para pasar unos segundos frente a un cuadro oscuro y apagado, muy alejado de la escena original. Leonardo Da Vinci se arrancaría la barba a tirones si viera el actual estado de conservación de la Gioconda. El mundo ha interiorizado que el maestro del Renacimiento pintó el retrato más célebre de la historia con tonos ocres, cuando en realidad lo hizo con una gama mucho más clara y luminosa. De tanto verla, pasamos de largo el hecho de que la modelo tenga un tono más cercano al de Homer Simpson que al de una persona real, y hasta el cielo de su espalda se mueve entre tonos parduzcos y verdes. Aunque son las miles de grietas lo más grave de la conservación del cuadro, con un leve zoom se aprecian estas fracturas que cuartean la pintura de más de 500 años de antigüedad.
Una copia del Prado realizada en el taller de Leonardo en la misma época que la original es la forma más realista de acercarnos al cuadro. El principal interés de esta copia, con una incuestionable menor calidad que la original, es que desde el dibujo preparatorio y hasta casi los últimos estadios repite el proceso creativo del original. Las dimensiones de ambas figuras son idénticas y fueron quizá calcadas partiendo del mismo cartón, según señala el Museo del Prado. Se cree que la obra fue pintada por alguno de los alumnos más cercanos a Leonardo y en la misma época que la original. El trabajo de restauración retiró los barnices oxidados que amarillean la obra, liberando los colores que Leonardo también empleó en su famoso retrato, ofreciendo al público del siglo XXI un acercamiento a la obra original.
Y aquí surge la duda, ¿descolgar la Gioconda durante año y pico para restaurar parte de su esplendor? Supondría privar a millones de personas de tener en su galería del móvil un selfie con el cuadro al lado de otro con la Torre Eiffel, y más importante, supondría millones y millones de euros que el Louvre dejaría de ingresar. No nos engañemos, gran parte de los turistas que emplean dos horas en el museo durante su fin de semana en París es única y exclusivamente para decir que han visto a la Monna Lisa en persona. En este tipo de intervenciones también aparecen otros debates, como el riesgo para la propia obra durante estos procesos y tras las polémicas de algunas restauraciones que se han considerado agresivas.
Sin salir del Louvre, otra de sus obras más reconocibles, La libertad guiando al pueblo, de Eugene Delacroix, fue descolgada hace unas semanas hasta la primavera de 2024. El toples con el que mucha gente identifica la Revolución Francesa, a pesar de que refleja la revolución de 1830, es una obra de gran formato (3,25 metros por 2,60 metros). Es también mucho más reciente que la Gioconda, puesto que fue pintado en 1830, y de nuevo se trata de un cuadro muy oscurecido, “los barnices oxidados y amarillentos que alteran la gama cromática azul, blanca y roja de La Liberté deben eliminarse, en particular, con disolventes”, señaló el director del departamento de pintura del Louvre, Sébastien Allard a la Agencia France Presse. En menos de un año, podremos acercarnos a los colores originales de la obra original, emblema de revoluciones.
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