Cultura

Por qué la derecha española odia a sus intelectuales (y otras incómodas preguntas de combate)

Destacados pensadores colaboran en el informe '¡Menos ideas y más moderación!', que analiza la incomodidad de nuestra derecha con los valores fuertes y su querencia al concepto de ‘moderación’

Es un chiste demasiado conocido, pero no me resisto a recordarlo. Lo hizo Alfonso Guerra en los años del PSOE triunfal, cuando se burlaba del aspirante José María Aznar cada vez que anunciaba que el Partido Popular se embarcaba en un "viaje al centro”. Su respuesta ha quedado en la memoria: “Este PP lleva años viajando al centro y todavía no han llegado…¿de dónde venían, que tardan tanto?”, ironizaba don Alfonso. La izquierda española siempre ha manejado de manera implacable la etiqueta de ‘herederos de la dictadura’ para deslegitimar a los líderes de la derecha, mientras que esta ha respondido de la manera más acomodaticia: renunciando a cualquier posición sólida para hacerse pasar por ‘moderados’ (un concepto indefinido y viscoso donde los haya).

El resultado es un abandono de sus valores clásicos y una fuerte apuesta por lo que este libro llama la “Fundación Vicente”: tratar de situarse “donde está la gente”, quedando a merced de cualquier moda ideológica del momento. La factura es de sobra conocida: sumisión ideológica a los marcos del PSOE y la irrupción de Vox como alternativa poco propensa a soluciones de compromiso. Todo esto se analiza de manera afilada en un informe colectivo titulado (cojan aire) ¡Menos ideas y más moderación! De cómo buena parte de la no izquierda dejó de pensar y acabó por cifrar su gran apuesta político-ideológica en 'moderarse'.

La Fundación Disenso, que publica el texto, ha contado con firmas de primer nivel, entre otras el filósofo Miguel Ángel Quintana Paz (coordinador y responsable de la edición), el historiador Pedro Carlos González Cuevas, el ensayista José María Marco, la politóloga Vanesa Kaiser y el periodista José Javier Esparza. Quintana Paz aporta un texto breve pero contundente, donde queda claro el menosprecio crónico de la derecha por sus intelectuales. Alguna vez, por postureo, como Albert Rivera soltando en un foro universitario que recomendaba mucho a Kant sin ser capaz de citar un solo título de sus obras. En otras ocasiones, con odio a granel, como el antiguo editorial del diario Amanecer en 1937 que proclamaba que “para los poetas preñados, los filósofos henchidos y los jóvenes maestros y demás parientes, no podemos tener más que como el romance clásico: un fraile que los confiese y un arcabuz que los mate”. Poca broma.  

¿Ejemplos actuales? Hace nada Borja Sémper celebraba que el Tribunal Constitucional tumbase un recurso contra la Ley del Aborto presentado por el propio Partido Popular, alegando que la sociedad española “ha evolucionado”. En una entrevista con El Mundo, Semper anunció que su plan era “sumarse a los liderazgos que ya hay en la sociedad”, abdicando de la obligación de marcar el rumbo. Disolver los principios y seguir la corriente como horizonte político. Como explica el abogado Urko Heller, hoy parece que “la única defensa feroz que la derecha está dispuesta a perpetrar es la unidad nacional”, aparte de otra que ya conocemos todos: “generar camarillas y grupos de interés que luchan única y exclusivamente en los despachos para repartirse el poder. Lo hemos visto de sobra en los últimos cincuenta años”, lamenta. El ejemplo más claro es el franquismo, que “disolvió todas aquellas tradiciones y energías que le ayudaron a llegar al poder, y a consolidarlo; pero, al mismo tiempo, cavó el suelo bajo sus pies”. Estrategias cortoplacistas que han privado a la derecha de ciclos de poder sólidos desde entonces. 

Mientras la izquierda es capaz de crecerse cuando está en la oposición, la derecha “hunde sus raíces en la incapacidad de movilización” cuando carece de un “asidero en el poder”

¿Cuándo se jodió la derecha? Heller tiene pocas dudas: “Fue el aznarismo también la consagración del discurso liberal conservador y ‘meritocrático’ en la derecha, divorciando para siempre al conservadurismo español de cualquier preocupación social o de cualquier defensa de un patrimonio común no simbólico -más allá de la unidad nacional-, así como la sacralización del éxito y del papel virtuoso de las élites económicas. Esta vía ya había sido ensayada por Fraga infructuosamente, en un adelanto las muchas paradojas de la derecha española: que un simpatizante declarado del gaullismo, del ala estatista de las democracias cristianas y del ala  populista de los tories, empujara a la derecha española a abrazar la revolución conservadora anglosajona a un nivel que ninguna otra derecha europea no anglosajona había llegado”. 

La factura todavía la estamos pagando: ”Esta decisión discursiva ha sido hasta hoy un freno muy relevante para la construcción de mayorías derechistas y ha incapacitado a la derecha española para comprender en profundidad -e intentar ofrecer soluciones- a problemas muy acuciantes como la degradación del campo, la muerte de la industria, la falta de vivienda o la precarización juvenil”, lamenta Heller. El artículo también señala una dinámica esencial de la debilidad derechista: mientras la izquierda es capaz de crecerse cuando está en la oposición, tirando de manifestaciones y movimientos sociales, nuestra derecha “hunde sus raíces en la incapacidad de movilización” cuando carece de un “asidero en el poder”, una tara que se remonta también a viejas inercias franquistas. 

Derecha y debate público

Otro texto breve y desarmante viene firmado por el ensayista José María Marco, que explica con ejemplos cómo la izquierda española ha reconstruido su pasado político fabricando un relato virginal mientras la derecha se ha asustado de enfrentarse al análisis de su papel en el siglo XX español, tomando falsas soluciones como apuntarse a ese cómodo espacio imaginario conocido como Tercera España. Marco considera, y es complicado de rebatir, que el debate político español se ha convertido en una especie de hospital psiquiátrico, que aloja a un psicópata ajeno a las normas (la izquierda) y a un neurótico (la derecha) incapaz de reconciliarse con sus errores del pasado. "Otra paradoja, y no de las menos significativas, es la que se deduce de la imposibilidad, establecida por la ciencia médica, del diálogo entre el neurótico y el psicópata. El famoso consenso en el que se basa nuestro sistema político no sería así el fruto de una negociación y un pacto entre sujetos adultos, como los españoles suponen (o fingen suponer) que han sido y son nuestros políticos. Más bien se deduciría de la imposibilidad de llegar a acuerdo alguno, interiorizada por ambos 'sujetos', aunque con consecuencias y actitudes muy diversas para cada uno de ellos. Aunque el psicópata no siempre acabe llevándose el gato el agua, parte siempre con una ventaja considerable". Amén.

A estas alturas, muchos lectores se preguntarán qué tiene de negativo intentar ser 'moderado'. La respuesta aparece sola al leer la cita de Thomas Paine que encabeza el informe: "Esas palabras, 'templado' y 'moderado', atañen o bien a la cobardía política, o bien a lo artero, o a bien a lo seductor. Una cosa moderadamente buena no es tan buena como debería ser. Tener un carácter moderado es siempre una virtud, pero ser moderado en los principios constituye siempre un vicio", explicó este pensador y activista, padre fundador de Estados Unidos.

Pueden descargar en el siguiente enlace el informe ¡Menos ideas y más moderación! De cómo buena parte de la no izquierda dejó de pensar y acabó por cifrar su gran apuesta político-ideológica en 'moderarse'.

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