Cultura

¿Derechos humanos o instrumento de dominación progresista?

Conservadores denuncian que el progresismo los usa para imponer su ideología

El aborto, que parecía un debate zanjado, está hoy en el centro de la batalla cultural. Francia lo ha incluido en su Constitución, mientras que en Italia Meloni ha conseguido legislar para incluir y financiar a las asociaciones provida, que formarán parte de los consultorios de planificación familiar. Cada país cree que la razón está de su parte, unos esgrimiendo el derecho inalienable a la vida y otros la libertad de la mujer para decidir sobre su propio cuerpo. No parece que la lucha vaya a remitir pronto, de hecho ha salpicado a la legitimidad del resto de los llamados Derechos Humanos. ¿Estamos ante una doctrina de consenso o están los progresistas intentando usarlos para imponer su agenda política? El debate es especialmente intenso en España.

El pasado diciembre, ya vio venir el choque José Manuel Bandrés, magistrado del Tribunal Supremo, además de presidente de Comisión Científica Internacional que redactó la Declaración Universal de Derechos Humanos Emergentes de 2004. “Son tiempos inequívocamente convulsos e inciertos, caracterizados por la extensión del temor y la miseria, el retroceso vertiginoso de la democracia y las libertades, en amplias partes del mundo y por la creciente degradación del planeta. También son tiempos profundos para construir un futuro común para la humanidad en términos de esperanza, progreso y prosperidad (…) La vida de numerosas personas se desenvuelve marcada por la pobreza ultrajante, por el retorno del fuego de la ira y el odio, por la frustración, la desolación y la desesperanza. El autoritarismo subsiste como objeto inamovible, y crece el asedio a los sistemas democráticos, que se ven amenazados por fuerzas disgregadoras, autocráticas y totalitarias, sustentadas en el fanatismo, la demagogia y la polarización extrema”, escribía en El País.

Desde la orilla intelectual opuesta, Juan Manuel De Prada mostraba su rechazo a sacralizar los Derechos Humanos: “Resulta en verdad deplorable que una declaración reciente del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Dignitas infinita, donde se condena el aborto como atentado contra la dignidad humana, leamos en cambio una paparrucha de tamaño cósmico como la siguiente: ‘Esta dignidad ontológica y el valor único y eminente de cada mujer y cada hombre que existen en este mundo fueron recogidos con autoridad en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (10 de diciembre de 1948) por la Asamblea General de las Naciones Unidas’. Pero lo cierto es que esa Declaración Universal no hizo otra cosa sino consagrar un concepto de 'dignidad humana' totalmente inmanentista, ajeno a la tradición cristiana, que a la postre consagra el aborto. Pues la 'dignidad infinita' de una criatura finita como el ser humano sólo puede proceder de su condición de criatura creada a imagen y semejanza de su Creador”, denunciaba.

¿Adiós al consenso sobre Derechos Humanos?

De Prada se apoya en santo Tomás para defender su postura, citando la siguiente sentencia del filósofo italiano: “Por comparación al Bien Increado, así la dignidad de la creatura recibe cierta infinitud por el Infinito al que se compara”. El columnista también resalta la importancia de la espiritualidad: “Para el pensamiento cristiano, la dignidad humana radica en el hecho de que somos amados por Dios; pero ese amor divino no es puramente intencional, sino que produce algo efectivamente real, algo ontológico, que es la infusión de un alma espiritual en cada ser humano desde su concepción. La 'dignidad humana' que reconocen las Declaraciones de Derechos Humanos, por el contrario, no reconoce la existencia del alma espiritual, y se cifra en la libertad y autonomía personal, que dignifica todos nuestros actos, también los intrínsecamente criminales como el aborto”, explica.

"No hay nada menos democrático que el consenso, que excluye la diversidad y mata el debate en nombre de la paz, una paz insulsa y descerebrada", defiende Chantal Delsol

Seguramente el texto más claro sobre esta polémica es una página de opinión de Chantal Delsol, directora del Instituto Hanna Arendt, una de las intelectuales conservadoras más respetadas de Francia. Defendía lo siguiente en una pieza para ABC titulada “Un mundo polarizado”: “Durante un tiempo, pensamos que nuestras democracias se construirían sobre el consenso. Algunos se remitían a los antiguos regímenes basados en asambleas consuetudinarias y afirmaban que la democracia se había inventado en África o en otros lugares. Pero no hay nada menos democrático que el consenso, que excluye la diversidad y mata el debate en nombre de la paz, una paz insulsa y descerebrada. Y no hay nada que nuestras élites adoren más que el consenso: los gobernantes de la Europa institucional creen ciegamente en él, porque piensan que la política es una ciencia, y por supuesto, la ciencia, o es consensual o no lo es”, recordaba.

Delsol se posicionaba luego contra el elitismo y la tecnocracia: “Este ataque contra la democracia da lugar a corrientes opuestas, a veces violentas, cuya presencia contribuye a extremar aún más a los partidarios del presunto consenso. Se abre paso así un nuevo fanatismo en las aguas tranquilas en las que creíamos navegar para siempre. ¿Cuáles son los factores que abren el flanco de rechazo radical frente a lo que parecía un consenso después de 1989? ¿Cómo rechazar los derechos humanos y el globalismo? El pueblo, en principio soberano en una democracia, acepta cada vez menos la política-ciencia decretada por el Gobierno de Bruselas y retransmitida por los gobiernos nacionales. Porque la política-ciencia significa ‘no hay alternativa’, y la gente sabe, aunque sea vagamente, que esto es totalmente contrario a una democracia digna de ese nombre, que o acepta la oposición o no lo es. Los pueblos soberanos piden cada vez menos globalismo y más soberanía nacional”, sentenciaba.

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