El médico suizo Georges Henny siempre recordaría el frío 13 de noviembre de 1936 cuando, como delegado del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), se personó en una finca de Torrejón de Ardoz que desprendía un horrible hedor que emanaba una tierra en la que brotaban extremidades humanas. Cerca del río Henares, más de 400 hombre habían sido fusilados en masa cinco días antes.
Se iban a cumplir cuatro meses del golpe de Estado contra el régimen democrático de la Segunda República y los horrores de la guerra ya colmaban de cadáveres barrancos y cunetas. Con las tropas de Franco acercándose a la capital, fuerzas leales al bando republicano sacaron a varios cientos de presos de cárceles madrileñas, que fueron llevados en autobuses de dos pisos del servicio municipal a la acequia sin agua en la que serían tiroteados con las manos atadas a la espalda.
El joven pediatra suizo había llegado a España el 11 de septiembre de 1936 en la comisión humanitaria de la Cruz Roja, casi al mismo tiempo que el socialista Francisco Largo Caballero formaba un nuevo gobierno. Durante sus tres meses en el país, Henny demostró un “riguroso sentido de la neutralidad de uno y otro bando”, según señala el escritor el periodista y diputado del PP en la Asamblea de Madrid Pedro Corral, en su obra ¡Detengan Paracuellos!, donde recoge las hazañas humanitarias en el Madrid de personajes como Henny durante los primeros meses de guerra.
Intentos de evacuación y 'sacas'
Una de sus primeras acciones fue el intento de evacuación de mujeres y niños del Alcázar de Toledo, que ya se estaba convirtiendo en un mito de resistencia del bando sublevado. Y aunque consiguió luz verde por parte del gobierno republicano, la desconfianza de los sublevados frustró esta primera acción humanitaria.
Desde su llegada, el suizo es testigo de los crímenes dentro de la capital: “El domingo por la mañana [25 de octubre] se recogieron más de 134 cadáveres solo en el municipio de Madrid”, señalaba en un informe solo unos días después de su reunión con el presidente del Gobierno. Las tropas de Franco seguían acercándose a la capital y algunos de los medios afines a la República y el propio Largo Caballero alertaban de que si las tropas golpistas se hacían con Madrid dejarían más 100.000 muertos y justifican dicha amenaza con las matanzas que el bando sublevado había perpetrado durante aquel verano en ciudades como Almendralejo, Granada, Sevilla, Córdoba o la escalofriante masacre de Badajoz, de la que cada vez llegaban más testimonios. Es en estas fechas de finales de octubre, cuando los aviones franquistas también descargan sus primeras bombas sobre la capital. El aire de venganza crece, se multiplican los asesinatos y comienzan las funestas “sacas” por las que serían ejecutados miles de presos "derechistas", entre ellos Ramiro de Maeztu y Ramiro Ledesma, encarcelados desde el inicio de la guerra en la prisión de las Ventas.
Se redoblan entonces los intentos de Henny porque el Gobierno de Largo respete la vida de los presos, en un contexto de disputas internas dentro del nuevo Ejecutivo por la entrada de cuatro ministros de la CNT. El suizo pide poder visitar las prisiones y solicita que los encarcelados sean tratados humanitariamente como prisioneros de guerra, de acuerdo a la Convención Internacional de Ginebra suscrita por España. “El propósito final de la iniciativa de Henny es un intercambio de prisioneros no combatientes entre ambos bandos, siguiendo la propuesta británica”, señala Corral. “Ninguno de los dos bandos va a ceder un milímetro en su oposición a un canje general de prisioneros no combatientes y, por tanto, al intento de humanización de la contienda. Las espadas siguen en alto también sobre las cabezas de quienes se encuentran atrapado entre la guerra y la pared de sus casas o de sus celdas”, recalca el autor.
Matanzas de Paracuellos
Entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre se producen las conocidas como matanzas de Paracuellos en las que unos 2.700 presos fueron sacados de las celdas de distintas cárceles madrileñas, asesinados y enterrados en fosas comunes en los términos de Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz. Durante toda la Guerra Civil, pero especialmente durante estos primeros meses, la violencia política en la retaguardia con ejecuciones extrajudiciales será una constante. Según los últimos estudios, de entre los 450.00 o 600.000 víctimas mortales totales de la contienda, entre 100.000 y 130.000 fueron represaliados por el bando sublevado, mientras que entre 50.000 y 55.000 fueron víctimas de la violencia del bando republicano.
Ametrallado en su marcha
A Henny los meses de tensión y cansancio le hacían mella: "La batalla continúa a las puertas de Madrid, nos dormimos con el sonido de las ametralladoras y nos despertamos con el sonido del cañón o de las bombas que destrozan nuestra sede. (…) No obstante, este clima de guerra no me afecta tanto como los miles de personas que vienen a llorar a nuestra sede y las canalladas de las que me entero cada día", escribió en un informe a sus superiores. "Cada vez estoy más hastiado, y si no tuviera la impresión de ser un poco útil aquí (mucho menos de lo que yo quisiera) ya les habría anunciado mi regreso a Ginebra", señalaba. Dicho retorno se aceleró con la petición de repatriación de dos niñas de 15 y 12 años, que su madre reclamaba desde Bruselas. El médico acompañó a las jóvenes en un avión de la embajada francesa que a los diez minutos de despegar fue ametrallado por un caza republicano, según identificó el piloto quien se hizo el muerto y dejó caer la nave hacia tierra simulando entrar en barrena para que el caza no siguiera atacándolos. El avión terminó haciendo un aterrizaje forzoso cerca de Pastrana (Guadalajara). Dos corresponsales de medios franceses resultaron gravemente heridos y uno de ellos murió en este incidente que aparece relatado en La forja de un rebelde de Arturo Barea, del que ambos bandos se desentendieron y que nunca llegó a ser esclarecido.
Una de las fotografías que recupera la obra de Corral es la del suizo postrado en una cama del hospital del Hotel Palace de Madrid y rodeado de sanitarios tras la operación en la que se le extrajo del gemelo derecho un proyectil de fabricación soviética. Días después abandonó el país. “El doctor Henny debería figurar por derecho propio en la historia de la Guerra Civil como un héroe que, con riesgo para su vida, intentó aliviar el sufrimiento de los españoles. Su misión en Madrid, como la del resto de los delegados del CICR, no fue cabalmente entendida por ninguno de los dos bandos, que se mostraron desconfiados e incluso agraviados por la neutralidad de Cruz Roja Internacional por la sencilla razón de que no se ponía de su parte”, concluye el autor.
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