¿Cómo podemos saber que estamos escuchando a un gran cantante? Hay una prueba infalible: que sea capaz de emocionarte con una pieza o un género musical que detestas. Por ejemplo, a un oyente le puede irritar sobremanera el jazz latino, por encontrarlo exhibicionista, previsible y amuermado. Entonces llega él y te derrite con el sonido que abooreces. Justamente es el caso del cantaor de El Rastro: su voz profunda y poderosa consigue que te olvides de tus manías. A veces suena sutil como un fantasma, otras imponente como un palacio, siempre volcado en cada palabra.
Consigue que se escuche el conflicto emocional por encima del género a través del que se expresa. El mejor ejemplo fue la canción de cierre, “Dos gardenias”, que a ratos sonaba a jazz, otras a bolero y en la ráfaga final desbordaba alegría latina. "El Cigala" derrite los estilos en su garganta, hace con ellos lo que quiere, siempre con extrema naturalidad. Como esos futbolistas de cuyos pies brotan los regates imposibles, sin necesidad de pensar en ellos.
La segunda persona más aplaudida en la noche fue la chica que le ponía las copas, con cada ‘pelotazo’ la garganta se calentaba un grado
La persona más aplaudida en la noche -quitando a la estrella- fue la chica que le ponía las copas en la mesita. Cada vez que aparecía por el escenario, el público le dedicaba una ovación mayor que la anterior. No se trataba de humor negro, ni de celebración del ‘canalleo’, sino de pura alegría musical: con cada ‘pelotazo’, la garganta del cantante se calentaba un grado, elevando el placer de escucharle. Unos contaron tres en hora y media, otros dicen que cuatro, pero lo que no podrá contar nadie es que escucharan una sola pieza floja, aburrida o prescindible.
Santiguarse con alcohol
La prensa anuncia que este recital era un retorno de "El Cigala" al flamenco clásico. Es cierto y se agradece. De hecho, cuando se queda solo con la guitarra suena tan demoledor como cuando está arropado por una banda de primera. Brillaron especialmente unas alegrías que levantaron a parte del público de las butacas. Por algo es el alumno más majestuoso de Camarón de la Isla. Los músicos que le acampoñaron fueron Antonio Rey Navas, Diego del 'Morao', Juan José Suarez 'Paquete' (guitarras), Marcos Niemietz (contrabajo), Jaime Calabuch (piano), Israel Suárez 'Piraña' (percusiones) y 'Tobalo', 'Rubito' y Juan Motos (palmas). No presentó a ninguno, pero qué maravilla. Sonaron fluidos, concentrados, sin amago de exhibicionismo. Suaves como la piel suave, el mejor tacto del mundo.
Recuerdo dos conciertos enormes de "El Cigala". Uno fue en 2006, en la plaza de las Vistillas, fiestas de La Paloma, cuando presentaba ‘Picasso en mis ojos’. Esa noche quedó claro que su voz era capaz de imponerse a la aglomeración humana, al calor asfixiante y al ruido de las casetas de comida. Sus tangos, bulerías y fandangos pudieron con todo. El otro fue la presentación del disco 'Indestructible' en el Teatro Nuevo Alcalá, invierno de 2017. No es fácil que un flamenco brille tocando salsa, pero él estuvo radiante. Los copazos circulaban todavía más rápido y él les daba la bienvenida de manera ritual, introduciendo los dedos para santiguarse con alcohol antes del primer sorbo. “Tengo la fuerza de mil cañones”, bramaba en la canción que da titulo al trabajo. Su versión de “Se nos rompió el amor” podría resucitar a Rocío Jurado. La tercera gran noche que recordaré será la del Botánico en 2019. El Cigala es mucho más que ‘Lágrimas Negras’ (2003), el disco que le convirtió en estrella internacional.
Para quienes no aprecian la música, el madrileño puede ser una figura caricaturesca, debido a uno o dos ‘zappings’ delirantes. Es algo que también les ha pasado a Fernando Arrabal, Francisco Umbral y Camilo José Cela. El caso es que, subido a un escenario, se convierte en un gigante que se crece hasta donde él quiere. Seguramente de madrugada haya podido dar otro concierto mejor que el oficial. No existen hoy muchos cantantes capaces de llegar a este voltaje. Hay que aprovechar cada uno de sus conciertos.
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