¿Existe algún lugar en la tierra en el que sea posible disfrutar de la felicidad eterna e instantánea, sin interrupciones ni ruidos, y con la única garantía de vivir un presente escurridizo, bisoño, sin pausa y a todo gas? Ese enclave es real y se encuentra en el estado de Florida, en Estados Unidos. The villages es una especie de resort de lujo en el que pasan sus últimos años aquellos jubilados que buscan revivir una juventud sin compromisos ni preocupaciones en unas vacaciones eternas mientras el cuerpo aguante, tal y como muestra Lance Oppenheim en el documental Una clase de cielo, que estrena Filmin.
Aparentemente, sus problemas, sus preocupaciones y su pasado desaparecen en el instante en el que hacen las maletas y se mudan a esta ciudad artificial en la que es imposible aburrirse. Este Disneyland para jubilados es un parque temático de la vejez eterna en el que no hay un minuto libre, en el que la música en directo suena todas las noches, la lista de clubes de actividades lúdicas es interminable y los solteros -viudos, en su mayoría- tienen multitud de oportunidades para no pasar solos el resto de sus días.
Este documental, producido por el cineasta Darren Aronofsky y estrenado en Sundance, se detiene en su puesta en escena en los detalles que hacen especial y peculiar este lugar, que algunas de las voces que participan describen como la "sala de espera de Dios para el cielo". Este centro paradisíaco, el nirvana de los mayores, está repleto de piscinas, campos de golf, pistas de tenis y pádel, restaurantes, boleras y salas de baile. Aquí no hay espacio para el crimen y los robos, y tampoco para los suburbios y los niños corriendo y gritando. No hay razón para abandonar esta ciudad idílica, llena de palmeras y lagos, que posee su propia emisora de radio.
La farsa del sueño americano, la homogeneización, la soledad, la precariedad de los mayores y el olvido de los más desfavorecidos se cuelan sin remedio en este retrato a ratos espeluznante, a ratos divertido y por momentos triste"
No hay nada más allá de las fronteras que pueda interesar a quienes vienen a pasar sus últimos años en este Disneyland adulto. Es el paraíso de los egoístas que quieren terminar sus días rodeados de los mayores placeres para el cuerpo y el alma, tal y como algunos de ellos señalan en este documental, y recoge Vozpópuli. Sin embargo, algo chirría en esta burbuja tan aislada de la realidad, porque la mayoría de ellos están lejos de conseguir la ansiada felicidad. Tal y como pone de relieve Oppenheim, ni siquiera The Villages queda al margen de algunos de los problemas endémicos de Estados Unidos.
Para ilustrar lo que ocurre en este resort, el director se centra en tres historias. Aquí conviven las voces de un matrimonio que se enfrenta a la adicción de diferentes sustancias de uno de ellos, incapaz de adaptarse a esta nueva vida tan idealizada y tan poco real; una mujer que, tras el fallecimiento de su marido, se ve obligada a volver a trabajar y está condenada a la soledad; y un anciano que, a sus más de 80 años, continúa viviendo al límite en su furgoneta y llega a este paraíso para encontrar una compañera que haga más cómoda su vida.
La farsa del sueño americano, la homogeneización, la soledad, la precariedad de los mayores y el olvido de los más desfavorecidos se cuelan sin remedio en este retrato a ratos espeluznante y estrambótico, a ratos divertido y por momentos triste, pero imprescindible en cualquier caso.
Disneyland adulto: la utopía de la felicidad
Este Disneyland para veteranos fue ideado por Harold Schwartz en los años 80. Al principio, contaba con 800 personas y ahora The Villages alcanza los 130.000 miembros que viven su sueño americano. Las ciudades fueron pensadas al estilo de los centros de los municipios en los que crecieron estos jubilados. Todos los rincones tienen una historia, pero es una historia inventada, y las funerarias venden entierros a medida y garantizan el precio presente en un futuro que, por otro lado, tampoco será muy lejano.
Han sido desterrados de una sociedad a la que pertenecían y en la que ya no encuentran su lugar y buscan en este paraíso su última oportunidad de ser felices. Tienen 80 años pero tienen la fuerza de los veintitantos"
La cuestión es que, a pesar de estar al borde de la muerte, "nadie se atreve a pensarlo", según destaca una de las voces de este filme. Sin arraigo, aquí cualquiera puede ser lo que quiera ser, y muchos han cambiado su adicción al trabajo por la adicción a una diversión constante con tal de no reflexionar un segundo. Han sido desterrados de una sociedad a la que pertenecían y en la que ya no encuentran su lugar y buscan en este paraíso su última oportunidad de ser felices.
Tienen 80 años pero tienen la fuerza de los veintitantos. La nostalgia, de la que tanto se habla últimamente y a la que tantos artículos se han dedicado, se convierte aquí en una tentación para cualquiera, también los mayores. La sociedad ha expulsado a los ancianos de un sistema materialista en el que ya no producen y, de una u otra manera, también ellos tienen que sobrevivir, aunque eso suponga recurrir a Disneyland para conseguirlo.
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