Doscientos años y 75 minutos. Este domingo y con motivo del bicentenario del coliseo madrileño, se estrena en los cines de España El corazón del Teatro Real, película documental que recorre la historia artística de la institución. Dirigido por José Luis López-Linares, el filme ha sido producido por Telecinco Cinema en colaboración con el propio Teatro Real, López-Li Films y Zampa Producciones, con la distribución de Versión Digital, y llegará a partir del domingo a 95 salas de cine de más de 60 ciudades de toda España.
En 1817, el rey Fernando VII ordenó la construcción de un teatro de ópera a la altura de los coliseos líricos europeos. Un año más tarde se colocaba la primera piedra de lo que llegaría a ser el Teatro Real de Madrid, una institución que celebra ahora el bicentenario de su nacimiento y el 2 de su reapertura, una larga historia con no pocos reveses: a punto estuvo de ser demolido en 1925 y Franco ordenó su reconversión en sala de conciertos, estatus que lo confinó, durante años, a un papel mucho menor del que estaba llamado a tener. Eso, sin contar los incendios, injerencias políticas, contratiempos presupuestarios y hasta una guerra.
El corazón del Teatro Real ofrece a los espectadores una ventana para descubrir las instalaciones y espacios que guarda en su interior y visitar los camerinos, salas de ensayo, talleres y bambalinas de este edificio histórico, en el que el arte se crea, interpreta y experimenta al máximo nivel. La película, de 75 minutos de duración, fue grabada durante la temporada 2016/2017 y recoge, además, materiales de archivo nunca vistos acompañados por una banda sonora de las producciones representadas en el Teatro Real a lo largo de su historia. También incluye intervenciones de figuras como los cantantes Teresa Berganza, Plácido Domingo, Juan Diego Flórez, María Bayo, Javier Camarena, Núria Espert y Rufus Wainwright; el escritor Mario Vargas Llosa, presidente del Consejo Asesor del Teatro Real; y el director teatral Mario Gas, entre otros.
Situado frente al Palacio Real y la Plaza de Oriente, tiene un aforo de 1.796 butacas, que reproduce el esquema original de 1850, año exacto de su inauguración. Reinaba Isabel II y podría decirse que el progreso se respiraba en el aire. Para el momento en que abrió sus puertas, el Teatro Real gozaba de lo que entonces se consideraba un sistema de iluminación avanzado: el gas. Desde la tubería principal de suministro, situada en la calle Toledo, se hizo una canalización especial que, al llegar a la plaza de Isabel II, se dividía en seis ramales para dar luz a todo el teatro, incluyendo dieciséis grandes candelabros en el exterior. En 1888, casi 40 años más tarde, se implantó la iluminación eléctrica.
El Teatro Real, escribe Rubén Amón en su libro Sangre, poesía y pasión. Dos siglos de música, ruido y silencio en el Teatro Real (Alianza), necesitó treinta y dos años para nacer: los que transcurrieron desde 1818 hasta 1850, el periodo que se consume entre que Fernando VII -¡ay, el rey felón!- ordenara la colocación de la primera piedra hasta la inauguración que presidió Isabel II -la reina castiza, la de los tristes destinos- en aquel paréntesis modernizador de un siglo marcado por una guerra de independencia y tres guerras civiles. A punto estuvo de morir el teatro, varias veces. Una en 1925, cuando fue declarado en ruinas. Otra en 1964, en los años del franquismo.
Como teatro de ópera, el Real ha estado más tiempo cerrado que abierto – 105 años contra 96-, una mala salud de hierro de la que Rubén Amón da cuenta como si una vida exagerada se tratara. Espejo de su tiempo, el Teatro Real acogió las revoluciones tecnológicas -la luz eléctrica una de ellas- y las sociales. Su salón de baile alojó sesiones del Congreso de los Diputados en 1841 y, al mismo tiempo, se convirtió en la diana de la necedad política: desde su uso como elemento de propaganda hasta su destino como arma arrojadiza en tiempos de democracia. Lo salvaron y condenaron por igual falangistas y demócratas. Lo resucitó, acaso, la vocación que tienen -como los puentes- las cosas duraderas. De un tiempo extinto a otro de extinción.
La biografía del Real vive en su estructura. Entre sus visitantes habría que destacar una galería de ilustres. Giusseppe Verdi llegó a saludar hasta once veces para recibir los aplausos del público en el estreno madrileño de La forza del destino. Y eso que hubo no pocos problemas. Verdi venía de San Petesburgo. Fue recibido el 11 de enero 1863. Todavía hoy, en el número seis de la Plaza de Oriente, se conserva una inscripción en el lugar de Casa Castaldi, fonda frecuentada por músicos y artistas italianos que viajaban a Madrid a España y en la que se alojaron tanto Verdi como su mujer Giussepina. Al parecer, el compositor se volcó por entero en el estreno y se dedicó, sin pausa, a hacer algunos ajustes en la partitura.
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