Cuando Santa Elena viajó con su hijo, el emperador Constantino a la tierra de Jesucristo, en el año 326, buscó junto al obispo de Jerusalén, Macario, el Calvario -la roca donde fue crucificado-. Según la tradición, lo encontró relativamente rápido porque se sabía que se encontraba debajo del templo de Venus, que había mandado construir el emperador, de origen hispano, Adriano, en el año 136, con la intención de olvidar el no deseado “episodio” de la muerte y resurrección de Jesucristo.
Junto al Calvario, también conocido como Gólgota, se encontró un depósito de agua, donde había tres leños, que se identificaron como los del ladrón bueno y malo, y el de Jesucristo. Dice la leyenda que supieron cuál era el de cada uno al traer a un enfermo y pasar los maderos por encima de éste. Cuando pasó el de Gestas (el ladrón malo), empeoró. Cuando pasó el de Dimas, mejoró. Y cuando pasó la de Jesucristo se curó. Fue un 3 (7 según otros) de mayo. Esta fiesta se llamó la “Invención de la Cruz”.
La emperatriz y su hijo Constantino hicieron construir en el lugar del hallazgo una gran iglesia, la llamada Basílica del Santo Sepulcro, en la que guardaron la reliquia de la Cruz. Fue consagrada el 14 de septiembre del 335. En ella se custodió y veneró hasta que fue robada por los Persas, al mando del emperador de Cosroes II, en el 614.
Tiempo más tarde, el 14 de septiembre del año 628, el emperador Bizantino Heraclio rescató la Santa Cruz de manos de los persas y la devolvió a Jerusalén. Según otra piadosa leyenda, Heraclio quiso subir el leño de la Cruz por el Calvario, pero no lo consiguió. El patriarca Zacarías, que iba a su lado, le indicó que se quitara sus ropajes y que vistiera de manera humilde. Y entonces sí pudo cargar con la cruz. Esta fiesta se celebra en esa fecha y se llama “Exaltación de la Cruz”.
La Santa Cruz -para evitar nuevos robos- fue partida en varios pedazos. Uno fue llevado a Roma, otro a Constantinopla, un tercero se quedó en Jerusalén. Otro se partió en pequeños trozos como el de Santo Toribio de Liébana y también en pequeñísimas astillas, para repartirlas en diversas iglesias del mundo entero, que se denominan como Lignum Crucis.
Varios estudios de estos restos, indican que la madera es del Cupressus Sempervirens, una variedad de ciprés autóctona de Palestina, con una antigüedad de más de 2.000 años.
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