Supe de la existencia de Miguel d´Ors (Santiago de Compostela, 1946) hace apenas unos meses, cuando Salvador Antuñano, maestro y amigo, recitó un par de poemas suyos en público. Concluida la declamación y cautivado yo por ella, me acerqué a Salvador y le confesé entre dientes que no había leído nada del tal d´Ors; a lo que él me respondió que cómo era eso posible y que ya podía hacer algo para remediarlo. Como, por un lado, confío plenamente en mi profesor-maestro-amigo y, por otro, la sola posibilidad de contrariarlo me estremece, me hice con las obras completas de este poeta al que desconocía. Podría haber arriesgado menos y haber comprado alguna de sus antologías, que las hay, o cualquiera de sus poemarios más celebrados, que también, pero supongo que haciéndolo habría insinuado una desconfianza que prefería no insinuar.
Ahora sólo puedo agradecerle a Salvador su consejo y bendecir al dios que me indujo a comprar las obras completas y no una antología o un poemario suelto. Porque a Miguel d´Ors hay que leerle de pe a pa, de principio a fin. Saltarse uno de sus poemas constituye un riesgo innecesario. Es uno de esos escasísimos autores que fuerzan al lector a invertir su proceso de subrayado: si habitualmente señala lo que le parece importante, con d´Ors, por una simple economización de los esfuerzos, habrá de señalar lo que no se lo parezca, que será muy poco.
Como ya habrá intuido el lector de Vozpópuli, que yo no conociera a Miguel d´Ors no dice nada significativo sobre él, que es de sobra conocido, sino sobre mí, sobre mi ignorancia. Doctor en Filología, ha publicado quince poemarios, de los cuales todos salvo uno ―Viaje de invierno (Renacimiento, 2021)― están recogidos en sus Poesías completas 2019 (Renacimiento). Aunque los grandes suplementos hayan obviado su obra por motivos extrapoéticos ―sí, dejémoslo ahí―, los estudiosos lo consideran uno de los mejores poetas de nuestro tiempo.
Purgo de algún modo mi ignorancia pretérita conversando con el autor sobre poesía y sobre una trayectoria, la suya, que se acerca ya a su desenlace.
Pregunta: "Y que aquellos veranos que duraban dos meses / duren toda una vida". ¿Eso y qué más es la poesía?
Respuesta: La poesía, a mi entender, es un modo de usar el lenguaje. Un modo de alta potencia, que puede emplearse para muchas cosas diferentes.
P: ¿Cómo se siente el poeta en el mundo contemporáneo? ¿Cómodo? ¿Extranjero?
R: Cómodo no puede sentirse. Bueno, tal como están llevando el mundo los que lo llevan, no solo el poeta: nadie con un poco de cabeza y un poco de sensibilidad puede sentirse cómodo. La poesía, por otra parte, ocupa hoy un lugar insignificante en la vida social. Apenas tiene otros lectores que los propios poetas. Y cuando, excepcionalmente, consigue cierta presencia, la debe a algún motivo extrapoético: política, intereses comerciales, sentimentalismo...
P: Dice que muchos de sus contemporáneos, ·víctimas de la modernez, no tienen capacidad para distinguir entre una errata y un rasgo de genio poético·. ¿Ha decaído el nivel de los poetas?
Bueno, con eso no me refería a los poetas, sino a los lectores. Desde los comienzos del siglo XX empezaron a circular como poesía toda clase de ocurrencias, resultado de un afán desmedido de originalidad en los presuntos poetas. Los lectores dejaron de exigirles a los poemas sentido racional y sentido común. Desde entonces cualquier cosa puede pasar por poesía. Por ejemplo, "la voz incandescente de un algún ángel", que es una frase sin sentido ni sintaxis ni metro, resultado de un descuido en la corrección de pruebas de imprenta. De todos modos, el caso de las artes plásticas es aún peor.
He descubierto que algunas cosas que en teoría son defectos pueden ser aciertos poéticos
P: ¿Por qué empezó a escribir versos, hace ya más de cincuenta años?
R: Qué sé yo. Por lo mismo que empecé a pintar, a coleccionar sellos, a jugar al fútbol, al hockey sobre patines, al baloncesto y al tenis, a tocar la armónica, la mandolina y la guitarra, a cazar, a pescar, a escribir cuentos, a subir a las montañas... Cuando uno es joven prueba muchas cosas que después va dejando o continuando por razones oscuras, pero que probablemente tienen que ver con la constitución psicosomática, las circunstancias y la biografía de cada cual.
P: ¿En qué difieren ―poéticamente, digo― el Miguel d´Ors que escribió Del amor, del olvido (1972) y el que responde ahora a esta entrevista? ¿Qué sigue igual?
R: Hombre, sería deprimente que no hubiese aprendido algo desde 1972. He conseguido, no sin bastantes penalidades, un grado de madurez humana y un dominio del oficio que entonces no tenía. He llegado a tratar a la poesía con menos solemnidad, más libertad, más humor. He descubierto que algunas cosas que en teoría son defectos pueden ser aciertos poéticos. Y algo seguirá igual, supongo: el fondo de mi carácter, mi Fe, mi amor a la Naturaleza... Alguna vez he dicho que veo mi evolución como poeta no como una línea recta que va avanzando a través de diferentes etapas, sino como una espiral, que va pasando una vez y otra sobre los mismos temas, pero con una visión cada vez más amplia, más profunda y más precisa de cada uno.
P: En el prólogo de Sol de noviembre (2005) confiesa que atravesó una larga sequía lírica. ¿Qué pasaba por su cabeza durante esos meses de mudez?
R: Pensaba que estaba creciendo por dentro; porque no todo ha de ser crecimiento de ramas: hay también crecimiento de raíces. Son muy normales, creo, y fecundos, esos períodos de silencio activo. Hay que tener paciencia con ellos.
P: Tras reconocer que "tus libros los reseñan, si acaso, tres amigos", que "los grandes suplementos fingen no conocerte" y que "cada año vuelven a no premiarte los amos del asunto", añade usted que "no pueden entender que estando así las cosas / fracasar es la única forma de ser decente". ¿Ha sido injusta la crítica con su poesía?
R: No lo sé. Es muy difícil autovalorarse. Todos los poetas tendemos a creernos el non plus ultra, y a lo largo de los siglos poquísimos lo son realmente. A mí me han prestado muy poca atención los grandes suplementos, esto es cierto, y no me han dado casi ningún premio oficial, pero unos cuantos estudiosos y críticos solventes me han incluido en muchos estudios sobre la poesía española actual y en muchas antologías, de modo que en ciertos círculos soy bastante apreciado. Lo que sí tengo muy claro es que la crítica viene siendo injusta, pero por exceso, con la obra de otros poetas, que no merecen el reconocimiento que se les viene dando. A veces por pura tontignorancia, pero en no pocos casos en virtud de criterios descaradamente extrapoéticos, dictados por la "corrección política". Por poner un ejemplo, hoy la candidatura perfecta para el Premio Nacional de Poesía sería la de una mujer negra, hija de inmigrantes, de izquierdas, lesbiana y que escribiera en bable.
P: De sus versos han dicho que son claros y que "se entienden a la primera", y usted encaja los calificativos con elegancia. ¿Busca la transparencia? ¿O sobreviene como efecto?
R: Me da la sensación, ya que dice que "encajo con elegancia" que me consideren un poeta claro, de que la pregunta parte del supuesto de que la claridad es un defecto. Yo no lo creo así. La claridad, como la oscuridad, no es en sí misma ni un defecto ni una virtud. Lo que importa es la poesía o la no poesía que se haga con ellas.
No quisiera que mi muerte personal llegase mucho después de mi muerte literaria, como les ha sucedido a otros
P: ¿Qué tiene usted con Wyoming?
R: Lo he explicado ya varias veces: Wyoming es uno de los Estados Unidos, está en el Oeste del país y lo atraviesan las Montañas Rocosas. Como me gustan mucho las montañas, el Cine del Oeste y las cosas lejanas, me vino muy bien para simbolizar el mundo de mis sueños, "lo que pudo haber sido y no fue". Hasta que sentí que se me estaba convirtiendo en un automatismo, algo en lo que realmente ya no estaba mi verdad, y entonces renuncié a ese símbolo.
P: Hace unos años accedió a publicar ―no sin reparos― sus obras completas. ¿Qué le disuadía? ¿Y por qué aceptó finalmente?
R: En el prólogo expliqué todo eso detalladamente. A él me remito.
[En ese prólogo, d´Ors arguye dos motivos. El primero lo resume en la siguiente frase: "Creo haber logrado (y si me atrevo a confesarlo es porque en realidad no he sido yo quien lo ha hecho, sino una misteriosa presencia, ajena y superior que actuaba en mí, usándome como médium o amanuense, y en enorgullecerse de méritos ajenos no puede haber vanidad), creo haber logrado, decía, entreabrir un poco, en algún instante privilegiado, la puerta del reino de la Belleza. Un poco; pero menos da una piedra. Sólo porque han existido estos instantes privilegiados merece la pena releer muchas páginas de mis primeros libros". El segundo motivo, suplementario, es que se ha encontrado poemas suyos "colgados" en la red con erratas o versos suprimidos: sólo justifica la reunión de todos en una "edición canónica"].
P: Acaba de publicar Viaje de invierno (2021) y uno, cuando termina de leerlo, lo hace con la sensación de que es una despedida. ¿Puede tranquilizar a sus lectores?
R: Yo diría que es un libro de vejez, del invierno de la existencia humana. Si Dios quiere darme vida y capacidades, quizás haya alguno más. Quizás. En todo caso, no muchos (esto sí que es tranquilizador...), porque tengo ya 75 años. Además, no quisiera que mi muerte personal llegase mucho después de mi muerte literaria, como les ha sucedido a otros. Que cuando me vaya no se pueda decir que la de Miguel d’Ors fue una muerte póstuma.
P: Según usted, de un buen poeta llegan a pervivir, con suerte, diez o doce composiciones. ¿Por cuál/es de sus poemas le gustaría ser recordado?
R: Pongamos que por "De misterio", "Esposa", "Caballos en la nieve", "Arrendajo", "Despedidas", "Perdón", "La justa transparencia"...; pero uno nunca es buen juez de sí mismo; la posteridad, hoy por hoy, prefiere otros, como "Raro asunto", "Calendario perpetuo", "Pequeño testamento", "Carta", "Media vida" o "Permanencia".
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