Dum Dum Pacheco está cantando "It's now or never". No se le da mal. Entona la estrofa final de la canción, atreviéndose incluso a subir de tono sin que le cruja la voz: "It's now or never… My love won't wait…". Alza la vista y suelta la muleta para levantar los brazos encomendándose al cielo como el que se muestra ante Dios. Le brillan los ojos a Dum Dum Pacheco. Todo un Caballero Legionario de Honor campeón del peso superwélter emocionándose con una canción de Elvis Presley. "Cuando me preguntan, siempre digo que mis ídolos son Elvis, Hernán Cortés y Francisco Franco".
El púgil madrileño echa un trago de agua para aliviar sus cuerdas vocales. Tose repetidas veces. Dice que son los nervios. "Ángel, ¿cuántos legionarios había aquí ese día? Cuéntaselo", dice Dum Dum al camarero de El Nuevo Yantar, a escasos cinco minutos de la morada del boxeador.
Cuenta Pacheco que dos filas de legionarios le hicieron el paseíllo a lo largo de la calle. "Todos me hacían el saludo militar a mi paso". Ángel le observa con la media sonrisa de quien ha escuchado esa historia cientos de veces. "¿Verdad que fue así?", vuelve a preguntar Dum Dum. El barman, que da lustre a un vaso, asiente: "Es verdad, es verdad". Orgulloso, enseña el campeón el carnet que acredita su título de Caballero Legionario de Honor. Carraspea, tose, vuelve a toser… pero ahora no quiere agua.
De ideas fijas
Se ha bajado Pacheco un álbum de fotos para enseñar sus apariciones en prensa: "Después de la paliza", "Que nos prohíban nacer", "Delincuente, legionario y boxeador"… Le hace gracia un recorte de El Diario de Mallorca (fechado el 7 de marzo de 1980) ilustrado con una viñeta de Arpo, donde aparecen dos señoras hablando entre ellas acerca del combate entre Tusikoleta Nkalankete y Dum Dum Pacheco:
-La velada de esta noche, además de boxística, debe ser gastronómica: figúrate que habrá muchas "tortas" y de postre "bombón".
-¿Qué "bombón"?
-El "Bon-Bon" Pacheco, tontina.
Dum Dum se ríe. Lo vuelve a leer, se ríe, lee, ríe… Sujeta con el índice y el pulgar una montura despojada de sus patillas para ver de cerca. Otra carcajada, más tos. Se le ilumina el rostro enseñando una sonrisa con unos dientes tan blancos como la sal. El bigote que le caracterizaba ahora ha dejado una marca de pelo corto a la que podría llamarse barba de una semana. Igual que un cuadro cuando abandona una pared dejando como recuerdo un cerco ennegrecido. Y su flequillo, sobreviviendo. Aunque hay nieve en el tejado, la caldera sigue caliente. "Dejé tirados en el suelo a unos que quisieron darle el palo a una pareja en el cajero del Santander de aquí al lado".
Viste una americana condecorada con la insignia del Cuerpo Nacional de Policía y la cruz del Cristo Legionario
Un paisano del lugar que entra en el establecimiento saluda al boxeador: "¿Cómo está, maestro?". Él responde que ahí va, que un día come pollo y al siguiente las plumas. Pacheco gimotea. "¿Ves? Solo vivo de mis recuerdos. No me queda otra cosa". Le da un tiento al agua. Como si no hubiera sucedido nada, similar a un infante que cambia de tema, José Luis pasa las hojas del álbum buscando algo que no encuentra. Al final, desiste; regresa al dibujo de Arpo para animarse. Da igual que lo haya enseñado antes, se carcajeará como la primera vez.
Viste una americana condecorada con la insignia del Cuerpo Nacional de Policía y la cruz del Cristo Legionario. En efecto, esa chaqueta parece que venga de hacer la instrucción. "Mira lo que dice aquí". Se coloca Dum Dum como puede las gafas para leer el titular: "Una figura del ring en El Jaral". Se hincha como un pavo cuando se observa a sí mismo vestido de legionario. José Luis Pacheco formó en el Tercio Duque de Alba II de la Legión, en el acuartelamiento ceutí de El Jaral. Le venía de niño por una inusitada admiración a la Legión. Él cuenta que le gustaba la aventura, y que si veía a un legionario por la calle se acercaba a él para darle alimento a su curiosidad. "Mi vocación es la de hacer el servicio militar en la Legión", le llegó a decir a su madre poco antes de agarrar el petate y marcharse a hacer la mili. Allí se hizo un nombre como soldado y sobre todo como boxeador, llevando su honor al ring con el batín en el que rezaba "viva la Legión" o el gorrillo de legionario que se puso en los combates por petición de Franco.
Se detiene en un titular: "Pelea salvaje". Al lado, la foto de Macario Muño sacando a Dum Dum Pacheco en plena batalla con Tony Ortiz. Manuel Alcántara describía en su crónica del combate (celebrado el 4 de noviembre de 1977 en el Palacio de los Deportes de Madrid) lo cruento de la gresca: "Aquí no se había concertado un match: se había legalizado una masacre. […] Los dos han hecho un esfuerzo sobrehumano y los dos han llegado a la inhumanidad. No seguían las reglas del ínclito marqués de Queensberry, sino el código ciego de Cromagnon".
Dum Dum Pacheco asegura que pegó tan fuerte a Martillo Ortiz que lo mandó al hospital, donde falleció a los pocos días. Pero la historia no concuerda, puesto que a pesar de aguantar los ocho asaltos, Pacheco perdió a los puntos. Y, por supuesto, Tony Ortiz no murió entonces, sino en noviembre de 2013. Quizás se haya confundido con la pelea de Francis Rodríguez contra Rubio Melero el 18 de febrero de 1978, también en el coso madrileño, que sí tuvo tal desenlace, con Melero cayendo por KO en el ring y dejándose la vida en la residencia sanitaria Francisco Franco tras cuatro días en coma. Dum Dum Pacheco sigue en sus trece.
Mi amigo Frank
No se le restan conquistas al Tenorio de Canillas, que no olvida los sujetadores y las bragas que le dejaban en los espejos de su Lotus descapotable –decorado con la enseña patria en el capó– que luego cambió por un BMW. "Las chicas me paraban por la Gran Vía para darme sus teléfonos. Estuve con algunas famosas, pero prefiero no decir nombres". También en esto se declara inquebrantable. Se dice el pecado, pero no el pecador.
Durante la entrevista, Pacheco se afana en recordar dónde estaría cierto recorte que ahora no encuentra. “Me hicieron un reportaje cuando fui campeón del mundo. Tiene que estar por aquí”. No puede ser, porque nunca ganó un entorchado mundial, pero pide ayuda con la búsqueda entregando un suplemento dominical con el retrato de perfil de un joven legionario en la portada. "Pon arriba DUM DUM PACHECO". Es obvio que no guarda parecido con el soldado de la imagen, pero insiste en que ese es Dum Dum Pacheco: "Escríbelo arriba. Toma un bolígrafo. En letras grandes, que se vean".
No puede hablar. Llora a la vez que lamenta la muerte de Ángel Luis en 1985
Lo que debería de verse en el álbum no está. Es lo que lleva buscando desde el principio. Quiere subir de nuevo a casa, por si estuviera en una carpeta o perdida en otro álbum. Es posible que se extraviara yendo al bar. Se ve en la obligación de rehacer el camino y revolver su casa para dar con ello. Se levanta apoyándose en la muleta con decisión. No habrá quien le pare. Tiene que ir y va. De hecho, está cruzando la puerta. Se pierde su tos en un fade out callejero.
Silencio. Es lo que hay en El Nuevo Yantar. Solo la televisión. A lo mejor un platillo de café con vocación de percusionista, pero poco más. Es la hora del café. No para el chaval desgarbado que acaba de pedir un vaso de agua y la ubicación del cuarto de baño, porque ha tenido un corte de digestión y se siente descompuesto. Demasiadas explicaciones. Ángel le indica. Pasados unos diez minutos, nadie se extraña allí de la tardanza del visitante en el lavabo. Intuyen lo que está pasando. Sale el mozo como una exhalación y de un buche da fin al refrigerio. Se va sin decir nada. Igual que Pacheco pasando las páginas de su álbum como si todo fuera normal, Ángel atiende a la limpieza del mostrador de la misma manera.
No tarda la quietud en romperse con las expectoraciones de Dum Dum Pacheco, que está de regreso. Trae un archivador y más revistas. Spoiler: el recorte tampoco iba a estar en esta nueva remesa de documentos. "¿Te he contado que le salvé la vida a Frank Sinatra?", pregunta mientras lee a duras penas con las gafas (recuerda al Jakob Mendel de Stefan Zweig sentado con sus libros en el café Gluck). Va con Sinatra. Repetirá la historia tres veces más. No importa: "Estábamos en Puerto Banús y veo que unos cuatro chicos se acercan a Sinatra: 'Mira, mira, es Frank Sinatra'. Se estaban pegando con su guardaespaldas y yo me metí para dejar a los cuatro tirados por el suelo. Sinatra me dio las gracias". Para demostrar que lo que ha relatado es cierto, se remite al concierto de La Voz en el Santiago Bernabéu el 25 de septiembre de 1986, el primer y único show de Sinatra en España. "Me dedicó una canción. Dijo: 'Esta se la dedico a amigo Dum Dum Pacheco por haberme salvado la vida en Marbella'".
También afirma haberse liado a puñetazos para proteger el pellejo de Camilo Sesto, todavía con los Dayson, en la discoteca Boys. Por aquellos días, José Luis Pacheco era miembro de la banda Los Ojos Negros, que ofrecían "seguridad" a las discotecas con una oferta que estas no podían rechazar. "Nos metían billetes de mil pesetas en los bolsillos por si necesitaban nuestra ayuda para echar a golpes a los gamberros que iban a la discoteca a molestar". Todavía se acuerda Pacheco de Ángel Luis, El Vikingo, El Apache, El Revilla… "Habíamos entrado todos en la cárcel y uno que se llamaba Antonio se la jugó a Ángel Luis. Cuando salimos, tuvimos un accidente. Debíamos ir a hacernos una revisión médica, pero el Ángel Luis se fue a buscar al tal Antonio a Plaza Castilla, que era donde vivía, preguntando por los quioscos. Por allí estaba la madre del Antonio y avisó a su hijo de que lo estaban buscando. Al final, este hijo de puta pilló al Ángel Luis y lo asesinó a tiros. Tiraron su cuerpo en la puerta del Doce de Octubre". A Pacheco se le quiebra la voz. No puede hablar. Llora a la vez que lamenta la muerte de Ángel Luis en 1985. Retrocede en su álbum hasta la viñeta de Arpo. "Mira, ¿has visto esto? Bon-Bon Pacheco, tontina". Del balbuceo a la risa en cinco segundos. Entretenido con el chiste, Dum Dum Pacheco ha olvidado a Jesucristo Superstar.
Búscate en los bolsillos
En los años que pasó en la hoy derruida cárcel de Carabanchel –desde 1967–, el entonces joven José Luis, entre otras cosas, comenzó a escribir el libro Mear sangre, cuya primera edición (Sedmay, 1976) es una cotizadísima pieza de coleccionista que ha llegado a alcanzar los 218 euros en webs para coleccionistas. En 2021, sin embargo, la editorial Autsaider Cómics ha tenido a bien rescatar esta obra y ponerla al alcance de los mortales con una reedición que ha dado vida a la leyenda de Dum Dum Pacheco, relegada al ostracismo, como sucede con este tipo de historias. Ya lo decía el boxeador: "Vivo de mis recuerdos".
Me robaron el combate, pero fui campeón del mundo”, explica perdiéndose desorientado por las habitaciones
Se enorgullece Pacheco de haber ganado en un minuto lo que un futbolista de entonces, pero ahora se palpa preocupado los bolsillos en busca de un billete de cinco pavos. Tampoco encuentra el móvil, un sencillo pero funcional Alcatel One Touch de botonera. Termina sacando de los bolsillos lo que lleva encima. "¡Aquí está!". Le ha faltado exclamar eureka al hallar un turulo de papel moneda de color azul. Veinte euros. Fantástico. Hace por pagar el café del entrevistador. No se le permite. A cambio, demanda ayuda para llevar a casa todos los papeles que había bajado. "Ahora te haces una foto conmigo en casa, para que tus amigos se crean que has estado con Dum Dum Pacheco".
Pacheco camina por la calle con el destino señalado arrastrando el andar del peso de sus setenta y dos años. Se le oye de lejos; es inconfundible la tos, como el "taconeo" de la muleta. Lleva bajo el brazo carpetas con toda su memoria, por si alguien no sabe todavía quién es Dum Dum Pacheco o por si a él se le olvida. Saliendo del portal, uno de los vecinos le da las buenas tardes y charla con él. Le pregunta por esa tos perruna que tiene. "No fumará, ¿no?". "Qué va". El paquete de cigarrillos que esconde en su bolsillo izquierdo le delata. Pero asegura que no fuma.
En su casa, las paredes de gotelé están casi empapeladas por más recortes, carteles, fotos del rodaje de la película Chicano e instantáneas con Alejandro Sanz, Alfredo Evangelista, Perico Fernández o Juan Luis Galiardo. La página plastificada de un Semana con la crónica de su boda con Vicenta Sánchez está a la vista en el recibidor junto a una lámina con la imagen del Generalísimo y una pegatina con la bandera y el águila de San Juan. Dum Dum Pacheco sigue sin encontrar la crónica de su victoria mundial, la que nunca se escribió pero que él recuerda nítidamente. “Me robaron el combate, pero fui campeón del mundo”, explica perdiéndose desorientado por las habitaciones. No se da por vencido. “Venga, vamos a hacernos la foto y te cuento cómo le salvé la vida a Frank Sinatra”. Dum Dum Pacheco: uno, grande y libre.