Edu Galán llega puntual y embozado a la primera entrevista del día. Han transcurrido ya seis meses desde que el estallido del virus alcanzó la proporción de pandemia, pero eso no le impide cumplir con la agenda de medios para hablar de su libro El síndrome Woody Allen (Debate), un ensayo en el que el periodista retrata "una cultura desquiciada de sentimentalismo y victimismo" (según Sergio del Molino) y que describe a partir de la campaña contra el director de cine tras el recrudecimiento de las acusaciones de abuso sexual realizadas en su contra por Dylan Farrow, hija de Mia Farrow.
Más allá del caso de Allen, este libro cuestiona algunos rasgos comunes que caracterizan a la sociedad occidental contemporánea: el relato omnipresente de la autoindulgencia, las nuevas formas de activismo, los tabúes sociales, la irrupción de internet y sus consecuencias comunicativas y psicológicas, así como la tendencia a falsear el pasado y complicada relación entre ficción y realidad. Todo eso es comentado por Galán con la mordacidad de la sátira y la acidez de quien estudió psicología y filosofía, además de ejercer disciplinas de alto riesgo como el monologuismo. Hay prudencia en el libro, que evita el panfleto y propone una estructura que permita una visión de conjunto. No en vano comienza con un dramatis personae con más de cincuenta personas.
En días de fanatismos, Edu Galán es una voz más que propicia para pasar revista a las obcecaciones religiosas, identitarias y políticas. Desde aquellas que llevan a una panda de terroristas a matar en nombre de un profeta hasta los sentimentalismos y pataletas de una sociedad demasiado ocupada en sí misma. Puestos a elegir, Galán sigue prefiriendo el ateísmo católico porque él no se va a a quedar sin San Agustín, sin embargo está convencido de una cosa: las batallas culturales hay que darlas, incluso aunque ya estén perdidas. De eso y su reciente Juancarlismo habla Edu Galán en esta entrevista.
¿Le importa si al momento de transcribir su entrevista le quito la tilde a su apellido? Ya sabe, la ortografía es opresiva.
(Risas) Esto es una cosa muy habitual en nuestro mundo occidental: hacer interpretaciones sentimentales de cualquiera de los hechos que ocurren. La reinterpretación paranoide de los hechos que señalo, y de la que habló Umberto Eco, para convertirlos en herramienta de victimización es uno de los temas centrales del libro. No sabemos exactamente cuándo una interpretación es buena, pero sabemos cuándo puede ser mala o absolutamente paranoide. Además, utiliza a la RAE y las normas de puntuación como herramienta de victimización. En principio, la ortografía es una herramienta que busca todo lo contrario. Es un elemento liberador que disuelve las clases sociales para convertirlo en algo opresivo y sentimental. Sin duda, una muestra más del tipo de sociedad narcisista y ególatra en la vivimos.
"La ficción expande lo humano, el puritanismo lo contrae y lo culpabiliza", escribe. ¿Qué lo aviva? ¿La imposibilidad de separar al Woody Allen persona del protagonista de Manhattan, como alude una columnista citada en su libro?
En el caso de la escritora que cito y de esa sentimentalidad que no es capaz de disociar una cosa de otra, es un gravísimo problema... pero para ella. Existen posibilidades para tener un pensamiento crítico y ser capaces de separar los hechos históricos de las personas. Pero lo que no entiendo es que existan personas, que siendo cultas e informadas, den por buena una reacción emocional ante una obra de arte y además la quieran imponer a otras personas, diciéndoles: 'si tú no te sientes así eres un desalmado'. Eso es lo que lleva al puritanismo.
Uno de los logros de la ficción es expandir las realidad. Te permite hacer cosas que nunca te plantearías: empatizar con un asesino o un violador. Entender a los otros, o sentirnos asqueados de nosotros mismos por empatizar con un asesino. Eso es lo que quiere destruir el puritanismo, que todo lo juzga desde el punto de vista moral, como un cura o un psicoanalista que está buscando siempre una culpa original. De ahí que el gran invento del catolicismo sea la idea del pecado original, que todos nacimos con una tacha que tenemos que enmendar y esa misma tacha es creada de otra forma por los puritanos. Van y te dicen '¿cómo te gusta Woody Allen con lo que ha hecho?'. Por eso yo me rebelo. Este libro es una rebelión contra esa forma de pensar.
El libro está estructurado en tres partes: los hechos, sus implicaciones y reflexiones. ¿Hay que tomar tantas precauciones para ser entendidos?
En los ensayos que he escrito, que ya son tres, he procurado ser entendido. Este libro quisiera que fuese de divulgación. Es manifiesto. Esbozo temas que si el lector está interesado en ampliar, encontrará una puerta a otros autores que han trabajado ese aspecto de forma mucho más más extensa que yo: la escasa memoria o la presunción de inocencia como un pilar de los derechos humanos en un estado de derecho, por ejemplo. Me gustaba que el libro estuviese fraccionado. Yo soy muy fan de leer en el baño, me gusta leer los libros a trozos.
¿Cuál es el mecanismo compensatorio que empuja a (priori) ponerse del lado de Mía Farrow y atacar moralmente a Woody Allen?
Existe la idea del identitarismo llevado al máximo: son los míos, son las mías. No existe posibilidad para la contradicción y la duda. Es una estrategia de reforzamiento en la que la mínima duda sobre el funcionamiento del grupo vale para te echen o te llamen traidor. En este asunto coinciden tabúes muy atractivos, como una posible pederastia. Tiene los suficientes elementos como para poder posicionarte sin saber demasiado del caso, sino apoyándote sobre tus principios morales. No estoy de acuerdo con la pederastia y si Woody Allen es pederasta, lo rechazo también. Las redes tienden a eso: si hay 15 personas en el mundo que creen que Herman Tesrch es buena persona, pues se lo van a contar entre sí.
Las redes gratifican los extremos. El ensayo El efecto burbuja lo explica. ¿No le parece que en los medios, al menos los digitales, no hemos resistido a la tentación de aumentar el tráfico con eso?
En el libro doy una pincelada. Hablo mucho de las redes sociales y de los sujetos que ahí se expresan y menos de la amplificación que dan los medios a estos grupos. Es muy fácil para aumentar resultados utilizar titulares polarizadores que necesariamente tienen que venir de redes, porque ese es el caldo de cultivo. Los medios digitales, por los problemas estructurales que está viviendo el mundo y con ellos en particular, tienden a que su agenda esté marcada por el clickbait. Vamos a ver si con la suscripción a los periódicos las personas entienden que los medios deben vivir de otras formas para evitar que además nos marquen la agenda las multinacionales que controlan las redes sociales y que son el mal… ¡el mal! No son los medios, ¡el mal es Facebook! ¡y en el infierno donde bajaba Woody Allen de Desmontando a Harry, la planta de abajo está ocupada en este momento por Mark Zuckeberg!
En la edad media se luchaba por la religión y los territorios, en el XIX la lucha era de clases y en el XXI es simbólica. ¿Por qué se refiere a esta última como una creación del subconsciente de la izquierda?
Es una butade y está hecho a propósito para llamar al interés. Lo defiendo en el libro pero muchos autores lo han defendido: estamos instalados en las dinámicas neoliberales donde el sujeto y sus sentimientos son la medida de todo y eso choca directamente con una izquierda materialista que está de capa caída. El sujeto actual puede ser distraído de millones de formas. Puede dedicarse a sí mismo mucho tiempo: la ropa, la oferta de contenidos digitales, los selfies. Todo está dedicado a la persona y eso va en contra de los presupuestos de una izquierda materialista que entendía la comunidad, las clases sociales, el grupo. La izquierda identitaria, más agresiva y sentimental es la que tiene mucho más impacto. Es la izquierda de los putos selfies.
Esa izquierda ha arrasado cualquier posibilidad de que se entienda la lucha de la izquierda como algo grupal. Al dar por perdida esa lucha de clases, la de los trabajadores, que ya no son obreros sino autónomos, la protesta pasa de la calle a la lucha simbólica: lo de las estatuas, que si Pérez-Reverte ha puesto esto en twitter, que si hay que cancelar la presentación de tal libro o encadenarnos a un teatro porque un cómico ha dicho no sé qué… Y perdemos el tiempo en esas idioteces que se retroalimentalimentan en redes y con los medios de comunicación. Esa lucha simbólica no produce un cambio sin efecto material. Cuando un cambio lo comparten Ana María Botín y alguien de la izquierda identitaria, que en lugar de decir ‘todos’ en neutro, dice todos y todas y a Ana Patricia Botín eso le parece bien, tenemos un problema, porque no podemos estar de acuerdo con Ana Patricia Botín, señores. ¡No puede ser!
Los catalanes dicen que son una nación, los negacionistas que la covid no existe y habrá quienes aduzcan que comer quinoa es un remedio contra el cáncer. Dígame, ¿realmente saldremos más fuertes? ¿Juntos pararemos el virus?
Es muy difícil en estos momentos hablar en la primera persona del plural. ‘Saldremos’, como cuando abrían las discotecas. Lo de 'más fuertes', ¿en qué sentido? Económica y psicológicamente seguro que no. Estos mantras de Mr. Wonderful van en contra de algo que defiendo en el libro: tratar a la gente adulta como adulos. Esto lo pide una cierta derecha, pero también tratan a sus votantes como niños. Les cuentan no sé qué gilipolleces, que son las que sueltan todos los partidos políticas. Por eso creo que este es el libro de un perdedor. Estas consignas de Mr. Wonderfull podrán tranquilizar a quien quiera creerlas, como a esos niños en Estados Unidos que los meten en ‘safe spaces’ para que no oigan insultos, pues peor para ellos, cuando llegue la realidad y el jefe le diga ‘usted es un imbécil’, el niño ya convertido en adulto se va a quedar perdido y deprimido porque no ha sido preparado para la vida real. Poner vendas a adultos desde niños es muy difícil y ya poner vendas a adultos que parecen adultos, pues mira… A mí las vendas que me ponen sobre el pelo del brazo, al tirar duele la ostia. Cuanto menos vendas pongas y más trates a la gente como adulta más capaces serán de afrontar una realidad que necesita que salgamos unidos, es decir con medidas económicas trasversales, con la verdad en las cifras y medidas materiales, no con eslóganes del tipo ‘no dejaremos a nadie atrás’. Pues mire usted, salude a los abuelos… ¿a ver qué piensan?
Cosas como ‘hermana yo sí te creo’ del MeToo o la rodilla en el suelo del Black Lives Matter acaban por convertir una lucha en un gesto fugaz. ¿Por qué?
Estas cosas siempre han ocurrido, con otro impacto y otra velocidad, pero siempre ha habido gente que quiere que dejen de tocarles los huevos: las mujeres en Hollywood, los negros en Estados Unidos. El problema es que como vivimos en una sociedad sentimental y cortoplacista, estos movimientos son como niños que se enfadan, porque no tienen estrategia y terminan por romper los juguetes que adoran o hacen cosas de las que después se arrepienten. Esos movimientos que surgen de un hartazgo y una discriminación evidente se echan a la calle con manifestaciones de poco recorrido, que derivan en lo simbólico y la turba y que no tienen consecuencias reales. ¿Qué banquero del mundo con dos dedos de frente se colgaría un pin con el black live matters y luego coloca como vicepresidente de su banco a un negro? Pues ninguno. Pero si llega a hacerlo, en Detroit, los negros van a seguir sin tener dinero en los bancos para vivir en hogares decentes.
Cayetana Álvarez de Toledo plantea que era necesario dar batalla en la guerra cultural... ¿Cómo se entiende exactamente el término en España?
Trasladar esas guerras culturales que son norteamericanas a España ocurre en buena medida, como dice Stephen Fry, por la globalización. Lo que ocurre en Estados Unidos tarde o temprano se acaba contagiando. Por mucho que Cayetana lo diga, son asuntos transversales. Están instalados en la derecha y en la izquierda. No se puede, como ella hace, evaluarlo basándote en partidos políticos. ¿Cómo el PSOE va a dar una guerra cultural contra las idioteces de Podemos si los necesita para estar en el gobierno porque no tienen la mayoría? Es una batalla que hay que darla por perdida y aunque esté perdida. ¿Qué batallas vas a dar si las principales formas de relación en el mundo moderno, sean de izquierdas o de derechas, están basadas en herramientas sentimentales? Es decir, en las redes sociales, en el emoji. Por lo menos sería bueno que exista un grupo de gente que lo perciba críticamente y entienda en qué mundo vive, para que no le tomen el pelo, acaben votando al populismo, o en la antipolítica o con argumentos irracionales.
La sátira como discurso ha sido dentro de su carrera un estandarte intelectual…
La gente confunde la sátira con el humor. No es que uno sea mejor que otro, es que son distintos. Te colocan normalmente en la banda de humoristas, pero cómo voy a hacer yo gracia como hace Berto Romero. Yo no me dedico a la comedia de costumbres, que me encanta, pero hago otra cosa. La sátira está más cercana al periodismo y al columnismo. Eso es como si los incluyeras en de los humoristas Raúl del Pozo o Umbral, que usaban el humor como recurso de la columna. A mí la sátira, aparte de que me divierte y da licencia para el humor negro, me ha servido para entender el mundo en el que vivimos
Mongolia se ha metido con la Casa real, cómo olvidar la portada 'El rey te puede violar'. También es una revista anticlerical, anti sentimental. ¿Por cuántos flancos más pueden atacarlos?
Nos han acusado de todo y lo contrario. Mongolia no soy yo solo, hay mucha gente con distintas sensibilidades y hay muchas cosas con las que puedo no estar de acuerdo y otras que sí, porque soy uno de sus editores. Sabemos lo que somos: un tipo de izquierda materialista, dentro de un género. En el caso de Juan Carlos, veamos… ¡Yo ahora me he hecho Juancarlista! Por esa portada que citas, que fue la del segundo número en el año 2012, nos dejaron de llamar. Hemos publicado de Juan Carlos y los Borbones desde que nacimos, sin parar. Y era como ‘uyuyi, cuidado’. Eso nos decían los que ahora lo machacan con barbaridades. ¿Por qué no lo hicisteis cuando había que hacerlo? Es como dar de golpes a un paisano, un desgraciado, que sí que había hecho esas cosas, porque las hizo, pero cuando era necesario hacerlo, callasteis y callamos como sociedad. Pues bueno, lo que quería decir era eso: que me he hecho campechano. ¡Dejen a Juan Carlos que vaya a Arabia Saudí, si antes le dejaban hacer cosas peores. Matar al hermano, por ejemplo”.
Hace 15 días comenzó el juicio de Charlie Hebdo. ¿Hemos aprendido algo?
Nada. Si no hemos aprendido de una pandemia que ha arrasado a 45.000 españoles, ¡qué coño vamos a aprender de una revista satírica francesa! Recuerdo que el único que fue consecuente fue Juan Manuel de Prada, que hizo una columna antológica titulada Yo no soy Charlie, peor de pronto veías a Mariano Rajoy con ‘Yo soy Charlie’. Es como esa gente que dice que no se puede insultar a las religiones, pues claro que se puede. Que tú creas en lo que te salga de las narices, como si quieres creer en que la tierra es plana, muy bien, siempre que no sea una amenaza a la salud pública, cómo no vas a insultar a sistemas de creencias tan peligrosos como el islam en sus manifestaciones más extremas. ¿Pero usted sabe cómo viven las mujeres iraníes? Y te responden que el islam es multicultural. No mire usted: es una religión asquerosa, promulgada por un profeta asqueroso, militarista, pederasta. ¿Cómo no te vas a rebelar contra estas cosas? Esa es la misión de la sátira y eso le valió a los compañeros lo que les valió. A las personas hay que respetarlas, pero a las ideas y a las creencias ni de broma. Es una muestra de respeto llevar la contraria con argumentos a una persona con la que no estás de acuerdo. Las ideas están para confrontarse.
Los escritores Sergio del Molino y Laura Freixas tuvieron un debate intenso sobre Nabokov como exaltador, según ella, de la pederastia. La militancia de Freixas estaba por encima de Lolita. ¿A su generación le ha tocado más que a otras dar batallas sobre estos temas?
Otras generaciones también tuvieron que darlas: en el franquismo o la Transición, pero ahora también. Por eso el subtítulo del libro: ¿Por qué Woody Allen pasó de inocente a culpable en diez años?'. Creo que aquí hay temas centrales para mi generación. El caso de Sergio Del Molino y Freixas no es que Sergio del Molino tuviese mejores argumentos que ella, es que Freixas, directamente, no había entendido el libro y eso es preocupante. Si fuera Hegel o un libro muy oscuro de lógica... Pero no entender Lolita y de atribuirle unos valores que no tiene, que son interpretaciones que vienen de un constructo ideológico que hace que lo veas, eso es inaceptable.
Hay que tener un respeto a los autores que hablaron de su tiempo y escribieron claramente. Además, en el caso de Nabokov, dio muchas entrevistas al respecto. En ese sentido habría dos explicaciones: que Laura Freixas lo estuviese haciendo de forma intencionada para crear polémica y vender libros o que la ideología le pese tanto, que lea mal y sea una disléxica ideológica. De las dos opciones, lo peor es lo de la dislexia ideológica porque con la otra por lo menos, te quedas con unos euros.
Trabaja con Carlos Alsina. ¿No le ha propuesto hacer La guerra de los mundos en su programa ‘Más de uno’? ¿Cree que algunas personas se lo creerían?
Creo que cualquier cosa que adornes y vistas lo suficientemente bien, se lo pueden creer. Piensa en lo que hizo Évole con el falso documental de la Transición. Era imposible creérselo, pero grandes luminarias de Twitter cayeron. A poco que tuvieses dos lecturas de la Transición, lo notabas. A mí me gustaría proponerle a Alsina una invasión extraterrestre. Mi amigo Jesús Cimadevilla decía que la única solución era una invasión alienígena, porque todos nos juntaríamos contra los bichos y saldríamos más fuertes. Yo creo que ni una invasión alienígena haría más unida a la raza humana.
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