Brillaba el sol esta mañana en Alcalá de Henares. Más sagaz e irónico, acaso por los nervios, vestido de chaqué, el escritor Eduardo Mendoza esperaba el comienzo de la ceremonia en el patio de los Filósofos de la Universidad de Alcalá, en cuyo paraninfo ha recibido este jueves de manos del rey Felipe VI el Premio Cervantes 2016, el más importante que se concede en lengua castellana y que comparte con el barcelonés una coincidencia: fue creado en 1975, el mismo año en que Mendoza publicó La verdad sobre el caso Savolta, su primera novela.
En esta ocasión, el acto se ha celebrado tres días antes de la fecha en la que habitualmente se entrega este galardón, el 23 de abril, Día Internacional del Libro. Presidida por los reyes Felipe y Letizia, no acudió el presidente de Gobierno, Mariano Rajoy. Acudieron el Ministro de Educación, Cultura y Deporte Íñigo Méndez de Vigo; la vicepresidenta de Gobierno, Soraya Sáez de Santamaría; la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes así como el Secretario de Estado, Fernando Benzo y Óscar Sáenz de Santamaría Gómez-Mampaso, director general de Industrias Culturales y del Libro. Otras figuras del mundo político se sumaron, entre ellos, el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, quien se entretuvo no pocas veces contestando a los mensajes de su móvil durante la ceremonia, así como la escritora y diputada de Ciudadanos, Marta Rivera de la Cruz.
Palabras llenas de humor e inyectadas de política
Comenzó Eduardo Mendoza su discurso con un largo y exhausto suspiro. “Pensé el género humorístico me pondría a salvo de determinadas responsabilidades”, dijo refiriéndose al hecho de que la concesión de Cervantes a su obra –profundamente humorística- concede el valor literario a un género erróneamente menospreciado . Agradecido, aseguró que ésta era una distinción todavía difícil de asimilar. “Para los que tratamos crear algo, el enemigo es la vanidad”, una frase de su discurso jalonada por la modestia del escritor. En ocasiones melancólico e impregnado de humor, el escritor catalán introdujo, con elegancia y cuidado, determinadas alusiones políticas.
Los estudiantes y los ciudadanos de aquella España acusaban con incomodidad el uso que hizo el franquismo del Quijote como “adalid de un imperio de fanfarria”, dijo Mendoza
Leyó el Quijote en sus años de infancia, “en una Barcelona muy distinta a la que es hoy”, aquella en la que podían verse “las torres de la Sagrada Familia llenas de hollín y dejada de la mano de Dios”, dijo Mendoza en su discurso. La idea de adentrarse, por obligación escolar, en la lectura del clásico no despertó especial agrado en él ni en sus compañeros de escuela, porque los estudiantes y los ciudadanos de aquella España acusaban con incomodidad el uso que hizo el franquismo del Quijote como “adalid de un imperio de fanfarria”, a fuerza de trocarla en tópico de la identidad Española. “Nos parecía una tortura dividida en dos partes”, pero incluso contra su voluntad aseguró Mendoza, el lenguaje Cervantino lo sujetó con fuerza. Como una metáfora ciudadana, citó cómo al compartir con su padre la sorpresa que le causaba Cervantes, éste le respondió que Lope de Vega era mejor. “Hasta en eso teníamos que disentir”, aseguró.
Como una metáfora ciudadana, citó cómo al compartir con su padre la sorpresa que le causaba Cervantes, éste le respondió que Lope de Vega era mejor. “Hasta en eso teníamos que disentir”, aseguró
Eduardo Mendoza repasó sus relecturas del libro a lo largo de su vida: primero en la niñez, luego en su juventud y por tercera vez, ya adulto y escarmentado por la experiencia pero apoyado por Pere Gimferrer y Carmen Balcells –a quienes hizo un mención emotiva de gratitud- . Entonces, dijo, fue el humor lo que llamó su atención. “Descubrí que había otro tipo de humor en la obra de Cervantes, que no está en la situación o los diálogos, sino en la mirada de Cervantes sobre el mundo y que exige la complicidad del lector. Es el Quijote el que impone este tipo de relación secreta, por medio del libro pero fuera del libro, que supone la esencia de la novela moderna”, dijo refiriéndose a la relación directa entre autor y lector.
Aunque nunca pasó un año sin picotear el clásico Cervantino, Eduardo Mendoza aseguró que no lo había vuelto a releer de un tirón hasta la llamada telefónica oficial para comunicarle la concesión del premio. “En lecturas anteriores había seguido al caballero y al escudero tratando de adivinar la dirección de su peregrinaje, esta vez me encontré acompañando su camino de vuelta (…) Me pregunto si estaba loco o desafiaba a una sociedad zafia y encerrada en sí misma”.
Don Quijote está loco, aseguró, pero los demás que dicen estar cuerdos, dejan a otros hacer desmanes. En una metáfora política alusiva a la realidad, Mendoza elogió la lectura en las claves del sentido y afeó las de la credulidad. “Todo personaje de ficción es transversal, eso mismo hace Don Quijote. La función de la ficción es dar vida a lo que de otro modo acabaría en estadística”. “Recalco estas cosas porque vivimos tiempos confusos e inciertos, no me refiero a la política y la economía, porque los suyos siempre son inciertos (…) La incertidumbre y confusión a las que me refiero son de otro tipo: un cambio de conocimiento que afecta a nuestra manera de estar en el mundo”.
Las palabras higiénicas de Felipe VI
El discurso del rey Felipe VI fue sobrio, sin alusiones directas o metafóricas a la realidad. Tras elogiar a Eduardo Mendoza y al Premio como institución fundamental del idioma, el rey Felipe VI se refirió a Mendoza como un “artesano del lenguaje”, alguien capaz de mezclar a los personajes comunes y la lógica de los “tebeos” para producir una obra propia que hereda la tradición de los clásicos, desde Cervantes hasta Valle Inclán hasta la “literatura de kiosko”. Se refirió además al enriquecimiento que supuso el catalán en la obra de Eduardo Mendoza, además de su papel como "biógrafo" de la ciudad de Barcelona. Felipe VI hizo un elogio editorial de Barcelona como lugar literario por excelencia, donde Don Quijote descubrió el mar; uno que a lo largo del siglo XX ha sido el epicentro de la industria del libro.
El ministro de Educación, Cultura y Deporte,Íñigo Méndez de Vigo fue el encargado de hacer la semblanza biográfica y elogio del escritor, además de resaltar la importancia del Cervantes, un galardón en el que “homenajeamos al mismo tiempo a nuestro escritor más universal” y a aquellos cuya aportación a las letras amplían el patrimonio literario del idioma. Tras elogiar y disertar minuciosamente sobre el humor que caracteriza la obra Mendoza, Íñigo Méndez de Vigo aseguró que la raíz cervantina y picaresca es uno de los mayores atributos de la universalidad de su obra. “El extraterrestre Gurb hoy se equipara a los personajes de Borges o de Marsé. Un jardín de ficción”, apuntó con lirismo el ministro.
Aplaudido por la crítica y el gran público, Eduardo Mendoza se hizo con este galardón por su lengua literaria "llena de sutilezas e ironía", en la mejor tradición cervantina, y por inaugurar en 1975 una nueva etapa en la narrativa en español "devolviendo al lector el goce por el relato", según el fallo del jurado. Nacido en Barcelona el 11 de enero de 1943, a sus 74 años, el catalán es todo un clásico la narrativa española, un clásico moderno que ha hecho del humor un ingrediente de su literatura. Comenzó su carrera con la publicación, en 1975, de La verdad sobre el caso Savolta, novela señalada por el jurado de Premio como uno de los "hitos de la literatura española", un libro que "devolvió al lector el goce por el relato y el interés por la historia que se cuenta”.
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