En la tarde del miércoles 13 de mayo de 1981 el Papa, el líder de la Iglesia Católica, salió en su Jeep blanco descapotable dispuesto a recorrer la plaza de San Pedro, en una multitudinaria audiencia. Iba saludando a los asistentes cuando, después de haber tomado una niña en brazos, un pistolero a sueldo mimetizado entre los asistentes, sacó una semiautomática Browning Hi-Power, calibre 9 mm. y disparó, alcanzando cuatro veces al romano pontífice.
El asesino profesional de origen turco, Ali Agca, de 23 años, se encontraba en la plaza de San Pedro para matar Juan Pablo II. El primer proyectil lanzado dañó el brazo derecho, el segundo el dedo índice izquierdo y el tercero y el cuarto fueron al abdomen de la víctima. Una de las dos últimas balas llevó una trayectoria curiosa en “zigzag”, que hizo que increíblemente no tocara ningún órgano vital, aunque sendos proyectiles dañaron los intestinos.
El pistolero no alcanzó su objetivo, no logró dañar el corazón del Papa, como era su intención, algo impensable para un profesional. Todavía es un misterio por qué el agresor no intentó huir. Fue capturado por la Gendarmería vaticana y entregado a la policía italiana, con mucha dificultad, porque algunos asistentes querían tomarse la justicia por su cuenta.
Después del intento de asesinato, el papamóvil salió a toda velocidad hacia el Palacio Apóstolico y tras un breve diagnóstico que confirmó la gravedad fue llevado en ambulancia al hospital Gemelli. Al llegar recibió la absolución y la unción de enfermos y fue intervenido por Dr. Francesco Crucitti. Durante los días posteriores, pasó por momentos críticos en los que necesitó varias transfusiones de sangre. Una de las bolsas le provocó una infección de un citomegalovirus, debido a que no había sido conveniente desinfectada la bolsa de sangre. Lo que prolongó la convalecencia del líder de la Iglesia católica durante varios meses.
Juan Pablo II atribuyó su salvación a la Virgen María, porque el Papa tenía una gran piedad mariana (muestra de este cariño es la M, de María, de su escudo episcopal), pero sobre todo por ser ese día la Virgen de Fátima. Prueba de esto fue que mientras se recuperaba pidió leer el tercer secreto de Fátima, porque intuía que tenía que ver con los hechos sucedidos, al finalizar la lectura se sintió identificado con narración del texto y concluyó que él era el protagonista de esta profecía.
El 12 de mayo del año siguiente, ya haciendo vida normal, el Papa viajó al santuario de Fátima para dar las gracias a la Virgen por el favor concedido y para colocar la bala del atentado en la corona de Fátima. Durante este día, nuevamente estuvo a punto de sufrir otro atentado por parte de un fanático. Meses más tarde, el 27 de diciembre de 1983 Juan Pablo II visitó a Ali Agca para mantener una conversación privada y para perdonarle.
¿Quién estaba detrás de este terrorista?
No está claro. Agca en un principio dijo que la Santa Sede. En sus memorias cambió y acusó al Ayatollah Jomeini de ser el responsable, y algunos como el vaticanista Antonio Pelayo dijeron que: “Los investigadores sostienen que los búlgaros que protegían a Ali Agca eran agentes enviados por la KGB rusa”.
El caso es que Juan Pablo II no sólo fue un gran líder dentro de la iglesia sino que también, gracias a su carisma y convicciones, logró ser uno de los grandes actores en la vida cultural, política y social de todo el mundo. Pero sobre todo tuvo un papel importante en la desaparición del comunismo en los países del Este. Gracias a él y a otros, mientras caía el muro de Berlín en 1989, desapareció el comunismo en Polonia y otros países de Europa Oriental como Hungría, Checoslovaquia, Rumania, Bulgaria... Dos años después cayeron también Albania, Yugoslavia y la propia URSS.
Juan Pablo II fue una persona muy coherente con su fe y sus ideas, que se entrelazan en un deseo de hacer feliz a los hombres y las mujeres de su tiempo. Supo rezar con intensidad, vivir como pensaba y exponer de manera brillante las ideas que asentarían un humanismo del que carecían estos países que sufrieron esta ideología.
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