Durante siglos, las mentes europeas se habían intoxicado con relatos fantasiosos de judíos conspirando contra las comunidades cristianas. Lo que hoy llamaríamos bulos iban desde el envenenamiento de las aguas públicas a extraños rituales ocultos regados con la sangre de infantes europeos. Como bien saben algunos de los mayores intoxicadores que pululan hoy por las redes, no hay nada que remueva más los bajos instintos de la población que alguna historia de crueldad cometida contra un niño, que condimentado con algún prejuicio racial genera una coctelera explosiva. Ese fue el caso de la ciudad polaca de Kielce que en el verano de 1946, un año después de la derrota nazi, se cobró la vida de 42 judíos.
La ciudad se encuentra a mitad de camino entre Varsovia y Cracovia y antes de la guerra vivían allí unos 24.000 judíos, una tercera parte de la población de Kielce. Rodeada por los mayores campos de exterminio como Auschwitz, Belzec, Sobibor o Treblinka, la inmensa mayoría de los judíos fueron aniquilados durante el Holocausto. Pero tras la Segunda Guerra Mundial regresaron a Kielce unas 150 judíos que no fueron bien recibidos por sus antiguos paisanos.
El 1 de julio de 1946, Henryk Blaszczyk, un niño cristiano de nueve años, se fue de Kielce a una localidad cercana donde había pasado la guerra, y regresó dos días más tarde contando a sus padres y a la policía que había sido secuestrado y escondido en el sótano del edificio del Comité Judío local en la calle Planty 7. En aquel momento, el edificio acogía varias instituciones y hasta a 180 judíos regresados de los campos nazis.
La persona acusada por el joven fue arrestado y apaleado, pero cuando a primera hora del día 4 de julio, la policía acudió al edificio, el relato del niño se desmoronó por completo, puesto que no había más niños retenidos ni tan siquiera había un sótano en el edificio. Padres y autoridades riñeron al niño, pero una turba enfurecida de ciudadanos ya había comenzado los disturbios con insultos y lanzamientos de piedras. Hasta el lugar acudió un contingente de más de cien soldados con la intención de calmar los ánimos. Pero un disparo, del que nunca se supo quién fue el responsable, provocó que policías y soldados desalojaran el edificio de judíos, echándoles a la boca del lobo de una población que quería sangre.
Baruch Dorfman, uno de los supervivientes que aquel momento se encontraba atrincherado dentro del edificio contó la experiencia: "Comenzaron a dispararnos a través de la puerta e hirieron a una persona, que más tarde moriría a causa de las heridas. Irrumpieron. Eran soldados uniformados y algunos civiles. Entonces me hirieron. Nos obligaron a salir fuera. Formaron una doble fila. En las escaleras ya había mujeres y civiles. Los soldados nos golpearon con las culatas de sus fusiles. Los civiles, hombres y mujeres, también nos golpearon. Yo llevaba una chaqueta parecida a la de los uniformes, tal vez por eso no me pegaron. Bajamos a la plaza. Otros que venían conmigo fueron apuñalados con bayonetas y asesinados a tiros. Nos apedrearon. Ni siquiera entonces me pasó nada. Atravesé la plaza hacia una salida, pero debía de tener tal expresión en la cara que me reconocieron como uno de los judíos que habían sacado del edificio, porque un civil gritó: «¡Un judío!». Y sólo entonces me atacaron. Me llovieron las piedras, me golpearon con las culatas de los rifles, y caí desmayado. De tanto en cuanto recuperaba el conocimiento, y me volvían a golpear con piedras y culatas de fusil. Uno quiso pegarme un tiro mientras yacía en el suelo, pero oí que otro decía: «No dispares, de todas formas va a reventar». Me volví a desmayar. Cuando recobré el sentido, alguien me tiraba de las piernas y me lanzaba dentro de un camión. Era algún otro militar, porque me desperté en un hospital de Kielce."
Algunos relatos aseguran que se llegaron a tirar a judíos por la ventana. La actitud de las fuerzas del orden y los civiles se vio agravada con la llegada a mediodía de unos 600 trabajadores de la fundición de Ludwików. Entre 15 y 20 judíos perecieron golpeados hasta la muerte con barras de hierro. Unas 80 personas fueron heridas y 42 terminaron siendo asesinadas, entre ellas una embarazada, y una mujer con su bebé en brazos de la que todavía se conserva una cruel fotografía de sus cadáveres en la morgue del hospital de la ciudad. Tres días después del pogromo, las víctimas fueron enterradas en una fosa común en el cementerio judío.
Antisemitismo y oportunismo
El antisemitismo, mamado durante siglos en Europa, se combinó con una serie de intereses personales que hicieron que el retorno de los judíos fuera mal visto en la inmensa mayoría de los lugares de la Europa del este, donde más población judía vivía antes de la guerra.
Por crudo que suene decirlo, la desaparición de cientos de miles de judíos se había traducido en la mejora económica de algunos de sus vecinos que se apropiaron de sus pertenencias. De forma generalizada, en Europa no hubo ningún tipo de respeto por el derecho de los legítimos propietarios. Antes mismo de que ser deportados, millones de judíos se habían visto obligados a tener que malvender sus propiedades a vecinos que, en un contexto de guerra, aprovecharon la ocasión. Llegada la deportación, se procedía al desvalijamiento y la ocupación de propiedades. Pasado el tiempo, se terminaba escriturando para oficializar a los nuevos dueños de casas y tierras agrícolas.
La “fortuna” para la mayoría de estos nuevos propietarios no judíos consistió en que sus antiguos vecinos jamás regresarían. Sin embargo, como sucedió en Kielce, el retorno provocó graves problemas de convivencia. Esta es la premisa que plantea 1945, película del director húngaro Ferenc Török, en la que dos judíos llegan a un pequeño pueblo de Hungría con extrañas cajas ante el miedo y remordimiento de los vecinos.
El exterminio de la inmensa mayoría de su comunidad sumado al frío recibimiento de muchos de sus antiguos vecinos empujaron a que la mayoría de los judíos supervivientes del Holocausto prefirieran emigrar a otros lugares de Europa incluido Alemania, corazón del Tercer Reich, antes que regresar a países como Polonia.
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