Cultura

El fracaso del multiculturalismo en Gran Bretaña

Las erupciones de violencia de estos días hablan de una sociedad sin modelo común

A finales del año pasado, la ministra de exteriores británica, Suella Braverman, pronunció un discurso en Washington que creó un enorme debate nacional. Expuso que el multiculturalismo actual era un fracaso, entendiendo como tal el concepto según el cual diferentes grupos raciales o culturales de una sociedad tienen los mismos derechos y oportunidades, y ninguno es ignorado o considerado insignificante, así como ninguno es obligado a integrarse. Braverman respalda con datos su tesis de que la situación está fuera de control: 109.000 personas entraron al Reino Unido desde 2018 en pequeñas embarcaciones, lo que ha costado al Estado cuatro mil millones de libras. En 2022 entraron 45.755, lo que supone un coste de 8 millones diarios.

No es solo lo que Braverman dijo, sino de dónde procede la ministra de Interior. Su padre era de Kenia y su madre de Mauricio, así que para muchos su discurso simbolizó el rechazo del tipo de persona para el que se estaba creando la sociedad multicultural. Los ejemplos que utilizó fueron demoledores, entre ellos la más reciente crisis en la isla italiana de Lampedusa, con la llegada de 120 botes con 5.000 inmigrantes irregulares procedentes de Túnez... "En 48 horas, el número de 'ilegales' superó al de la población local, el 20 de septiembre llegaron a los 11.000 y los inmigrantes empezaron a dormir en la calle, a robar alimentos y a enfrentarse a la Policía", denunció. La ministra hablaba ante el laboratorio de ideas American Enterprise Institute (AEI).ç

Justo antes de esta crisis, ha reaparecido en escena el exprimer ministro Tony Blair para dar consejos al nuevo líder laborista del país, Keir Starmer: "Los progresistas deberían pensar en las respuestas, pero hay que entender lo que hace el populista. El populista normalmente no inventa un motivo de queja, sino que lo explota. Si quieres cerrarles las vías para aumentar su apoyo, tienes que lidiar con el motivo de queja. Por eso Keir tiene toda la razón al decir que hay que tener controles sobre la inmigración”, opina. “Eso no quiere decir que no celebremos el bien que puede hacer la inmigración, porque hace un inmenso bien a este país, pero es necesario tener controles”, precisa.

Parece que ya no hay partido que rechace los controles, solo que el laborismo celebraría a quienes los superen. Braverman recordó cómo el 37% de los habitantes del África subsahariana y el 27% de los que viven en Oriente Medio y en el norte de África tienen la mirada puesta en los países europeos, según un sondeo de Gallup."La posibilidad de que algunos de ellos puedan llegar a Europa es un reto único y profundo", advirtió. "Nuestros países son excepcionalmente atractivos: el 4% de los encuestados nombraron al Reino Unido como su destino preferido".

Crisis de civilización

El problema no son solo las cifras de migrantes sino el hecho de muchos profesan la religión musulmana, cada vez más vehemente en la defensa de sus principios, mientras que en Occidente se disuelve la adhesión al catolicismo. Lo explicaba el filósofo Giorgio Agamben en un reciente artículo en ABC: "Está claro que Europa ha abandonado todo aquello en lo que creyó durante siglos. O, al menos, creía creer: su Dios, la libertad, la igualdad, la democracia y la justicia. Si ya ni siquiera los sacerdotes creen en la religión, con la que Europa se identificaba, también la política hace tiempo que perdió su capacidad de guiar la vida de las personas y de los pueblos. La economía y la ciencia, que han ocupado su lugar, no son en modo alguno capaces de garantizar una identidad que no tenga la forma de un algoritmo. La invención de un enemigo contra el que luchar con cualquier medio es, a estas alturas, la única manera de colmar la creciente angustia ante todo aquello en lo que ya no se cree. Y, ciertamente, no demuestra mucha imaginación el haber elegido como enemigo a quien, durante cuarenta años, desde la fundación de la OTAN (1949) hasta la caída del Muro de Berlín (1989), hizo posible librar en todo el mundo la llamada Guerra Fría, que parecía, al menos en Europa, definitivamente desaparecida", lamentaba. Plantarse ante Putin en vez de ante La Meca sería otro signo de decadencia Occidental.

En el sector más peleón de la prensa británica, preocupa la profunda y documentada aversión de Starmer a la libertad de expresión. Lo primero que hizo su gobierno al llegar al poder fue paralizar la Ley de Educación Superior, impulsada por el partido tory, que buscaba terminar con la cultura de la cancelación en los campus británicos. La combativa revista Spiked está revelando informaciones cruciales sobre el perfil autoritario de Starmer y su tendencia a utilizar los Derechos Humanos como excusa para recortar los derechos civiles: "Me atrevo a decir que podemos esperar más autoritarismo 'liberal' de este abogado convertido en fiscal jefe y luego en tecnócrata en jefe. Está en su ADN", lamenta Tom Slater, editor de la cabecera.

Frank Furedi, director ejecutivo del grupo de expertos MCC Bruselas, argumenta que la militancia multicultural de muchos gobiernos europeos ha creado una cultura del agravio de la que ahora estamos pagando la factura: "La ideología del multiculturalismo prospera en ausencia de una visión de la sociedad a la que todos sientan que pueden pertenecer. La ausencia de esa visión no es accidental, sino que se debe a la insistencia del multiculturalismo en que ningún conjunto de valores puede considerarse superior a otro o considerarse la norma deseable. Por lo tanto, la ausencia de una visión nacional coherente de la sociedad, de un sentido coherente de los valores y tradiciones compartidos de una nación, debe considerarse un logro directo del multiculturalismo", denuncia.

Más madera: "Las consecuencias de esta cultura del agravio han sido profundas. Al cultivar y politizar las identidades de grupo, el multiculturalismo ha alejado a las personas de la nación en la que habitan. Al alentarlas continuamente a celebrar sus diferencias, los miembros de los grupos identitarios se han distanciado psíquicamente de los demás miembros de la sociedad. No es de extrañar que algunos parezcan tener ahora más apego a los conflictos nacionales y étnicos lejanos que a las comunidades en las que viven realmente”, denuncia Furedi.

¿Conclusión? “El multiculturalismo puede haber ayudado a aliviar a nuestras élites de la responsabilidad de darle a su sociedad un propósito nacional, pero el precio que han pagado por su acto de evasión es una profunda división y un conflicto creciente. En respuesta, necesitamos sentar las bases para una solidaridad renovada. Hoy es más necesario que nunca tener un sentimiento compartido de quiénes somos como nación y de lo que defendemos", advierte.

Una de las mejores columnas que se ha publicado sobre esta crisis la firma Ralph Leonard en la revista Unherd. Siguiendo al premio Nobel Amartya Sen, explica que las sociedades occidentales actual no son multiculturales sino que practican el monoculturalismo plural, es decir que gestionan los intereses de las diversas comunidades monoculturales del país. La intensa competición por recursos y privilegios explica los estallidos de tensión y violencia. El escaso reconocimiento de la mayoría blanca protestante provoca un malestar que se manifiesta en crisis como la de Southport y adyacentes. ¿Y si fueran las crispadas y competitivas políticas de la identidad las que nos han traído hasta aquí?

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