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El problema no es Taylor Swift sino sus defensores

La diva estadounidense tiene los peores devotos del pop del siglo XXI

Concierto de Taylor Swift en Madrid: lo que necesitas saber para comprar las entradas
Taylor Swift en concierto EP

Nunca he tenido nada contra Taylor Swift: trabajadora, talentosa, capaz de defenderse sola de los abusos de la industria musical, se ha ganado su actual puesto de privilegio con unos méritos que casi nadie pone en duda. Esto no quiere decir que todo lo que ella haga deba ser incuestionable. Neil Tennant, líder de Pet Shop Boys, explicó durante una entrevistas que aprecia el fenómeno Swift, pero que echa de menos las canciones universales, exitazos que todo el mundo conozca y pueda cantar. “¿Dónde está su ‘Billie Jean’?” , preguntaba. Como impulsado por un resorte, hay quien tiene necesidad de contestar, por ejemplo el periodista Héctor G. Barnés (a quien leo y aprecio), que el pasado domingo firmaba un amplio articulo -!con gráficos¡- titulado “Por qué no puedes cantar ninguna canción de la artista más escuchada del mundo”. El texto me dejó descolocado.

Antes de nada, recordemos una obviedad: resulta totalmente imposible llegar al nivel de fama de Swift sin recibir criticas y cuestionamientos. Bad Bunny pasó tras años siendo el más escuchado del planeta y le cayó mierda a cubos: que si no se le entiende, que si es música para retrasados, que si necesita un logopeda… No se conoce ningún crítico, musicólogo o tertuliano español que salieran a defenderle, pero tenemos la cabeza tan colonizada que necesitamos limpiar el honor de Swift por una respuesta de tres líneas en The Guardian. ¿Los argumentos? Si Swift no tiene himnos que todo el mundo conoce, explica Barnés apoyándose en el musicólogo Eduardo Viñuela, es por el esfuerzo que supone apreciar la sutileza de una artista que hace letras largas y que se preocupa más del conjunto de la composición que los estribillos coreables. Bueno…

Hay algo enfermizo en el culto a Swift, por encima del de otros artistas

Barnés compara a Swift con Bruce Springsteen, lo cual resulta desconcertante ya que casi cualquier persona de la calle conoce varias canciones de The Boss: “Born In The USA”, “Born To Run”, “Dancing In The Dark”…incluso “Hungry Heart”. También se la compara con Bob Dylan, “que introdujo en el pop las canciones kilométricas”, pero Dylan es otro que tiene letras que todos somos capaces de corear, vayamos más o menos a misa, para empezar “Blowing in the wind” y “Like a rolling stone”. Aunque no se mencione en el texto, la gran superestrella pop de los años setenta fue Elton John, conocido por lo largo e intrincado de sus letras, donde los estribillos son solo una parte más, lo cual no impide que todos reconozcamos en los primeros cinco segundos “Your song”, “Goodbye Yellow Brick Road” y “Tiny dancer”. Otro ejemplo podría ser Jacques Brel, tremendamente popular aunque sus letras tengan un alto nivel poético, estribillos sin fuegos artificiales y ni siquiera sea un artista pop.

Las disfunciones de los 'ultra' de Swift

En realidad, hay algo enfermizo en el culto a Swift, por encima del de otros artistas. Para empezar, un proceso de selección de compra de entradas que te consume la vida, al menos varias semanas, para el que debes ser "fan verificado. También se debate en foros la posibilidad de acudir al concierto con pañales para no tener que perderse una canción si tienen que hacer pis, a pesar de que se saben el concierto de memoria de tanto ver la filmación completa disponible en Disney+. Por lo visto, se está dando una epidema de depresiones posconcierto: la piscóloga Kayla Greenstein explica que ver a Swift es parecido a tomar drogas psicodélicas, con su ritual previo y epifanía existencial. Después del subidón, algunas afectadas sueltan frases como “Nunca volveré a sentir tanta felicidad” o “Ahora no sé que hacer con mi vida”. Greenstein recomienda superar el bajón viendo más vídeos de Swift o imprimiendo las fotos del concierto, a modo de metadona. Gozar de Madonna y Michael Jackson era todo diversión, según recurdo, y sin trámites burocráticos ni efectos secundarios.

¿Estamos todos bien? Que muchas ’swifties’ consideren a Taylor algo parecido a una amiga confirma lo escasos que son los lazos de verdadera amistad en nuestras sociedades. Que valoremos un concierto de estadio como la cima de nuestras vidas tampoco habla especialmente bien de la emoción cotidiana de nuestras biografías. Y que nos parezca intolerable que una estrella pop de la tercera edad como Neil Tennant ponga un ‘pero’ a la estrella más rentable del planeta pop quizá es tener la piel excesivamente fina. No hay nada malo en las canciones ni en los conciertos de Swift, pero todo lo que orbita alrededor merece un análisis sociológico y psiquiátrico, además del artístico.

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