Cultura

El rey mago inca que los españoles llevaron a América

Portugueses y españoles introdujeron o adaptaron a uno de los reyes magos con los rasgos de las poblaciones americanas

En la orilla sur del lago Titicaca se encuentra la ciudad peruana de Juli, el clima frío y seco de la zona crea un paisaje árido con apenas vegetación en el que destacan varias construcciones religiosas que podrían formar parte de cualquier pueblo castellano. En una de ellas se encuentra un cuadro del siglo XVII en el los reyes magos adoran a Jesús con un Gaspar que toma el aspecto de un rey inca. 

A finales del siglo XVI se estableció una misión jesuita en este inhóspito territorio que acabó siendo conocido como la pequeña Roma de América por la cantidad de templos construidos. Y hasta allí llegó Diego de la Puente, un jesuita nacido en Malinas (actual Bélgica) que combinaba su amor por la pintura con la vocación religiosa, y que dejó uno de los pocos cuadros en los que uno de los reyes magos toma los atributos de un nativo americano. El jesuita quiso plasmar las tres "razas" presentes en América con Melchor y Baltasar con su representación habitual. Según la investigadora Teresa Gisbert, el jesuita pintó al "rey inca" con la intención de integrar a la comunidad local y evitar que se sintieran discrimados del contexto religioso. 

Este curiosa composición no arraigó y solo se conoce otro cuadro con el mismo tema en la Iglesia de Santa Bárbara de Ilabe a treinta kilómetros de la anterior. Según apunta Gisbert, el modelo iconográfico estaría inspirado en versiones portuguesas que introdujeron a un rey con los rasgos tupinambas de las poblaciones del litoral brasileño. Un ejemplo que podemos ver en un cuadro de 1505, actualmente en la catedral de Vuseu en Portugal, según indica Gisbert.

Adaptación de los Magos

La historia de los Reyes Magos es un buen ejemplo de cómo las tradiciones están en continuo cambio. Solo el evangelio de Mateo menciona la historia de los magos, todavía no eran reyes, y no cita ni el número, ni sus nombres, y no menciona nada respecto a su edad o apariencia física. Tan solo que vienen de Oriente guiados por una estrella y que entregan tres presentes: oro, incienso y mirra.

Serán los evangelios apócrifos y la tradición cristiana la que a lo largo de los siglos fije el número, los nombres, las edades y el aspecto físico. En la obra Excerptiones patrum, collectanea et flores, atribuida erróneamente a Beda el Venerable de datación incierta (Siglo VIII- XII) se describen físicamente y se especifica los regalos que entregan cada uno de ellos:  “El primero de los magos fue Melchor, un anciano de largos cabellos y cumplidas barbas quien ofreció el oro, símbolo de la realeza divina. El segundo, llamado Gaspar, joven imberbe de piel encendida, honró a Jesús presentándole el incienso, ofrenda que manifestaba su divinidad. El tercero, llamado Baltasar, de piel oscura (fuscus) y con toda su barba, testimonió con la ofrenda de la mirra, que el hijo del hombre tenía que morir”.

Sin embargo, no será hasta el siglo XVI cuando se fije la imagen del rey como un hombre negro. En las representaciones medievales abundan los rostros claros, y a partir del siglo XIV, comienza a cambiar la tendencia, coincidiendo con un contacto más estrecho entre los europeos y el continente africano, como posteriormente se verá en Sudamérica.

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Cabalgata de los Reyes MagosEuropa Press

Artabán, el cuarto rey mago

Aunque tampoco ha calado en las representaciones de los magos, existe una entrañable historia sobre un cuarto rey mago llamado Artabán, que tiene su origen en el cuento El otro Rey Mago, escrito en 1896 por el teólogo presbiteriano estadounidense Henry van Dyke.

En ella Artabán, un sabio de Persia, se une a los tres magos para seguir la estrella que conduce al nacimiento de Jesús, portando varias piedras preciosas como ofrenda. Sin embargo, este cuarto mago se retrasa al socorrer a un moribundo emprende una búsqueda solitaria.

A lo largo de su viaje, Artabán emplea su vida a ayudar a los demás, vendiendo sus pertenencias para brindar asistencia a quienes lo necesitan. Dedica treinta años buscando al mesías haciendo buenas acciones y llega a Jerusalén en el momento de la crucifixión de Jesús.

El temblor producido en el instante de la muerte de Cristo derribó una teja que cayó sobre su cabeza, hiriéndolo de muerte. En los últimos momentos de su vida tuvo una visión en la que Jesús le aseguró que las acciones altruistas que había protagonizado durante su vida fueron aceptadas como regalos a él y que próximamente se encontrarían en el reino de los cielos: “En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis”.

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