Sarah Polley debutó como actriz en el cine con tan solo seis años en la película Navidades mágicas (1985), un drama familiar en el que también aparecía Harry Dean Stanton. Aquella niña de rostro dulce, cabello rubio y ojos claros creció y, varias películas después, a las órdenes de cineastas como Wim Wenders, David Cronenberg o la española Isabel Coixet, debutó como directora con Lejos de ella, la adaptación de un relato de la premio Nobel Alice Munro. A continuación, llegaron el drama romántico Take this waltz y el documental Stories we tell, en el que jugaba con la memoria y la ficción.
La actriz y directora, que hasta entonces había abordado asuntos más o menos tiernos o agridulces pero en un tono amable, y que había llamado la atención de la prensa de forma irregular, regresa diez años después con un relato feroz que no ha pasado desapercibido: Ellas hablan (Women talking, en su título original), la adaptación a la gran pantalla de la novela homónima de la escritora canadiense Miriam Toews, cinta con la que ahora opta al Oscar a mejor película y mejor guion adaptado.
La historia se desarrolla en una colonia religiosa aislada, donde varias mujeres son drogadas y violadas de manera sistemática por otros miembros de la comunidad. Un día, y después de la detención de varios hombres que han sido descubiertos, aprovechan su ausencia antes de que quedan en libertad bajo fianza y se reúnen en un granero para deliberar y votar acerca de su futuro: no hacer nada, quedarse en la comunidad y luchar o marcharse. Además, su decisión enfrenta a estas mujeres directamente con su fe: ¿serán capaces de perdonar?
La historia se desarrolla en una colonia religiosa aislada, donde varias mujeres son drogadas y violadas de manera sistemática por otros miembros de la comunidad
¿Se puede reconstruir un mundo roto? La obra de Toews, que en España editó Sexto Piso, está basada en los hechos reales ocurridos en una remota colonia menonita de Molotschna, en Bolivia, hace poco más de una década, en 2011, cuando más de un centenar de niñas y mujeres adultas fueron violadas mientras dormían por hermanos, tíos o vecinos.
¿Dónde estamos? No importa. ¿Qué año es? Tampoco. Lo que consigue Ellas hablan es arrancar los dilemas del tiempo y el espacio, con apenas alguna pista en todo el metraje, para evitar así que el contexto se convierta en una excusa. Puede resultar abstracta o imprecisa por este motivo, pero lo importante en esta ocasión es abordar el asunto sin distracciones, después de haber depurado el ruido, para ver qué es lo que duele y cómo resolverlo. Elegir la dignidad sin renunciar a los principios y, en su caso, a la fe.
Polley, autora también del guion, ha elegido un relato en el que se condensan todos los asuntos de actualidad relacionados con la misoginia y el machismo, pero del mismo modo que esta película resulta para esta redactora de Vozpópuli contundente en su denuncia, también es esperanzadora en su propuesta. Lejos de promover la confrontación, apela a la bondad y el perdón, y más allá de proponer una derrota, apuesta por una victoria conjunta.
En ese sentido, la propia actriz Frances McDormand, intérprete en el filme y productora, afirma que "no se trata de derrotar el patriarcado". "Se trata de iluminar un matriarcado que lleva ahí desde tiempos inmemoriales", apunta en las notas de producción. Ella forma parte de un reparto brillante que completan, entre otros, Rooney Mara, Claire Foy, Jessie Buckley, Judith Ivey o Ben Whishaw.
Ellas hablan: esperanza, fe y palabra
La esperanza y la contundencia del relato son dos caras de una misma moneda en una película sobria y dura, que se permite momentos de locura e incluso de humor, en una tragedia en la que la risa se confunde por momentos con la lágrima y en la que el núcleo de la acción se encuentra, precisamente, en lo más inmóvil pero también lo más vivo: la palabra.
Ellas hablan se desarrolla casi por completo, a excepción de algunos flashbacks y otros momentos muy concretos de la película, en la parte más alta de un granero, en una larga y densa conversación que se desarrolla con el mismo brillo que consiguió, si se permite el ejemplo, Sidney Lumet con la deliberación del jurado de Doce hombres sin piedad (1957).
En esta comunidad aislada en el espacio y el tiempo, el profesor, cómplice del enfado y del disgusto de las mujeres, redacta el acta de esta reunión, en la que se abordan cuestiones clave relacionadas, además de con la fe y el perdón, con el abuso, el sentido de comunidad, el arraigo, los traumas, la ira, la culpa y, en última instancia, el amor como catalizador de sus decisiones.
Es importante no subestimar nunca el enfado de una madre y pensar que la cólera, la indignación y la furia que producen las injusticias no sirven como material cinematográfico
Así contado, uno podría pensar que Ellas hablan puede carecer de ritmo, interés o incluso fuerza, pero es importante no subestimar nunca el enfado de una madre y pensar que la cólera, la indignación y la furia que producen las injusticias no sirven como material cinematográfico. No solo eso, sino que esta cinta juega con el suspense y el drama constantemente, y con un estado de ánimo que sirve como mecanismo de defensa ante las atrocidades que, por cierto, no aparecen en ningún momento y, sin embargo, se perciben constantemente.
Sarah Polley ha demostrado, además, ser una de las directoras más interesantes del cine actual, capaz de dar eso que busca el espectador en una sala de cine: una historia con gancho, aunque sin descuidar un relato con calado y sin resultar inocente o ingenua. Con una duración honesta -apenas 104 minutos- Ellas hablan es una de las películas más atractivas de la cartelera.
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