Isabel de Baviera, conocida popularmente como Sisí, fue una emperatriz con una sensibilidad especial, con costumbres y gustos poco habituales para la época en la que vivió. Quizás por este motivo, el mito de una mujer con un perfil alejado de las damas de la corte ha dejado decenas de retratos en la literatura y en el cine. El más conocido en el audiovisual fue la trilogía que realizó Erns Marischka y protagonizó Romy Schneider: Sissí (1955), Sissí emperatriz (1956) y El destino de Sissí (1957).
Ahora, la directora Marie Kreutzer pone el foco en este personaje histórico tan atractivo y magnético desde una perspectiva distinta y más creíble, más punk, más viva, más desafiante, menos sumisa, más frágil pero al mismo tiempo más tenaz en sus ansias por liberarse del corsé, literal y figurado, que le oprime.
La película, que se presentó en el Festival de Cannes, arranca en diciembre de 1878, cuando Sisí está a punto de cumplir 40 años, un momento de su vida en el que trata de mantener la belleza de la que ha hecho gala durante tanto tiempo con duros ejercicios diarios, un férreo control de peso y una estricta dieta. La tiranía de la juventud es un lastre que le impide moverse y dar rienda suelta a sus deseos.
Cuando hace la peineta a la corte, entran incluso ganas de aplaudir, por que todo en esta película es tan sobrio y tan contundente, pero también tan libre
Cuando uno ve al principio de esta película a Sisí subir las escaleras del palacio a cámara lenta rodeada por sus damas de compañía, tan fieles y cómplices, y clava la mirada en el espectador rompiendo la cuarta pared, sabe que está ante una película que no va a discurrir por caminos previsibles del cine convencional de época. Cuando hace la peineta a la corte, en pleno banquete, entran incluso ganas de aplaudir, porque todo en esta película es tan sobrio y tan contundente, pero también tan libre, que quita el aliento.
Sisí huye de ataduras
La emperatriz rebelde, título en español para el original Corsage, bebe del anacronismo en algunos momentos musicales -con composiciones de Camille, por ejemplo- y también en algunos objetos, al igual que hizo Sofia Coppola en su María Antonieta (2006), aunque esta película es más solemne y menos pop, para esta redactora de Vozpópuli. Mantiene ese interés que mostró Coppola en observar a un personaje histórico desde una perspectiva actual, sin querer modificar al personaje tal cual ha llegado a nuestros días, sino simplemente ampliando el ángulo.
Este nuevo retrato carga contra el personaje que protagonizó Romy Schneider, le quita idealismo, le despoja de sus cargas y le conduce hacia una libertad ansiada por Sisí, incapaz de encontrar abrigo emocional ni conexión sexual en su marido, ansiosa por viajar lejos y por huir de su papel de emperatriz de larga melena. La heroína, ese nuevo opiáceo tan inofensivo, según anuncian quienes acaban de probarlo, se convierte para la emperatriz en un retiro casi espiritual y también físico.
La película no se rinde a los lujos de palacio, no busca la exuberancia, ni la riqueza o la abundancia, sino que más bien es austera en su propuesta y se centra por momentos en el lado más emocional, en los silencios más expresivos y en las ausencias. En este marco en el que destaca la sencillez, brilla la actriz luxemburguesa Vicky Krieps, que antes participó en Tiempo (2021), de Shyamalan, La isla de Bergman (2021), de Mia Hansen-Love o El hilo invisible (2018), de Paul Thomas Anderson. Por este papel, la intérprete consiguió el premio a la mejor actriz en Un Certain Regard del Festival de Cannes.
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