Cultura

La engañosa ligereza cultural de Meghan Markle

Bajo su apariencia frívola, en 'Suits' encontramos una radiografía de algunos de los principales problemas emocionales de la contemporaneidad

Parece una trama propia de Suits, la serie que le lanzó a la fama. Meghan Markle, actual duquesa de Sussex, y su marido, el príncipe Harry, se enfrentan a un dilema de difícil solución: Netflix, que les pagó una jugosa cantidad de dinero por un reality, les exige morbo y, por tanto, contenido incómodo para la Casa Real británica, pero el matrimonio no quiere tensar más la cuerda, temeroso de ser privados de algunas de sus prebendas. Se enfrentan, por tanto, a uno de esos casos que sólo parecen capaces de resolver abogados como Mike Ross (el novio en la pantalla de Markle) o Harvey Specter, la figura de referencia de la serie. ¿Encontrarán al letrado con suficiente ingenio y arrojo para sacarles del lío?

Hace tres años que se emitió su novena y última temporada, pero Suits (que en España puede verse en Netflix) todavía despierta interés entre nuevos y viejos públicos. ¿La razón? La serie creada por Aaron Korsh ofrece una sorprendente radiografía de algunos de los conflictos morales y emocionales más característicos de nuestra contemporaneidad. 

De hecho, dilemas como el que aqueja a los duques de Sussex son habituales en Suits (‘Demandas’). Una serie en la que comparecen el rigor extremo de la ética protestante, confrontado al católico anhelo de perdón; el vacío de un triunfo basado en el servicio a los grandes, a los ricos, y la necesidad de llenarlo atendiendo también a los pequeños, a los más frágiles; las heridas de una masculinidad combativa a la que le cuesta gestionar sus emociones; el poder de la intuición femenina y sus límites; el valor de la familia y su condición de sostén y piedra angular; por no hablar del peso de la mentira, y el valor, a menudo terapéutico, pero no siempre, de la verdad. 

Todo ello servido a través de unas tramas adictivas que transcurren en el contexto de un bufete de abogados de élite y en las que lo judicial es, habitualmente, apenas un pretexto narrativo para todos lo demás. En este artículo desarrollaremos algunas de estas características de la serie.

¿Éxito, qué éxito?

Suits lleva en español el subtítulo de ‘La clave del éxito’ lo cual puede inducir a error, especialmente si se realiza una lectura superficial de sus primeros capítulos. Y es que, a primera vista, la serie podría parecer una especie de versión judicial de Wall Street. El personaje central, Harvey Specter (Gabriel Macht), se nos presenta como un tiburón autosuficiente, arrogante e individualista, obsesionado con ganar, y sin más principios que los del vencedor. Pero cuando busca un nuevo adjunto y se encuentra con Mike Ross (Patrick J. Adams) se establece entre ambos una relación que inicialmente es de maestro/discípulo, y luego directamente de amistad, desde las diferencias, que va desmintiendo paulatinamente esa imagen. No sólo eso, la serie también podría haberse titulado ‘Deconstruyendo a Harvey’ porque la fachada inicial del personaje se va haciendo añicos para aflorar otra realidad sustancialmente diferente. El Harvey de las temporadas finales tiene muy poco que ver con el inicial, aunque conserve algunos de sus rasgos más definitorios. 

Pero, sobre todo, la llegada de Mike introduce una cuña en el monolítico modo de entender el éxito de estos abogados, capaces de gastarse miles de dólares en un traje sin despeinarse. Si al comienzo de la serie, en 2011, éxito equivale a ganar, a imponerse sobre los demás, incluso a dejar al rival en la cuneta, a medida que avanzan las temporadas la palabra adquiere otras dimensiones. Primero aparece la satisfacción de ayudar a los más débiles, y de no causar daño innecesario. Pero más adelante se va avanzando hacia una idea de éxito que gira en torno a la familia. Crear una familia y ser capaz de mantenerla unida aparece como el mayor éxito posible para unos abogados que, en muchos casos, atesoran heridas privadas justamente en ese terreno de su vida personal. 

La mentira, el pecado original

Todo comienza en Suits con una mentira: Mike no es abogado titulado, aunque tiene conocimientos sobrados para serlo, y esa realidad se oculta en una empresa que, además, exige haber estudiado en Harvard. El carácter aventurero de Harvey le lleva a contratarle como adjunto, pese al fraude, lo que convierte a ambos en cómplices de un secreto compartido. Inicialmente parece un asunto menor, pero las implicaciones de la mentira van extendiéndose cada vez más, de forma pertinaz y progresiva, a medida que la serie avanza, y cada vez más personas se ven envueltas en su encubrimiento, hasta que todo estalla. Esta mentira opera como un equivalente del pecado original en cuanto que funciona como una losa y una amenaza permanente que sólo se resolverá mediante una dolorosa catarsis y un proceso colectivo de redención que se desarrolla antes y después de la que puede ser la mejor temporada de Suits, la quinta. 

Pero, además, están los engaños cotidianos, derivados de la rivalidad o recelos entre colegas o rivales. En Suits ninguna mentira resulta inofensiva; todas acaban teniendo consecuencias dramáticas o dolorosas. Y aunque la verdad -sobre todo el reconocimiento de la propia verdad emocional- ayuda a resolver problemas y a restañar heridas, no siempre es suficiente: si la verdad llega tarde se ve afectada sin remedio por una terrible devaluación de su valor. En todo caso, a medida que Suits avanza, sus personajes aprenden: cada vez hay más cuidado en gestionar adecuadamente los conflictos con los próximos. La arrogancia y chulería se sustituyen por el cuidado y la atención.

Ética protestante

Aunque muchos personajes de ‘Suits’ se reconozcan católicos -también judíos- la ética que impera es la protestante. Una ética estricta, con tendencia a resultar implacable, que se plantea constantemente qué es lo correcto. Pero, al mismo tiempo, como ya vimos en otras series de abogados como The Good wife, una ética que también está obsesionada por el éxito y que, por tanto, para conseguirlo, apura los límites hasta el borde si es necesario; obsesionada quizás por no cruzar la línea (de lo legal), pero dispuesta también a quedarse en la frontera. No es de extrañar que en no pocas ocasiones esa línea termine atravesándose y entonces sólo cabe esperar a no ser pillado, o a que el ‘pecado’ no se desvele. Este contraste entre una legalidad implacable, una moralidad estricta y una praxis más o menos acomodaticia ya lo hemos visto otras veces en las series norteamericanas. Lo novedoso en Suits es el peso creciente que van adquiriendo tres ideas no tan habituales: la culpa, la compasión y, sobre todo, el perdón y la redención.

Perdón católico

Es posible que estemos ante la serie reciente que más protagonismo ha concedido jamás al perdón. Como se puede deducir de lo dicho hasta ahora, hay un implícito fondo religioso muy fuerte en Suits, que gira en torno a la idea de la culpa, pero que, sobre todo, se percibe en una doble convicción. Por un lado, que reconocer los propios errores y pedir perdón al que ha sufrido nuestro desaire es liberador y puede ser reparador. Por otro, que perdonar al que nos ha hecho daño, pero viene a nosotros sinceramente arrepentido, es sanador para uno mismo. Como en el caso de la verdad, no siempre ponerse en manos del otro funciona -porque no siempre la víctima percibe con claridad la sinceridad del arrepentimiento- pero una de las líneas evolutivas de la serie pasa por aquí: sus personajes aprenden de forma paulatina a destrozar sus corazas, abrir su corazón a los seres que aman, o aprecian, y a pedir perdón por sus errores y miserias.

Es posible que estemos ante la serie reciente que más protagonismo ha concedido jamás al perdón

Masculinidades heridas

Ya hemos dicho que es una serie engañosa, no apta para espectadores apresurados. Uno de los equívocos mayores tiene que ver con la virilidad. Los primeros capítulos presentan una idea de la masculinidad ligada a muchos de sus lugares comunes: agresividad, determinación, osadía, frialdad emocional, violencia, arrogancia, seguridad en uno mismo, impetuosidad… Si se quiere tener éxito y estar en la cima, hay que ser un tipo duro y ocultar las propias emociones, pareciera ser el primer mensaje que se nos enseña. No sólo Harvey Specter, sino también su compañero y tormentoso amigo Louis Litt (Rick Hoffman), encarnan esta convicción: no es bueno mostrarse débil. Ni, por consiguiente, excesivamente compasivo; cualquier lazo afectivo puede ser utilizado en tu contra. Y, de hecho, los abogados del bufete utilizan esa estrategia habitualmente contra sus rivales.

Sin embargo, desde el principio vemos que esa imagen de dureza es una máscara. Y una máscara, añadiremos, alentada por las mujeres que rodean a nuestros protagonistas. La gerente del bufete, Jessica Pearson (una elegante Gina Robles) y Donna, la secretaria de Harvey y luego directiva (la chispeante Sarah Rafferty) coinciden en la tarea de apuntalar y alentar esa seguridad y agresividad, porque un bufete de élite necesita guerreros con mentalidad ganadora, dispuestos a ponerse la armadura y lanzarse a la batalla. Pero enseguida vemos que tal seguridad es una fachada que encubre carencias importantes de cuyo cuidado y sanación se ocupan también ellas. 

De modo que otra de las líneas evolutivas de la serie nos muestra a sus principales protagonistas aprendiendo a controlar sus emociones, su ira, su impulsividad, aprendiendo a mantener relaciones sanas con los otros, y dispuestos a afrontar un proceso de discernimiento interior que les permita descubrir los motivos de esa fragilidad oculta que hace necesaria la máscara. No por casualidad tienen un peso importante en la trama los psicólogos. Dos distintos se ocupan de ayudar a los protagonistas a enfrentarse con sus miedos, traumas e inseguridades. 

Feminidades fuertes

Del mismo modo, inicialmente podría pensarse que las mujeres de la serie adoptan roles más secundarios o pasivos. Incluso la gerente del bufete, Jessica, parece como si no fuera nadie sin la ayuda de su ‘bulldog’ Harvey. Pero esto también irá cambiando temporada a temporada. Y en varias direcciones. Por un lado, la capacidad de ellas para gestionar mejor las emociones propias y las ajenas va convirtiéndose en un factor cada vez más decisivo para la supervivencia del bufete y para lograr cierta paz interna. 

Por otra, las mujeres que más claramente adoptan posiciones combativas ‘masculinas’ se encuentran con problemas similares a los de sus compañeros, de modo que ellas también descubren la necesidad y conveniencia de recuperar el contacto con sus emociones. Un buen ejemplo es el personaje de Katrina Bennett (Amanda Schull). “No está mal tener ambición, pero no puedes tener sólo eso”, le dice a una asociada con vocación de trepa en la que identifica sus propios errores. Ir de duro e implacable desgasta a todo el mundo, también a las mujeres que deciden jugar a ese juego, que no es sostenible en el tiempo. La persona necesita un núcleo de confianza en el que apoyarse y en el que verse liberado de la obligación de representar un papel. La aparición, en la octava temporada, del personaje de Samantha Wheeler (Katherine Heigl) refuerza esa idea. Un nuevo tiburón entra en escena, pero un tiburón que aprende que no siempre es conveniente morder.

La familia como sostén

Si Suits comienza con la apariencia de una loa al individualismo agresivo de unos abogados que, por momentos, parecen brokers de Wall Street, va evolucionando de forma cada vez más nítida hacia una reivindicación de la importancia de los lazos afectivos estables, la amistad y la familia. La familia profesional, en primer término, que en buena medida aparece como un sustituto de la otra cuando ésta no es posible. Pero también loa de la familia biológica, porque nadie puede estar bien en el trabajo si no tiene resueltos sus problemas en casa, o con sus padres y hermanos. La larga relación de noviazgo entre Mike y Rachel Zane (una Meghan Markle dulce pero con carácter) es la que primero plantea la cuestión de los afectos estables, pero luego otros personajes seguirán sus pasos. Incluyendo a Harvey, Jessica o Louis. Y a medida que cada uno de ellos se va abriendo a sus sentimientos se da cuenta de que necesita contar más con los otros, porque ya no es esa mónada autosuficiente que creía ser. 

De modo que la serie camina cada vez más decididamente, temporada a temporada, hacia una reivindicación de la importancia del grupo, de la armonía del conjunto, y de la necesidad de que las fortalezas de unos compensen las flaquezas de otros. Y viceversa. La aparición de los personajes de Alex Williams (Dulé Hill) y Samantha Wheeler reforzará esa dimensión familiar de la serie.

La cuestión social

En el mundo ajeno a la pobreza y las desigualdades sociales que es inicialmente el bufete ‘Pearson Hardman’ -que irá cambiando su nombre a medida que las peripecias narrativas obliguen a ello- la aparición de Mike Ross introduce un primer contacto con la realidad. Mike es empático, quiso ser abogado para defender a la gente sencilla, a los débiles, y esa vocación se va infiltrando cada vez más en su trabajo y en su actitud hasta terminar contagiando a los demás. Y en primer lugar, a Harvey. Ya no vale cualquier acuerdo que permita ganar si hay víctimas inocentes que pueden evitarse. Se va abriendo paso una visión ética del trabajo que va más allá de las leyes. Y gracias a Mike muchos personajes parecen recordar al fin de donde vienen, y muy especialmente los afroamericanos Jessica y Robert Zane, que deciden que hay algo más en la vida que ganar dinero. 

A través de sus figuras, y especialmente en sus últimas temporadas, coincidiendo en el tiempo con la hegemonía de los justicieros sociales, la serie se abre a esa nueva sensibilidad y los problemas raciales, o los de las mujeres, se hacen más explícitos en sus historias, sin llegar a lastrar su eficacia narrativa o emocional. 

¡Menudos abogados!

Uno sospecha que el espectador de Suits aprenderá poco Derecho. No sólo porque las alusiones a lo jurídico son más vagas y genéricas que en otras series similares, sino porque los abogados que nos muestra resultan atractivos, decididos, incluso admirables, a veces, pero no siempre ejemplares en el ejercicio de su labor como letrados. Podríamos decir que no hay uno que no tenga alguna ilegalidad que ocultar, aunque, a menudo, las disculpamos porque conocemos sus razones últimas. Las faltas mayores se cometen siempre para salvar o proteger a otros.

La serie realiza en sus temporadas finales una reflexión meta narrativa sobre esta circunstancia. El Colegio de Abogados de Nueva York, a la vista de las abundantes irregularidades que se van desvelando en el célebre bufete, le aplica un ‘155’, y le interviene, poniendo al mando a una abogada ajena y de supuesta ejemplaridad, Faye Richardson (Denise Colby). La excusa narrativa da pie a hablar sobre el coste del descrédito y de la mala imagen social, pero también sobre la volubilidad y frivolidad con que se deciden tales asuntos. Aunque la serie, también aquí, se desmarca del integrismo y pone en cuestión la supuesta superioridad moral y ejemplaridad de la mujer que viene a poner orden en el bufete. Tras sus escrúpulos y su afán virtuoso, el personaje esconde todos los males que acechan al integrismo, desde la envidia al resentimiento o el desprecio, pasando por la incapacidad para entender al ser humano en sus circunstancias.

Narrativamente adictiva

Quien haya llegado hasta aquí podría estar tentado a pensar que Suits es una serie sesuda y densa, como una versión televisiva del cine de Ingmar Bergman. Pero nada más lejos de la realidad. Si todo lo anteriormente expuesto aporta la sustancia emocional y ética de la propuesta, lo cierto es que viene servida con tramas adictivas que beben de ese subgénero que en España denominamos ‘culebrón’. En Suits hay traiciones, conspiraciones, engaños, fraudes, mentiras y deslealtades… es un auténtico Falcon Crest judicial. Con una diferencia: aquí el juego de idas y venidas narrativas, los giros de guion, a veces un poco forzados, no se limitan a ser un mero funambulismo sobre la nada; asuntos importantes sobre la relación con los otros y con uno mismo se van desplegando en esas historias y los personajes crecen emocionalmente. Y nosotros, en cierto modo, tenemos la sensación de crecer con ellos y aprender algo de sus enredos y pequeñas miserias.

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