A la mayor parte de los fantasmas se los ve una sola vez y nunca más, dice el investigador Roger Clarke en las primeras páginas de este libro. Existen muy pocas historias genuinas de fantasmas con un comienzo, un desarrollo y un final, dice. A pesar de eso, casi todos los episodios que recopila y describe funcionan como una narración: desencadenan un episodio y unas consecuencias específicas en la vida de quienes experimentan lo paranormal. Se trata de La historia de los fantasmas. 500 años buscando pruebas (Siruela), una especie de historia de la parasicología, por no decir una antropología del más allá. Porque eso es este libro, un atlas de la fantasmagorías a lo largo de los siglos: su origen, naturaleza e iconografía.
La idea más o menos contemporánea que tenemos de los fantasmas pertenece al Londres de 1880, asegura Clarke
Desde los hechos reales que inspiraron el clásico de Henry James Otra vuelta de tuerca -en la que la institutriz protagonista de la historia comienza a ver apariciones de los fantasmas de su predecesora muerta y del criado-, pasando por los cazafantasmas del siglo XVII (existieron personajes como Joseph Glanvill, cazador de fantasmas oficial del Estado inglés) hasta los encuentros de espiritismo en la época victoriana sobre los que llega incluso a detallar de qué forma primeros ministros y políticos convirtieron esa práctica en una costumbre. Recopilando todos estos elementos, Clarke traza una línea cultural que determina desde qué punto de vista la impronta religiosa y cultural de una sociedad condiciona su percepción de lo sobrenatural.
Las sociedades católicas, asegura, son más proclives a 'ver' fantasmagorías o espectros, de la misma manera que en los siglos XVIII y XIX quienes tenían más tendencia a reportar o manifestar apariciones de este tipo solían ser o las clases pudientes -aficionadas al ocultismo- o las clases bajas -los criados de la primera- que aparecen retratados como creyentes acérrimos y pasto fácil de apariciones y otras leyendas. Las clases medias, en cambio, se aferran al escepticismo como un signo de educación y formación. La lucha de clases llega a manifestarse incluso en el exagerado contraste en el que ilustrados e ignorantes llegan a igualarse por la fascinación ante lo paranormal.
La lucha de clases sirve de esquema para ver cómo ilustrados e ignorantes llegan a igualarse por la fascinación ante lo sobrenatural
Pero ese no es un elemento definitivo. Hay bastantes más: predisposiciones culturales e históricas entran en juego. Los ingleses, asegura, tienden a ver muchos más fantasmas que los franceses. Él mismo se coloca como ejemplo. Nacido en Gales, el autor refiere en qué medida los habitantes de esa zona tienen tendencia a producir este tipo de relatos. Las claves de esa conducta residen en la capacidad de generar relato y la necesidad de creer lo que ese relato plantea. El recorrido que realiza en estas páginas traza un arco entre el escepticismo y la creencia.
La idea más o menos contemporánea que tenemos de los fantasmas pertenece al Londres de los siglos XVII y XVIII, asegura Clarke. Sin embargo, hay algo anterior que condiciona la elaboración cultural alrededor de ellos: circunstancias neurológicas, sociológicas e incluso físicas. Desde la carga psicológica superpuesta en espacios cargados electromagnéticamente -aquellos sobre los que más tienden a atribuirse explicaciones sobrenaturales- a fenómenos físicos, así como otros de tipo perceptivo, como las alteraciones en el sentido de la ubicación. Tal y como asegura Clarke, muchas representaciones de lo fantasmagórico o presencias suelen ser producto de la zona tempoparietal del cerebro (relacionada con nuestro sentido de la orientación) que es aquella donde se suele producir la sensación de que tenemos a alguien al lado.
El fantasma que el guardián de las joyas de la corona vio en la Torre de Londres se encontraba en el espectro de los elementales, asociados a lugares de enterramiento
En el ánimo de Clarke no está la comprobación o refutación de lo fantasmagórico, sino el estudio del relato que lo fantasmagórico desencadena en un determinado momento histórico o cultural. Según él mismo explica, las personas tienden a experimentar sucesos de este tipo en momentos de crisis más que en cualquier otra circunstancia. Ese tipo de apuntes historicistas o sociológico no lo exime de la elaboración de un estudio casi naturalista -constantes cables a tierra, sujeciones de lo comprobable y documentable- , hasta tal punto que llega a hacer una taxonomía o clasificación de fantasmas en los que identifica casi nueve tipos. Cada uno correspondiente a un estadio perceptivo más o menos estándar.
En las páginas de La historia de los fantasmas Clarke llega incluso a trazar una historia de la fotografía de espectros. Ésta, según Clarke, tiene sus inicios en un "maravilloso error" (la fotografía primitiva utilizaba placas de cristal tratadas con gelatinas reutilizables que, al no ser limpiadas correctamente, revelaban sileutas lavadas, de tipo fantasmagórico) y que acaba en una "impostura industral". Valiéndose de la Historia del espiritismo de Conan Doyle, Clarke sitúa la fecha de la primera fotografía de fantasmas en 1851, aunque aporta otra bibliografía según la cual esta comienza a mediados de 1850. El origen de la fotografía fantasmagórica como negocio está documentada en Nueva York, a mediados del XIX, que comenzó a ser producida de manera deliberada a partir de las diferencias en los tiempos de exposición y la apariciencia de las figuras, que tendía a la transparencia y lo espectral.
Cada ejemplo tiene una razón de ser. El registro que documenta la visión que el guardián de las joyas de la corona Edmund Lenthal Swifte tiene de un fantasma en la Torre de Londres sirve a Clarke para explicar, por ejemplo, lo que él llama los espectros elementales, aquellos que pertenecen a lugares de enterramiento -la Torre de Londres ha funcionado siempre como lugar de torturas o calabozo-. Este tipo de espectros obedecen a manifestaciones primitivas de memoria atávica. Los fantasmas de los conocidos y populares relatos del director de Eaton y el King's College de Oxford, M.R James, tienden en cambio a ser o bien elementales relacionados con prácticas de magia negra o bien cadáveres reanimados al estilo medieval o escandinavo. Sus relatos, publicados a comienzos del siglo XX, corrieron como la pólvora. Al mezclar experiencias cotidianas con sus historias fantasmagóricas, aportaban una verosimilitud que los convirtieron an auténticos bestsellers.
¿Cómo son, cómo vemos a los fantasmas hoy día? Esa es la idea central del ensayo: ya no son almas, ahora forman parte de un terreno emocional
La clasificación de los fantasmas no es del todo arbitraria. Por ejemplo, por razones teológicas, algunos puritanos jacobeos clasificaron a todos los fantasmas como elementales o larvae, en referencia a la máscara o el aspecto de seres humanos que a veces adoptan. Existen, también, razones históricas. Porque si algo queda claro es que los fantasmas cambian con el paso de los años. Los primeros fantasmas de la Epopeya de Gilgamesh nada tiene que ver con lo que surgiría después: los muertos de Babilonia parecían suspendidos entre lo humano y lo inhumano; los fantasmas de la Grecia clásica eran espectros alados sin poder sobre los vivos; los fantasmas medievales eran cadáveres reanimados; los del período posterior a la Restauración regresaban para corregir injusticias; los fantasmas de la Regencia eran góticos; en la época victoriana eran objeto de interpelaciones en las sesiones de espiritismo citadas más arriba; en los años treinta proliferaron como poltergeist, apariciones malignas que alimentarían la cinematografía del siglo XX. La visión que cada sociedad desarrolla de sus espectros aporta información. ¿Cómo vemos los fantasmas hoy día? Una síntesis entre la presencia y las atribuciones individuales que se le atribuyen. Y ahí está una de las grandes ideas de este ensayo: los fantasmas ya no son almas. Los fantasmas constituyen ahora un terreno emocional. Es decir: creaciones o acaso sublimaciones.
Clarke escarba incluso en el significado de lo que la iconografía de lo fantasmagórico ha representado a lo largo del tiempo: desde la forma en que las personas suelen recordar sus propias visiones de los fantasmas (sin atavíos específicos o con armadura, como en Hamlet) hasta la práctica del escepticismo como otra forma de experiencia ilustrada. Ni negación ni comprobación, acaso documentación y descripción dispuestas de manera casi sinfónica. El asunto radica en la forma que emplea Clarke para dar cuenta de ello. Lo hace con absoluta precisión observadora (naturalista) y sin escatimar elementos que conviertan la lectura en una constante tensión. ¿El libro da miedo?, sin duda. Pero no por la naturaleza sobrenatural, sino por la complejidad de lo que el espectro supone en la psique humana. No hay una página que no merezca ser subrayada. En otras palabras, un ensayo magnífico.
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