Nunca un once de enero fue tan terrible como el de este año, cuando la noticia de la muerte de David Bowie dejó huérfanas al menos a dos generaciones. Ya han transcurrido casi cinco meses. Toca dejar de llorar e hincar el diente en una figura que fue capaz de mezclar el influjo de William Burroughs, Marlene Dietrich o Iggy Pop para crear una estética y un lenguaje propio. Eso es lo que procura el filósofo Simon Critchley en Bowie (Sexto piso), un volumen en el que se entrega a la nada fácil tarea de intentar descifrar el enigma Bowie, esa especie de humanista que blande un bote de laca, alguien a quien incluso podríamos atribuir la construcción de un discurso en una determinada estética, un propósito en su deliberada ambigüedad. Si existe algo así como una fenomenología del Glam -el acompañamiento estético que hizo de un mundo crepuscular- se descifra en las páginas de este libro.
Mediante un lúcido, ágil y entretenido repaso a la trayectoria escénica y discográfica de Bowie, Critchley traspasa su hipnótica apariencia para llegar hasta sus entrañas
Simon Critchley (1960) es una de las voces más interesantes de la filosofía contemporánea. Ha abordado distintos temas, desde Derrida, Levinas, Heidegger o el nihilismo, hasta la Cultura Pop. En obras como La demanda infinita, El libro de los filósofos muertos, La fe de los sin fe y Muy poco, casi nada, Critchley combina teoría literaria, filosofía política, crítica cultural e historia, de manera a la vez erudita y accesible. Profesor durante años en la Universidad de Essex, desde 2004 Critchley enseña en la New School de Nueva York.
Mediante un lúcido, ágil y entretenido repaso a la trayectoria escénica y discográfica de David Bowie, Critchley traspasa su hipnótica apariencia para llegar hasta sus entrañas: la originalísima visión del mundo que inspiró su música, su aspecto, sus estrategias para comunicarse con el gran público. Nos revela a un artista sumamente sofisticado, complejo, culto, atormentado, que sublimó su perpetua sensación de inautenticidad para revolucionar de raíz el mundo del pop. En el proceso, encontramos a un artista en una continua búsqueda de material creativo, alentado siempre por un impulso alojado en sí mismo que ni la música, la fama, el sexo transgresor, o siquiera las drogas, pudieron satisfacer jamás, pues "lo que define realmente bien la música de Bowie es la experiencia del anhelo".
Una lectura inteligente, distinta, menos plañidera y más conceptual de quien fue a la vez música y concepto, persona y personaje. Bowie fue un extraterrestre andrógino, un Duque Blanco, un sacerdote del Glam. Grabó 25 álbumes y vendió 136 millones de copias en toda su carrera. Alguien que incluso para morir buscó la forma más grande, con un regalo de despedida. Tres días después de lanzar su último disco: Blackstar. A pocos personajes tiene tanto que agradecer el mundo de la Cultura Pop como a David Bowie. Por eso la orfandad es tan legítima y profunda como sus aportes. Justamente por eso ha llegado la hora de sentarse a pensarlo y dejar de llorar, de una buena vez.
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