"¡Al suelo, coño!", gritó el militar, pistola en mano. De haberse tratado del arranque de una novela, varias generaciones lo conocerían incluso sin tener muy clara la trama. Pero no se trata de una ficción, sino la orden que impartió el teniente coronel Antonio Tejero al irrumpir en el Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1981, una fecha jalonada por la fabulación y el relato, trabajada en la ficción y, sobre todo, desde los mimbres de la teoría de la conspiración que han explotado historiadores, periodistas y demás criaturas tipográficas. Incluso quienes han intentado verter lo ocurrido ese día en el recipiente de la novela o el relato audiovisual (desde Garci hasta Évole) han topado con no pocos escollos y tropiezos.
Acaso porque hay algo exagerado y esperpéntico fermentándose en el tiempo, el episodio del intento de Golpe de Estado parece atragantado en el imaginario colectivo, afectado por la erosión del recuerdo, el mecanismo más parecido al ácido que pueda llegar a existir: deforma, distorsiona, arranca… ¿Qué recuerdan los españoles de aquel día? ¿Qué exactamente? Pues una imagen, asegura Javier Cercas en su Anatomía de un instante. Habla el novelista de una secuencia que parecía irreal, porque tenía algo de drama y farsa: la de un hombre tocado con un tricornio que hacía saltar a tiros el yeso del techo. Pero no fue ficción. Ocurrió. Y sin embargo algo en ella luce todavía inverosímil.
"Cuántos españoles debían de pensar que Adolfo Suárez era un personaje de ficción, que el general Gutiérrez Mellado era un personaje de ficción, que Santiago Carrillo o el teniente coronel Tejero eran personajes de ficción", escribe Javier Cercas en aquel volumen publicado por Random House. Partiendo de esa reflexión, Cercas empuja un libro que ni es novela ni es reportaje. Un libro que se convirtió en el superventas de aquel entonces - se publicó en 2009- y sobre el que muchos no logran ponerse de acuerdo. A los periodistas les pareció demasiado fantasioso y a los novelistas demasiado periodístico.
una secuencia que parecía irreal, porque tenía algo de drama y farsa: la de un hombre tocado con un tricornio que hacía saltar a tiros el yeso del techo. Pero no fue ficción. Ocurrió. Y sin embargo algo en ella luce todavía inverosímil.
A Anatomía de un instante le pasa lo que a su tema. Nadie se pone de acuerdo. Sobre el 23-F se han escrito páginas y páginas –no necesariamente buenas, no necesariamente esclarecedoras- para intentar armar un relato de qué ocurrió, qué papel tuvo cuál o tal personaje o incluso para fijar la experiencia personal como ejercicio literario, que fue lo que hizo Alejandro Gándara en La media distancia, una novela que no lo dice directamente, pero que recoge sus años como soldado raso del Regimiento Mixto de Ingenieros Número 11 de la División Acorazada Brunete. Entonces era un jovencito que participó -sin saberlo- en el Golpe de Estado del 23-F. “Había vivido como había corrido, por la fuerza de la costumbre”, escribe Gándara sobre Charro, su trasunto literario, el héroe a punto de echarse a perder: un chaval brillante, con un futuro de atleta por delante recién llegado a Madrid tras fichar por un gran equipo de la capital.
El desamor, las victorias a medias y las derrotas olvidadas forjarán en él la sensación de encontrarse en la mitad de todo y el inicio de nada. Charro tardará años en encontrar la paz de reconocerse en las distancias medias. Según los propios editores de Gándara –Alfaguara reeditó la novela hace poco- es “un sorprendente relato de la España de los años setenta que fue destacado como uno de los debuts más prometedores de la literatura española y que ya mostraban la heterodoxia y la brillantez de Alejandro Gándara”. Al momento de publicarla, el escritor santanderino tenía apenas 26 años. En 1983, gracias a ésta, se hizo con el Premio de Novela Prensa Canaria. Juan Benet, miembro del jurado que concedió el premio, dijo con respecto a la novela galardonada que era "la mejor que he leído en los últimos quince años en España. El tema me parece inédito y creo que en cualquier país de Occidente podría servir como reflexión de esta época". Después del barbecho, de Juanjo García Navarro, ganadora de la decimoctava edición del Premi Enric Valor de novela en valenciano, también echa mano de una trama ambientada en el golpe de 1981.
La realidad, sin embargo, es suficiente. Suficientemente dramática -y compleja- como para darle la vuelta a los hechos. Ensayos, reportajes, testimonios. Los hay también que se detienen en la conspiración, en ella trama de intenciones y planes ocultos.
La realidad, sin embargo, es suficiente. Suficientemente dramática -y compleja- como para darle la vuelta a los hechos. Ensayos, reportajes, testimonios. Los hay también que se detienen en la conspiración, en el la trama de intenciones y planes ocultos. Tal es el caso de 23-F, el Rey y su secreto (Libros Libres), de Jesús Palacios. En sus páginas, Palacios plantea que el 23-F se intentó "aplicar la misma solución" que en Francia llevó a la jefatura del Gobierno, y luego a la del Estado, a De Gaulle en 1958. "La intención era crear un gobierno de concentración nacional, formado por políticos de diversas vertientes ideológicas y presidido por un militar", escribe Palacios. El plan, dice, estaba urdido por el CESID y consensuado con los partidos, incluido el PSOE. El secreto del Rey al que alude el título parte de la hipótesis según la cual Juan Carlos I, recién sentado en el trono, "apoyaba esa solución". Sin embargo, Palacios matiza: no lo hizo el rey con "fines involucionistas, sino sencillamente para salvar una democracia con un gobierno débil y asediada por el separatismo, el terrorismo, la crisis económica...".
Hay quienes no santifican al Rey, pero no por ello pierden la ocasión de juzgar su papel ese día. Es el caso de José Oneto en el libro 23-F. 30 años después (Ediciones B. 2011). En sus páginas, el periodista sostiene no creer en el apoyo del Rey a la Operación de Gaulle de Armada. Valga decir que Oneto es el autor de La noche de Tejero, el primer libro que apareció tras el golpe, sólo tres meses después, y que quedó ampliado y actualizado esta edición. "Es verdad que la conducta del Rey no fue irreprochable, como algunos defienden. Fue muy imprudente al hablar mal de Suárez y plantear su sustitución en círculos militares. Pero de ahí a decir que apoyaba el golpe hay una gran distancia. Si el Rey hubiese querido que el golpe triunfase, simplemente tenía que limitarse a dejar hacer", escribe Oneto.
Diego Carcedo, reportero de Televisión Española en ese entonces corresponsal en Lisboa, es otro de los periodistas que ha querido aclarar qué ocurrió ese día. Lo hizo en el libro Los cabos sueltos del 23-F (Temas de Hoy. 2001). En este libro descarta toda teoría de la conspiración apoyada por el Rey e incluso sostiene que la demora de la aparición de Juan Carlos I se debió exclusivamente a "razones técnicas". Carcedo basa su tesis en las grabaciones de las conversaciones que se mantuvieron a lo largo del golpe.
Sobre los libros dedicados a esta fecha existe un apartado para quienes vivieron el hecho desde la institución militar
Sobre los libros dedicados a esta fecha existe un apartado para quienes vivieron el hecho desde la institución militar. Uno de ellos fue el que escribió el coronel Amadeo Martínez, quien en 1990 fue separado del ejército por el Ministerio de la Defensa -tras haber pasado cinco meses en prisión por sanciones disciplinarias- a causa de sus constantes declaraciones aperturistas a favor de un ejército profesionalizado. Suyo es el libro La conspiración de Mayo (Stirya. 2008), donde explica la llamada Operación Móstoles, cuya su finalidad era imponer un régimen militar y en cuya ruta de acción estaba previsto un golpe de Estado el 2 de mayo. Los acontecimientos del 23 de febrero, precipitados por Armada, sostiene Martínez, impidieron que el plan saliera adelante. A ese libro se suma, por ejemplo, el del comandante de la División Acorazada de Brunete, Ricardo Pardo Zancada, quien en 23-F: Las dos caras del golpe, plantea algunos aspectos tácticos de aquel día. Zancada, que participó en la asonada y cumplió 12 años de cárcel por rebelión militar, afirma que en el Congreso de los Diputados, ese día, corrían en paralelo dos planes golpistas: el de Tejero y el de Armada; las dos caras del golpe.
Existen también aproximaciones académicas, como la que hizo Alfonso Pinilla García en El laberinto del 23-F: Lo posible, lo probable y lo imprevisto en la trama del golpe, en cuyas páginas refleja la complejidad de las agendas políticas que coincidieron en aquella fecha. Basándose en pruebas recogidas en investigación judicial que sucedió al 23F y en las sentencias judiciales del Consejo Supremo de Justicia Militar y la sala de lo penal del Tribunal Supremo, además de los testimonios de quienes participaron, Pinilla García pretende dar una visión de conjunto que mezcla varios factores: la recesión económica que coincidía con la escalada violenta de ETA; la pérdida de apoyos políticos que sufrió Suárez; el malestar militar... para abrirse paso en ese laberinto, echa mano Pinilla García de la Teoría de Juegos.
Como parte de su colección dedicada a explicar el siglo XX en siete libros y a partir de siete fechas clave, Taurus publicó 23 de febrero. El golpe que acabó con todos los golpes', mientras que el sello Espasa acaba de editar El 23-F y los otros golpes de Estado de la Transición, en cuyas páginas el historiador Roberto Muñoz Bolaños, autor de otros libros sobre conspiraciones militares, traza un panorama de los otros intentos de desestabilización del poder militar a partir de 1976, en un proceso continuo que Muñoz llama "la transición paralela" y que desembocaron en el asalto al Congreso de 1981. "Tras el fracaso de esta operación, el golpismo siguió latente en un sector minoritario de las Fuerzas Armadas, cuyas acciones fueron en su totalidad desarticuladas entre 1981 y 1986".
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