Antonio J. Rodríguez (Oviedo, 1987) se mete en las tripas de una campaña electoral, no ésta, aunque podría. Componendas, trampas y conspiraciones. La vanidad y el deseo igualan a quienes optan al poder. De eso va Candidato (Penguin Random House), la tercera novela de Rodríguez, una historia que rebusca en los entresijos de la ambición para poner en entredicho los relatos contemporáneos del éxito, hasta el punto de plantearlos como una ficción: algo no del todo cierto, pero tampoco completamente falso.
Candidato está protagonizada por Simón Soria, liberal afrancesado y profesor de políticas públicas. A pesar de su treinta, Soria se aburre. Su carrera ha terminado por hartarlo y se siente arrinconado por sus ideas impopulares dentro de la facultad. Goza,, es verdad, de reconocimiento e incluso lleva consigo el perfume intelectual de La Sorbona, pero vive angustiado por un éxito que nunca parece suficiente y no termina de cuajar.
Todo cambia cuando se topa con Rania al-Jatib, una cineasta de origen palestino y convicciones feministas que vive en París, y con la que coincide Simón Soria una vez que decide convertirse en el ideólogo del Partido de la Democracia, formación conservadora que busca un lavado de cara a pocos meses de las elecciones generales. Si en Freesy Cool, su primera novela, hablaba de la eterna búsqueda del aspirante y en Vidas falsas explotó la frustración a la que induce la sociedad de consumo, en ésta busca el lado satírico de las tragedias mínimas que componen la comedia humana.
Si en Freesy Cool narraba la vida de un aspirante a novelista, en Vidas falsasde la frustración asociada a la sociedad de consumo y en esta de la que genera el poder, ¿se podría entender que escribe usted sobre aquello que no está completo?
Es verdad que aunque se traten de temas y estilos distintos, un leitmotiv que suele vertebrar todas mis ficciones hasta la fecha son los distintos relatos del éxito en nuestro tiempo, y la imposibilidad de una mínima calma: todo está en continuo movimiento, todo se tambalea siempre, y a fin de cuentas vivimos en sociedades que de alguna manera nos obligan a crecer o desaparecer. Esos ascensos y caídas son por otro lado inevitables, universales e involuntariamente humorísticos, a ratos.
Hay sátira en la mirada que arroja de la clase política. No lo veo llevándose las manos a la cabeza porque todo tiempo pasado fue mejor, tampoco parece demasiado optimista
Hay sátira, pero también, quiero creer, una cierta veracidad: una parte relevante de las subtramas que forman parte de Candidato están inspiradas en sucesos que han ocurrido realmente. En otro orden de cosas, es verdad que el libro dialoga con una cierta percepción actual de la política-espectáculo, en el cual todo es una campaña electoral continua, en donde además ya sabemos que entre lo que se dice en campaña (expectativas) y lo que se hace finalmente (realidad) media un abismo. Tampoco creo que esto sea algo radicalmente novedoso: es solo que esta política-espectáculo con esteroides nos ha hecho darnos cuenta de la realidad, y también de la historia. En realidad siempre ha sido así, pero sin esteroides.
Liberal, afrancesado, vanidoso y aguijoneado aspirante a político… ¿Los hacen en serie a los políticos ahora?
Bajo mi perspectiva, vivimos un momento en donde se han generado dos escuelas de hacer política: los candidatos aspiracionales (Trudeau, Macron, Renzi, Obama…) y los escandalosos (Salvini, Trump, Bolsonaro, Berlusconi…). En este sentido, suelo leer a Simón como una intersección entre estad dos formas tan diferentes pero también tan parecidas de hacer campaña.
En el supermercado político actual, ¿son los políticos productos intercambiables? ¿son en el fondo Simón y Rania al-Jatib las caras de una misma moneda?
Para mí los personajes interesantes son los poliédricos, aquellos que son capaces de constituir un relato complejo, capaz de actuar como bisagra con distintos elementos de la política aparentemente separados. En este sentido, Simón es un personaje que viene del activismo y coquetea con un liberalismo ilustrado (de alguna manera, hace de manera exprés el recorrido que se le suele atribuir a los protagonistas del 68); en paralelo, Rania es una feminista palestina que defiende un feminismo laico, muy apetecible para ciertos partidos conservadores. Los dos son personajes más o menos incómodos, además de tipos políticos reconocibles. Por esta razón los consideré material de novela.
Toda campaña electoral es, en sí misma, una ficción… ¿lo novelesco corre de su cuenta?
La novela me interesaba por varias razones: a diferencia del ensayo o el periodismo, la ficción no tiene por qué tomar un partido rotundo por una idea, sino más bien servir como dispositivo de provocación intelectual (uno escribe escenas e ideas con el propósito de despertar reacciones y estímulos en el lector). En paralelo, a pesar de que el libro es también una novela de ideas y la reflexión sobre la política actual como centro de gravedad, la novela también sirve para hablar de ciertos temas universales—el amor, la vanidad, los afectos…—, que de otra manera hubiese sido imposible.
Usted no separa la dupla periodismo y literatura. Si embargo, y se lo pregunto como editor y como autor, ¿cómo entiende la bisagra cada vez más débil de ficción y no ficción?
De alguna manera pienso que una cierta madurez lectora o cultural nos ha guiado a buscar otros sistemas narrativos más complejos (es la razón por la que de adultos no nos solemos contar fábulas), y que en realidad la ficción siempre ha dependido de la no ficción, y viceversa. Por otro lado, hoy se siguen escribiendo novelas con estructuras que tienen evocaciones decimonónicas y son magníficas. En cuanto a Candidato, cuando escribía el libro, por ejemplo, intentaba que sonase como me podría sonar una buena pieza periodística—la clase de reportaje que a mí me gustaría leer o publicar—. Ahí las fronteras están claras: lo que lees es simple y llanamente ficción, pero creo que también hay ecos de un cierto estado de duermevela —ni vigilia ni sueño— en donde ocurren cosas interesantes.
¿Cuál siente que es la relación de su generación con la ficción con respecto a otras?
Creo que se trata de una generación hiperconsciente de la ficción por su omnipresencia: en las redes sociales, en la política, en la publicidad, en los periódicos… Al mismo tiempo, se trata de una generación que lleva diez años de baño de realidad ininterrumpido: hemos atravesado un periodo histórico que nos ha obligado a tener algo de conocimiento de la política y la economía y también de cómo el género media todas las relaciones personales, corporativas y políticas, lo que inevitablemente acaba o acabará filtrándose a los relatos que nos contamos.
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