Cultura

Paul Auster: "Mi inspiración son los cuentos de hadas y el folclore"

Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, Estados Unidos, 1947) está abrumado de verse en una pantalla dividida en tantos cuadritos con caritas de periodistas (más de cuarenta) dispuestos a preguntarle por

  • El novelista estadounidense Paul Auster. -

Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, Estados Unidos, 1947) está abrumado de verse en una pantalla dividida en tantos cuadritos con caritas de periodistas (más de cuarenta) dispuestos a preguntarle por su último libro: La llama inmortal de Stephen Crane (Seix Barral, 2021), una biografía de casi mil páginas acerca de un narador a quien no sabe si llamar periodista o poeta. Auster sigue alucinando con la experiencia: "Estoy flipando, la verdad. Me siento abrumado y me llena de esperanza. Me siento optimista", explica. Sabe que pocos de los presentes han oído hablar de Stephen Crane, pero para eso está él ahí. Y agradece que en un acto de fe ciega los periodistas le hayan dedicado tiempo a la lectura de este título. "E incluso pensáis en escribir un artículo al respecto. Gracias". Agradecidos se hallan.

Dice Paul Auster que Crane era capaz de hacer cosas que él nunca había sido capaz de hacer. "Escribió tanto en un periodo de tiempo tan corto (apenas ocho años) y trabajó formas tan variadas, que el mundo no podía seguirle el ritmo. Muy pocas personas —si es que hubo alguna— tuvieron la menor idea acerca de la amplitud de sus miras mientras vivió y, tras su fallecimiento, su figura perduró gracias exclusivamente a su novela bélica, su gran éxito literario, titulada La roja insignia del valor (D. Appleton & Company, 1895). Por razones que siguen asombrándome, el grueso de su trabajo permanece en las sombras. De no haber sido así, jamás se me habría ocurrido escribir este libro".

Su escritura, a nivel de ficción, se basa en la narrativa. "Yo cuento historias, no hay mucho diálogo o no hay mucha descripción tampoco en mis textos. Lo hago un poco a la antigua usanza. Mi inspiración son los cuentos de hadas y el folclore, la tradición y también las novelas en la manera en que yo pienso y ejecuto mis historias". Pero Stephen Crane, en cambio, era un "fenomenólogo extraordinario". Señala Auster que Crane tenía una percepción visual de las cosas que a muchos de los escritores y periodistas se les escapaban. Las veía y las capturaba, y luego transformaba esas percepciones en un lenguaje coherente lleno de metáforas y de símiles. "Nos sorprende hasta tal punto que es difícil digerirlo todo". El autor, para más señas, habla de un artículo que Stephen Crane escribió cuando estaba en La Habana, después de la guerra de Cuba entre Estados Unidos y España.

"Una cara como el suelo"

Los españoles se encontraban abandonando el país caribeño para embarcarse y regresar a España, entonces Crane y otro periodista amigo suyo salieron a la calle a ver qué era lo que estaba sucediendo y visitar esos barcos que zarpaban. "Había sacerdotes, soldados, hombres heridos, mujeres y niños… Tenían que ir en un bote hasta el barco. Crane vio a una mujer de pie en un barquito con un niño de cuatro años en brazos (no la describía como una mujer hermosa) que miraba al barco, hacia arriba, y ahí estaba el capitán del barco español, mirando a la mujer".

No me gusta la crítica literaria académica. Me duerme. Es lo más aburrido del mundo mundial

Stephen Crane pensó que serían pareja y que aquel bebé era su hijo, pero en realidad al capitán español lo estaban repatriando y la mujer veía cómo su vida se estaba destrozando en ese preciso momento. "El remero que la llevaba quería regresar; le corría prisa, porque tenía que ir haciendo otros trayectos y embarcar a más gente. Crane describe ese momento y nos dice que ese barquero tenía un rostro plano. Yo lo leí y me pregunté qué significaba eso, a quién había descrito con una cara humana como si fuera el suelo. Imagino que sería porque no tenía expresión alguna, estaba blanco, serio, y no le importaban nada esas señoras, sólo que le pagaran por llevar a otro pasajero de acá para allá". Eso son los momentos de Crane que a Paul Auster le sorprenden (y no dejan de hacerlo). Reconoce que nunca había leído a un autor como él, que ni en mil años que viviera no iba a ser capaz de escribir esa frase: "A face like a floor". Por eso lee Paul Auster a Stephen Crane, porque no se parecen en nada. "Él es un genio. Uno entre un millón", resume.

Paul Auster comienza a responder a Vozpópuli con un "te cuento" que promete ser extenso: "El libro esencialmente son dos o, digamos, dos esfuerzos. Yo quería contar la historia de la vida de Crane con la mayor precisión que pudiera y la mayor verdad. Y el otro proyecto es la obra de Crane".
Auster nos pide hablar de la obra primero: "No me gusta la crítica literaria académica. Me duerme. Es lo más aburrido del mundo mundial. Tener que… No sé, leerme el argumento de un catedrático que está ahí hablando de un detalle minúsculo sobre la obra de un gran autor… Bueno… De vez en cuando, un crítico resulta que sí, que es brillante, pero la mayoría son soporíferos". ¿Qué hizo pues Auster? Leer muy pocas críticas de Crane de entre las muchas que existen. Se centró en las más importantes, pero en general le interesaban cero, y pensó: "Bueno, pues yo voy a ofrecer mis respuestas como autor y como lector y voy a intentar explicar a los lectores de mi libro cómo se siente uno leyéndole, cómo es esa experiencia, qué hace él con esas historias, novelas, poemas, artículos periodísticos… ¿Qué logra él? ¿Qué transmite? En los agradecimientos del libro lo digo: es el enfoque del autor sobre la obra de Crane".

Cartas inventadas

Paul Auster traza un pensamiento para averiguar cómo Crane lo hacía, cuál es el efecto de una frase determinada o el de un párrafo de cierta historia… "¿Cómo se vincula con otras cosas que ha hecho? Esto no requirió mucha investigación", revela el escritor estadounidense. La vida de Crane fue lo que más problemas le dio. Crane murió en 1900 exactamente y la primera biografía que se publicó, Stephen Crane. A study in American letters (Alfred A. Knopf, 1923) estaba firmada por Thomas Beer, "como la cerveza". "Beer intentó encontrar información de Crane, pero no sabía por dónde tirar, así que no supo cómo rellenar los huecos de información. Entonces se inventó historias sobre Crane, personas que nunca existieron… Se inventó cartas que nunca habían sido escritas por esas personas que nunca habían existido…". La biografía de Beer fue el único libro sobre la vida de Crane que existió durante los siguientes treinta años, por lo que todos esos mitos y falsas historias, algunas "entretenidas y estupendas", pero falsas a fin de cuentas, circularon sobre Stephen Crane.


La siguiente biografía, Stephen Crane: A critical biography (Sloane, 1950), sale a comienzos de la década de los cincuenta y su autor es el poeta norteamericano John Berryman. "Pero no investigó mucho tampoco, no se documentó demasiado y la mayoría de la información biográfica la saca de Beer, que tampoco era toda auténtica", asevera Auster, que a continuación resume la biografía comentada: "Pasaron muchísimas décadas antes de que los eruditos muy trabajadores –esa es la gracia de estudiar a fondo– escarbaran y estudiaran como un arqueólogo; realmente excavan en las ruinas y se manchan las manos y meten la mano en el agujero y sacan el hueso del dinosaurio. Es fascinante". Más tarde, unos "eruditos" más recientes limpiaron un poco el tema, resolvieron las discrepancias en la historia de Beer y desmintieron algunas otras cosas. Pero ha ido pasando el tiempo y se han creado y descubierto historias nuevas sobre Stephen Crane.

"Supuse que me mandaría a la porra"

"Aparecieron muchas más cartas inéditas. Al final del libro hablo de que hay dos estudiosos: Stanley Wertheim y Paul Sorrentino, que trabajaron juntos para analizar esa correspondencia, esas cartas, para poder producir la bitácora de Crane: un relato de lo que pasaba en su vida, qué publicaba, qué decían las reseñas y las críticas…»" Para Auster, este libro, Stephen Crane Remembered (University of Alabama Press, 2006), se trata de un volumen "muy útil", a pesar de que Sorrentino recopilara toda esta información –el libro contiene cerca de sesenta textos– de fuentes "un poco oscuras" a veces. Sin embargo, el beneficio que le otorgó a Paul Auster le trasladó a las fuentes de la gente que conoció.

Auster creía que Sorrentino iba a pensar de él, sin ir más lejos, que era un 'bárbaro novelista' y no un académico

Sorrentino publicó luego una biografía, Stephen Crane. A life of fire (Belknap Press, 2014), que Auster considera un libro académico aunque también de mucha utilidad, porque el noventa y nueve por ciento de la información es auténtica y verdadera. :"Es la enciclopedia de Stephen Crane. Habla de todas sus obras publicadas, cortas o menos cortas o más largas. Y, además, le añade resúmenes de biografías de personas que fueron importantes para Crane mientras vivió".

"Todos estos libros han sido mis fuentes principales para documentarme y no creo que nada sea perfecto al cien por cien, pero es lo más preciso que se puede ser. A pesar de ello, en la vida de Crane hubo brechas que nadie logrará salvar y todas estas preguntas –creo– no las vamos a poder responder nunca». Mientras se encontraba trabajando en La llama inmortal de Stephen Crane y llevaba doscientas o trescientas páginas escritas, Paul Auster envió un mensaje a Sorrentino. "Wertheim era mayor, pero Sorrentino, más o menos, es de mi edad. Me puse en contacto con él, pero no sabía si me contestaría. Simplemente le dije que me gustaría entablar una conversación, puesto que estaba escribiendo un libro sobre Stephen Crane. Supuse que me mandaría a la porra". Auster creía que Sorrentino iba a pensar de él, sin ir más lejos, que era un "bárbaro novelista" y no un académico, pero le reconoció y le pareció bien que hiciera este proyecto. Al final, ambos se hicieron amigos.

Durante la conversación, Paul Auster repara en la extensión de sus respuestas. Se excusa: "Voy contestando en detalle, pero es importante". Su rostro emite una sonrisa. "Mientras escribía el libro, cada cincuenta, setenta u ochenta páginas, lo que hacía era hacer fotocopias para mandárselas por correo a Paul Sorrentino. Yo le preguntaba si había algo mal, si me había equivocado en algo, si había alguna 'traza de Beer' que se me hubiera colado en el texto. Habían pasado tres o cuatro generaciones, no sabía de qué fuentes había bebido, y [Sorrentino] lo leyó con mucha atención y me dijo que estaba bien". Bueno, casi todo. Auster reconoce que en alguna ocasión Sorrentino le advirtió que había hechos que no habían sucedido tal y como él los estaba contando. "Me ayudó. Yo tenía que leer muchísimo, pero con todo esto ya fui configurando el relato. No me fui a darle vueltas a los archivos. No soy así. Hubiera sido fascinante, seguramente, pero no tenía tiempo y tampoco me sale". Con seguridad, Auster reflexiona que ya existió otra gente que lo había hecho antes así o que lo había escrito de esa manera. Él se desmarca a la vez que se defiende: "Pero así es como escribí este libro".

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