Cultura

Atxaga: “Me enorgullece que Aitor Esteban no diera la mano a la extrema derecha”

El escritor vasco ha sido reconocido esta semana con el Premio Nacional de las Letras Españolas. Es el primer autor en euskera que lo recibe

Ya no habla de política. Tampoco le interesa la fantasía de Obabakoak (1988), aquel libro que lo consagró como escritor en euskera. Incluso asegura que la próxima, Casas y tumbas, será su última novela. Bernardo Atxaga (Asteasu, Gipuzkoa, 1951), pseudónimo de Joseba Irazu Garmendia, es un hombre de pocas palabras, sin embargo concede algunas al otro lado del teléfono. 

Esta semana Atxaga ha sido reconocido con el Premio Nacional de las Letras Españolas, que concede el Ministerio de Cultura y Deporte, y con el que se distingue el conjunto de la obra de un autor español. Atxaga, que escribe en euskera y ha sido traducido a más de 30 idiomas, se ha convertido en el primer escritor en esa lengua en conseguirlo. 

Atxaga comenzó a escribir cuentos en euskera unido a los movimientos literarios de vanguardia del País Vasco de finales de los 70. El primero, Borobila eta puntua, se publicó en 1972, junto con las obras de otros autores vascos, en el volumen Euskal Literatura-72, dirigido por el poeta Gabriel Aresti. Asumió entonces un pseudónimo, por miedo a que escribir en euskera lo convirtiera en objeto de represalias, así lo cuenta en esta entrevista concedida a Vozpopuli

Es un autor que cultiva todos los géneros: novela, poesía, teatro, ensayo, o literatura infantil, y también ha escrito letras para canciones de artistas de pop, folk y rock. Tras la publicación de Obabakoak (1988) escribió una serie de temática política compuesta por El hombre solo (1993), Esos cielos (1995) y El hijo del acordeonista (2004). En ellas, como quien acomete una gran recuperación del pasado, aborda la Guerra Civil, la posguerra y también el terrorismo de ETA. 

Aunque reacio a opinar de política, Atxaga toma posición cuando la pregunta así lo exige. La política actual, asegura, está huérfana de ideas. También carga contra la eclosión de algunos movimientos políticos como Vox y evita dar demasiados detalles sobre su próxima novela Casas y tumbas, una historia que recorre varias décadas de la historia de España entre Madrid, el País Vasco y el sur de Francia y que publica en castellano la editorial Alfaguara.

La mayor parte de su obra está escrita y publicada en euskera. Usted es el primer escritor en esa lengua en conseguir el premio nacional. ¿Tiene sentido hoy el tema de las lenguas?

Lo tiene, por una razón muy simple. Humberto Eco dijo que la traducción era la lengua de Europa. En un primer momento yo escribo en la lengua que me resulta más cercana, la lengua que me rodea, y si bien no es la única que forma parte de mi universo, sí es cierto que es la que más ampliamente me toca. Hablo de la lengua vasca. Empecé escribiendo en euskera y sigo haciéndolo. Sin embargo, los libros que he escrito en euskera los puede encontrar traducidos a más de treinta lenguas. Existiendo la traducción se abre el abanico de posibilidades. Incluso uno podía escribir en una lengua que hablaran sólo mil personas, pero no importa si hay un traductor.

Cuando publicó Obabakoak, la literatura en euskera era menos visible. ¿De qué forma ha cambiado exactamente?

Durante la dictadura, la lengua vasca estuvo prohibida y obstaculizada, así que no pudo tener una existencia social. La lengua no existía durante la dictadura. Todo se puso en marcha con las libertades y con la democracia, imperfecta si quiere, pero democracia. A finales de los años setenta cambia el panorama. Creo que Obabakoak llegó en el momento oportuno, justo después de la democracia. Entonces había más libertad. El ambiente no era el mismo. Ahora hay muchísimos escritores y bastantes lectores en lengua vasca. La isla esta de Robinson Crusoe ya no es tan pequeña.

¿En cuál de los dos episodios surge su voz literaria?

En mi travesía existen esos dos mundos. Yo empecé a escribir con el seudónimo de Bernardo Atxaga precisamente por temor a las represalias, porque el hecho de escribir en lengua vasca cuando empecé, en 1970, ese simple hecho, podría acarrear problemas. Ahora la situación es completamente diferente; con la libertad todo cambia.

Cuando publicó El hombre solo (1993), Esos cielos (1995) y El hijo del acordeonista (2004) lo acusaron de blanquear al personaje terrorista.  ¿Tan compleja es la construcción de relato en el País Vasco?

No hay acuerdo, dese cuenta, en nada. La literatura no es un asunto de tesis que contrarresten otras.

Pero sí que en ellas abordaba el tema político de forma manifiesta.

Pero no porque quisiera dar un mensaje, sino porque los protagonistas y el tema eran directamente políticos. Fue algo que yo viví desde muy cerca. Eran políticas pero no eran novelas de tesis. Sobre lo de humanizar o no, siempre contesto que es muy difícil discutir con personas que sólo hablan tonterías; es como jugar a las cartas con personas que no conocen las reglas del juego. Pueden acertar por casualidad, pero no se debe jugar con ellos. La literatura escribe desde lo concreto y lo particular y su verdad es la verdad particular de esa persona. ¿Humanizar? Qué estupidez. Que yo sepa, las personas, hayan estado o no en un organización política, son seres humanos, no rinocerontes. Yo contesté a todo eso hace veinte años.

Dice que su próxima novela, Casas y tumbas, será la última. ¿Por qué?

Como novela es la última. Voy a volver a citar a Robinson Crusoe. Él no hubiese escrito novelas jamás. Quizás fragmentos, poemas o cartas para meter en una botella. La novela y los géneros son una forma de presión social. Se escriben novelas porque los lectores las piden. Eso no es sustancial a la hora de escribir. Que lo que se escribe tenga una forma o tenga otra es circunstancial. Esta novela, que en castellano se titula Casas y tumbas, es el cierre de mis novelas. Y luego, ya veremos. Quizá escriba novelas cortas pero no novelas de 400 páginas, porque no quiero hacer más.

Si dice que ya no le interesa la fantasía de Obabakoak ni lo político, ¿de qué temas echa mano en Casas y tumbas?

Es una novela de una extraordinaria densidad. No lo digo como un valor, sino como un hecho. Hay como diez personajes fundamentales, más otros 40 secundarios. La historia abarca desde 1970 hasta 2017. No es lineal y se ordena a través de seis piezas que se mueven en torno a un eje, como una especie de carrusel de espejos donde aparece un universo desde distintos ángulos. Comienza con un adolescente que viaja a hacer un cursillo de francés a Po, una ciudad al sur de Francia, y cuando vuelve no quiere hablar. A partir de ahí arranca todo. La siguiente parte ocurre en el cuartel del Pardo. La tercera en un gabinete psicoanalítico…

Una relación evidente entre lengua y poder, parece.

El gato tiene cuatro patas, no vamos a buscar una donde no puede haber. Esta novela, como la vida, es movimiento. La literatura debe recoger ese movimiento lo mejor posible.

¿Le molesta opinar de política?

Soy una persona cauta por muchas razones, entre otras, porque no me gusta decir tonterías. Sin embargo, con o sin cautela, siempre he dicho lo que pienso.

¿Qué piensa del rebrote de los nacionalismos y el independentismo? ¿Qué percepción tiene de la España actual?

Que faltan filósofos. Falta gente con teoría y criterio. Faltan ideas. Cuando no hay un marco ideológico teóricamente sólido pasan estas cosas. La extrema derecha puede decir la mayor estupidez del mundo y a muchos les parece bien. Cuando estamos a ese nivel tan bajo, la situación se va descomponiendo. Déjeme decirle que, en ese sentido, como habitante del País vasco, estoy muy orgulloso de que un representante de la socialdemocracia vasca, del PNV, el señor Aitor Esteban se negara a darle la mano a la extrema derecha, a los neo franquistas. Eso sí me parece que hay una cierta filosofía detrás y un cierto poner orden. Ahora, todo se complica muchísimo, porque todo ocurre en las pantallas. Un partido de extrema derecha ya puede decirnos lo que quieran, pero interesan a los programas de televisión, porque cada burrada que dicen da audiencia.

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